En un momento te das cuenta de que has
llegado a la vejez y que no hay marcha
atrás
Hay cursos de preparación para
todo, pero que todos sirvan para algo está por ver, pero estoy seguro de que no
existe ningún curso que nos prepare para la vejez, que cada vez será más larga y en la que los
cambios serán tan rápidos que no habrá manera de asimilarlos, quizás tan solo
sufrirlos.
Entré en la vejez cuando me
jubilé al inicio de este siglo y sentí el júbilo de poder tener tiempo para
todo: viajar, organizar mis libros, mi colección de sellos y monedas. Pronto
pasó todo eso: los libros siguen apilándose sin orden ni concierto, las colecciones
de sellos y monedas están abandonadas desde hace años, sin que ninguno de mis
hijos o nietos haya mostrado el más mínimo interés ni en los libros, ni en los
sellos, ni en las monedas que no sean de curso legal.
Durante unos años disfruté de
los viajes con mi esposa, bien en nuestro coche o en los organizados por el
INSERSO, pero luego empezaron las limitaciones físicas. Dejamos de viajar, pues cada vez se me hacía más difícil conducir
y aparcar el coche. Las excursiones en grupo, que habían sido tan agradables
hubo que dejarlas ya que cada vez caminábamos más despacio y quedábamos
descolgados del grupo. Ahora dependemos de los demás para ir a cualquier sitio.
Nos dedicamos con entusiasmo a
trabajos voluntarios y a asumir responsabilidades y, aunque seguimos colaborando, ya cedimos el
paso a gente con más empuje y energía.
Cuando nos reunimos con los
amigos la conversación suele girar sobre nuestros achaques ¿Cuándo te operan de
cataratas? Ya me han puesto la prótesis de rodilla y lo lentas que son las
lista de espera en la sanidad pública.
De los ideales e ilusiones que
compartimos de jóvenes acerca de construir un mundo mejor, pues parece que son
otros los que lo han construido y no nos gusta demasiado. Tragamos a
regañadientes cosas que nos habrían resultado impensables como la ideología de
género, el juntarse sin casarse, el matrimonio entre personas del mismo
sexo, la libertad sexual o el día del
orgullo gay.
La experiencia que hayamos
podido acumular sirve de bien poco ya que no es
fácil que la gente más joven nos haga caso. Llevar más de cincuenta años
casados resulta algo raro. Quizás piensen: ¿cómo habrán podido aguantarse tanto
tiempo? Ahora vemos que las uniones son efímeras. Amores de usar y tirar que se
disfrutan mientras resultes placenteros y se sustituye por nuevas experiencias.
Aunque siga habiendo parejas cimentadas en la fidelidad y el compromiso de por
vida, no es esto la tónica dominante.
Nuestras parroquias
languidecen, solo viejos, pocos jóvenes y colas de rumanos o musulmanes para
recibir la ayuda del banco de alimentos.
Las iglesias solo se llenan para los funerales.
No tendremos que renovar ya
nuestro documento de identidad y pienso que ya son pocas las ocasiones en que
nos pedirán el voto. ¿Qué nos queda de vida? Un par de legislaturas como mucho.
¿Qué futuro nos espera? Que uno
muera antes que el otro y el que sobreviva se encuentre en la soledad. Desde
que pienso en estas cosas, he descubierto el valor de la virtud de la esperanza
que me habla de un cielo nuevo y una tierra nueva, donde ya no habrá llanto ni
dolor y nos encontraremos con Dios y con los que amamos y nos precedieron en el
viaje definitivo. Creo en la vida eterna.
Francisco Rodríguez Barragán
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