Quizás
nos hemos convertido en nuestros propios dioses para decidir el bien y el mal, la virtud o el pecado.
La Semana Santa carece de
sentido sin la resurrección de Cristo. Sin la alegría del mensaje de la Pascua
todo queda en bellas imágenes pero sin trascendencia, sin fuerza para hacernos
cambiar.
En cualquier museo podemos
encontrar pinturas y esculturas bellísimas que se muestran a nuestra
contemplación meramente estética pero sin ninguna finalidad religiosa.
En estos tiempos posmodernos en
que nos creemos suficientes para determinar lo bueno y lo malo, el bien y el
mal, sin ninguna referencia a un Dios supremo, ni siquiera a una ley natural,
como orientación de nuestras acciones, el evangelio de Jesús, su muerte en la
cruz ¿nos dice algo?
Pero si es verdad que Cristo
murió pero volvió a la vida, la cosa cambia pues significa que después de esta
vida hay otra que no se acaba a la que estamos llamados en virtud de su sacrificio,
del que todos podemos beneficiarnos si creemos en El, si le seguimos aunque sea
en el último momento.
Desde el relato de la creación
han estado presentes en nuestro mundo Dios y el demonio, el tentador que
deslizó en la oreja de Adán la taimada afirmación de que desobedeciendo a Dios
seriamos como dioses, dueños del árbol de la ciencia del bien y el mal. El
demonio ha seguido insistiendo a lo largo de los siglos pero con la habilidad
de desaparecer de nuestro horizonte. Lo mismo que la gente no cree en Dios
también ha dejado de creer en el demonio.
Cuando los discípulos de Jesús
le pidieron que los enseñara a orar les dejó la oración del padrenuestro que
termina con una doble petición: “no nos
dejes caer en la tentación y líbranos del mal”. No dice en las tentaciones
sino en la tentación, la fundamental, la de querer ser como dioses y librarnos
del mal, del maligno, del diablo Satanás que se rebeló contra Dios en algún
momento misterioso, al grito de “no te serviré”, engañó a la primera pareja
humana que perdió el paraíso como nos relata el Génesis, aunque Dios prometió
un salvador, un mesías, Jesús el Señor. Arrojado el demonio de la presencia de
Dios sigue siendo señor del mundo y continúa sin descanso su guerra contra Dios
y los hombres, hasta el fin del tiempo.
¿Acaso no resulta grave que las
personas de estos tiempos dejen de creer en Dios y en la ley que fue revelando
a través de patriarcas y profetas y por último proclamada por su Hijo Jesús de
Nazaret?
Los diez mandamientos son
ignorados y ridiculizados. No hay más leyes que las que nos dictan los
parlamentos que se dicen democráticos, pero que deciden que el aborto es un
derecho, que puede ser legalizada la eutanasia, que las personas pueden decidir
sobre su sexo al margen de la biología, que pueden contraer matrimonio personas
del mismo sexo, que hay muchos modelos de familia, es decir, la familia como
educadora y transmisora de valores ha dejado de existir, que será el estado el
que decida la educación de nuestros hijos, que la fornicación o el adulterio
son antiguallas descatalogadas, que la relaciones entre hombres y mujeres
resultan cada vez más confusas. ¿No tendrá el demonio nada que ver en todo
esto?
Ojalá que la resurrección de
Cristo, la Pascua que celebramos, signifique un cambio en nuestras vidas y
volvamos a confiar en Dios-Padre y en la salvación que nos ofrece Cristo, el
Señor.
Francisco Rodríguez Barragán
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