UN FABULISTA QUE PODEMOS LEER CON PROVECHO.
Cuando supe de la celebración del bicentenario del nacimiento en Caspe del escritor Don Miguel Agustín Príncipe y Vidaud, mi curiosidad me llevó a buscar su vida y obra, pues, nacido en otras latitudes, no me eran conocidas.
Encontré que este autor tuvo una pluma fecunda y sus libros, no sé si todos, pueden descargarse de internet en ediciones de la época. Me he hecho el firme propósito de leerme los tres tomos de la Guerra de la Independencia, ya que esta época siempre me ha interesado, desde que leí la extensa obra del mismo título del Conde de Toreno o los Recuerdos de un anciano, de Alcalá-Galiano, entre otros muchos.
He empezado a leer sus Fábulas, encabezadas por una historia de este tipo de literatura, desde Esopo muy interesante y erudita. A diferencia de las fábulas de Iriarte, Samaniego y La Fontaine, en las que se hace hablar a los animales como personas, para deducir un apólogo: enseñanza moral o consejo práctico, en Miguel Agustín Príncipe, quienes hablan son personas, aunque se refieran a veces a la conducta de los animales, pero al igual que sus predecesores ofrece siempre una enseñanza moral para educar deleitando, como se decía en aquellos tiempos.
En la portada del libro aparece como lema el refrán latino “Parcere personis, dicere de vitis”, que podemos traducir libremente por “se dice el pecado, pero no el pecador” y se atiene al mismo al criticar los vicios o las malas costumbres, pero no las personas. Como decía Iriarte en su fábula del elefante: “a todos y a ninguno mis advertencias tocan, quien se dé por aludido con su pan se lo coma”.
Hoy, me parece que los niños no leen aquellas fábulas morales, que yo leí de párvulo en el colegio, y pienso que serían más educativas que algunas materias que se imparten como educación para la ciudadanía.
He quedado sorprendido al encontrar, en su libro, la fábula El Pelotazo, y recordar que, siendo niño, cuando jugaba a la pelota en la calle con otros niños, un señor nos la repitió más de una vez en forma de cancioncilla:
A un chiquillo un chicazo/le encajó tan tremendo pelotazo,/
que le hizo un gran chichón en el cogote; /más la pelota, al bote/
volviendo atrás con ímpetu no flojo,/tornó por donde vino:/
Y encontrándose un ojo en el camino,/al autor del chichón dejó sin ojo./
No haga al prójimo mal quien esto note,/porque el mal es pelota/
que vuelve contra el mismo que la bota,/o miente el pelotazo en el cogote.
Es curioso que algo que oí hace tantísimo tiempo, vuelva con nitidez a mi memoria, al leer a Miguel Agustín y comprenda ahora, más que entonces, su mensaje: el mal siempre se vuelve contra quien lo causa.
No lo olvidemos nunca.
Francisco Rodríguez Barragán
http://elguadalope.es/2011/10/16/miguel-agustin-principe/
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