Recordemos la vieja canción que decía:
al atardecer de la vida te examinarán del amor.
Creí siempre que sería capaz de
cualquier cosa que me propusiera y he vivido contento y feliz asumiendo tareas,
andando rápido, repartiendo sonrisas y riendo por cualquier motivo, pero no sé
cuándo empecé a andar más despacio, aunque no le di demasiada importancia, los
peldaños dejé de subirlos de dos en dos…dejé el automóvil con el que fuimos a
¡tantos sitios!...
Empecé a preocuparme cuando
observé que olvidaba cosas recientes y recordaba cosas de cuando era niño,
poesías recitadas en el colegio, refranes usados por los mayores con los que
conviví, que no había vuelto a usar y que de golpe volvían a mi memoria.
Observó también que muchas de mis
habilidades soy ya incapaz de repetirlas, como mantener en equilibrio una regla
sobre la nariz o subirme a una escalera para cualquier arreglo. (Tengo
prohibido usar la escalera para alcanzar los estantes más altos de la
biblioteca)
De forma silenciosa he cambiado,
he envejecido, ya no soy el mismo, aunque siga con el DNI que me recuerda que
nací hace casi ochenta y cinco años.
Dándole vueltas a esta
intempestiva toma de conciencia de mi vejez, comprendo que Dios me da un serio
aviso. Tengo que ir acabando mi faena y revisar lo que puedo rectificar de mi
pasado, si hice daño a alguien, si he dejado de hacer el bien, pudiendo, muchas
veces, si hay personas a las que detesto y no sé cómo remediarlo... etc. etc.
Me queda poco tiempo para
examinar mi larga vida e intentar las rectificaciones que me sea posible.
He escrito muchas veces en mis
articulillos “que después de esta vida hay otra” y veo que esa otra vida está
para mí mucho más cerca. ¿Cómo la utilicé? Dios no necesitará preguntarme
porque todas mis acciones están presentes ante El y cuando esté en este examen,
no podré copiar, ni buscar excusas.
Pronto harán sesenta años del
matrimonio que contrajimos, como manda la santa Madre Iglesia y del que no nos
hemos arrepentido nunca. Hemos tenido una extensa familia a la que no sé si les
habremos transmitido una educación adecuada. Estoy satisfecho de todos ellos,
aunque comprendo que el mundo que les ha tocado vivir es distinto al que
vivimos nosotros.
Y hablando de este mundo, me
preocupan los fantasmas que lo agitan, desde luchas de partidos y banderías
hasta tambores de guerra. Ya había olvidado la guerra de Corea, con su paralelo
38, la caída del muro de Berlín, la bomba atómica sobre Nagasaki, la
destrucción de las Torres Gemelas o las bombas de Madrid, cuando la guerra de
Ucrania retumba cada vez más cerca.
Los organismos que se crearon
para hacer posible una nueva convivencia parece que no sirven de mucho ni de
poco, son inútiles.
Seguramente ya no estaré aquí
para ver si las cosas mejoran o empeoran. Rezaré para que los que tienen poder
de decidir entiendan que matar al prójimo nunca es una buena solución, desde
los tiempos de Caín y Abel.
Francisco Rodríguez Barragán
Publicado en
https://www.diariosigloxxi.com/firmas/franciscorodriguez
No hay comentarios:
Publicar un comentario