Se habla, se escribe, se
protesta, se grita o se vocifera acerca de la penosa situación que padecemos,
con más de seis millones de parados y el gobierno de Bruselas marcándonos el
paso.
Para unos la solución es un
gran pacto gobierno-oposición, pero nadie apunta soluciones creíbles para salir
de la crisis a corto plazo. Quizás llegaran, como mucho, al acuerdo de echar
tierra encima a los casos de corrupción.
Otros propugnan cambios
constitucionales y legislativos, incluso cambio de régimen. Pienso como el de
Loyola: en tiempo de crisis no hacer
mudanzas. Apliquemos con rigor y honestidad lo que tenemos y cuando los
ánimos estén calmados actuar sin aplazamientos.
Seguramente para tratar de conseguir
un equilibrio económico son necesarios los recortes y el adelgazamiento de las
onerosas y variadas administraciones que padecemos, pero nadie quiere que le
priven de lo que cree suyo, aunque lo paguemos entre todos.
Hay quien piensa que hay que
rebajar impuestos y seguramente lleve razón, pero ello no va a producir de la
noche a la mañana la solución de nuestros problemas, pero habría que aplicarlo,
siempre que se disminuyan los gastos públicos.
Piensan otros que habría que
cambiar de personas, ya que las que ahora gobiernan están quemadas, pero cómo:
¿que el partido en el poder con mayoría absoluta elija otro presidente? Podría
ser, como también podría ser que nos lo impusiera Bruselas, como pasó en
Italia. ¿Que se convoquen elecciones anticipadas? Dadas las encuestas que se
publican, me asusta pensar un gobierno formado por partidos radicales y
nacionalistas.
Todos los cambios que se nos
ocurran no creo que resuelvan los problemas a gusto de todos. Sería necesario
encontrar, para gobernar, personas que hubieran cambiado en su interior, que
estuvieran dispuestas a servir en lugar de disfrutar del poder.
Seguramente los cristianos no
hemos predicado lo suficiente las palabras de Jesús que advirtió: Sabéis que los que gobiernan las naciones
las oprimen y los poderosos las avasallan. No tiene que ser así entre vosotros;
al contrario: quien entre vosotros quiera llegar a ser grande, que sea vuestro
servidor; y quien entre vosotros quiera ser el primero, que sea vuestro esclavo.
(Mat. 20, 25-27)
En el campo de la política, el
evangelio está aún por estrenar. Las luchas por encabezar partidos y sus listas
no parece rivalicen por ser los servidores de todos, sino por la pasión de
mandar unos o la de conseguir un puesto bien remunerado otros.
Creo que la persistente postura
contra la Iglesia debe ser por el miedo
a que les recuerden los mandamientos que claman contra el robo, la corrupción,
el abuso y la mentira y el deber de servir y amar al prójimo, aunque sea de la
oposición.
Francisco Rodríguez Barragán
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