Los medios de comunicación
buscan mantener nuestra fidelidad a sus publicaciones o a sus programas.
Conseguir una mayor audiencia repercute en los beneficios a obtener por la
publicidad. Que aumente o disminuya la tirada de un diario, semanario o
revista, o el número de usuarios de las redes sociales, significa ganancias o
pérdidas seguras para quienes las dirigen y explotan.
Durante mucho tiempo la prensa
escrita ha gozado de hegemonía en la difusión de ideas políticas y sociales,
pero hoy los espectadores de cualquier cadena de televisión pueden ser
millones, mientras que los diarios tienen tiradas cada vez más reducidas. La
mezcla de noticias, opiniones y reportajes de un periódico de papel resulta
menos dinámica que los contenidos de cualquier cadena de radio o televisión.
Por ello vemos que los mismos
profesionales de la prensa escrita dedican una buena parte de su tiempo a estar
presentes en los distintos formatos de los programas radiofónicos y televisivos,
no tanto como reporteros de noticias que
como orientadores de opinión.
Aunque cada medio pueda adscribirse a una tendencia determinada,
la necesidad de presentarse abiertos a una realidad plural los lleva a configurar
todos sus programas de opinión con políticos de todos los colores, que saben
utilizar estas ocasiones para la difusión del ideario de sus partidos.
Son tertulias a menudo de
discusiones vociferantes, entre los que representan al gobierno y a la
oposición, que continúan en los platós la gresca que quizás no tuvieron ocasión
de montar en los parlamentos de que forman parte y también de movimientos y
plataformas radicales.
Cuando intervienen
profesionales de reconocido prestigio estos programas, pueden resultar
formativos e ilustrativos para los espectadores. En otras ocasiones, todo lo
contrario.
Por todos lados estamos
sometidos a constantes presiones para compartir o rechazar las más variadas
ideas y posturas, que debidamente manipuladas podemos hacer nuestras, sin que
hayamos meditado ni razonado de forma suficiente acerca de su valor, de su
verdad, ni siquiera de su oportunidad.
Sugiero a quienes han tenido la
paciencia de leerme que cada vez que oigan o vean un programa de debate o
tertulia o como le llamen, se pregunten acerca de las personas que han
intervenido, de lo que han dicho, si expresan opiniones personales y libres o
si repiten el argumentario del partido, sindicato, grupo, organización o
colectivo de presión que lo ha enviado al programa.
Sigan preguntándose si lo que
dicen es verdadero y además bueno, justo, posible y adecuado y a quién
beneficia: si al bien común o al colectivo que representa. No compartan nunca
ninguna opinión ni postura sin haberla examinado cuidadosamente con su razón,
que para eso la tienen.
Es muy fácil creernos libres y
estar siendo manipulados por personal
especializado en convencernos de cualquier cosa. Si caemos en la trampa será
difícil escapar de ella.
Quizás las cosas serían de otra
manera si no nos hubiéramos creído que seríamos cuidados desde la cuna a la
tumba y viviríamos felices, gracias a un sistema paternal, sostenible y
solícito con los ciudadanos.
Francisco Rodríguez Barragán
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