Las palabras castidad, pecado,
fornicación, lujuria, parecen haber sido descatalogadas,
suprimidas.
Se habla mucho de sexualidad,
se quiere incluso incluirla en la educación infantil a cargo del estado, pero
se silencia la palabra castidad como obsoleta y descatalogada, cuando ella
significa nada menos que la integración lograda de la sexualidad en la persona.
La virtud de la castidad entraña la integridad de la persona y la integridad
del don de la propia vida.
La castidad implica un
aprendizaje del dominio de sí en una verdadera educación de la libertad humana,
pues la libertad, que nos constituye como personas, exige que seamos capaces de
someter nuestras pasiones y deseos a un riguroso control de la razón, la que
nos permite distinguir en cada elección lo que está bien o lo que está mal.
En la medida que conseguimos
nuestra integridad, renunciando a las pasiones, podremos irnos constituyendo en
un auténtico don para ofrecerlo puro y valioso bien en el matrimonio, bien en la vida consagrada a Dios y a los
demás.
Lo mismo que los atletas se
entrenan para alcanzar difíciles metas o los que dedican su esfuerzo al estudio
y la investigación para avanzar en el conocimiento necesitan someterse a una
exigente disciplina, todos necesitamos de la castidad simplemente para ser
personas íntegras.
Frente a las avasalladoras llamadas
a gozar sin limitaciones de todos los placeres, especialmente los de la carne,
hay que proponer el ejercicio de la castidad como única vía para realizarnos
como personas auténticas.
Seguramente habrá muchos que la
castidad la asocian con los votos monásticos, castidad, pobres y obediencia,
sin relación alguna con nuestra vida de cada día. Craso error. La castidad es
una virtud que necesitamos ejercitar para obtener una vida más plena.
Lo contrario de la castidad es
la lujuria que se nos ofrece con el máximo refinamiento para atraernos a la
fornicación y fornicar es un pecado, aunque creamos que todo esto está pasado
de moda y que lo que impera hoy es gustar de todos los placeres, “comamos y
bebamos que mañana moriremos”.
La caída de la nupcialidad:
poca gente se casa y muchos se casan y se descasan con más de cien mil
divorcios al año, las acusaciones de machismo desde un feminismo feroz y
combativo o la violencia intrafamiliar, hasta el asesinato, quizás habría que buscar
sus causas en el deseo inmoderado de placer y en el olvido y rechazo de las
virtudes que pueden hacernos personas cabales e integras.
Ahora todo el mundo quiere
aparecer como “progre” lo cual implica
aceptar los dogmas que está imponiéndonos la progresía sin ninguna autoridad
para ello, consumir y consumir de todo, aunque sea nocivo: sexo, droga,
pornografía, imágenes lascivas a domicilio, espectáculo, etc. etc.
Para esta clase de vida que se
nos ofrece Dios resulta un estorbo. Como mucho estamos dispuestos a dar algo de
tiempo o dinero para los que carecen de todo. Con ello nos sentimos
justificados para seguir viviendo sin pensar siquiera en que después de esta
vida haya otra.
Francisco Rodríguez Barragán
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