La larga crisis que sufrimos y
nos tiene paralizados no es el resultado de ningún hecho telúrico, de ningún
terremoto, de ninguna epidemia, de ninguna invasión enemiga. El desempleo
creciente, el cierre de empresas, la falta de crédito, la deuda creciente del
estado, el desmantelamiento de las cajas de ahorro con el paralelo hundimiento
de sus obras sociales, el despilfarro, la estafa, la corrupción generalizada,
tienen unos responsables con nombre y apellidos.
Es fácil señalar de forma
global al capital, los empresarios, la banca, los políticos o los sindicatos, entes
colectivos y difusos que difícilmente pueden ser imputados, procesados y
detenidos y mucho menos recuperar sus rapiñas.
Alguien puede pensar que ya
está actuando la justicia, pero ¿qué justicia? La que alarga los procesos por
décadas, la que vive atrapada en las complicadas redes procesales, en las que
triunfan a menudo los defensores avispados, la que tampoco está exenta de
sombras.
Los que causaron tan graves
daños a los españoles siguen disfrutando de sus privilegios, formando parte de
las entidades que hundieron y de las que siguen cobrando elevados sueldos y si
tuvieron que irse, lo hicieron indemnizados encima con sustanciosas cantidades.
Qué ironía “indemnizar” a los que perjudicaron a todos. Los nombres y apellidos
de todos ellos son notorios.
Los que un día sí y otro
también piden a los españoles más austeridad y más paciencia, no sabemos que se
hayan sometido a la misma medicina y hayan recortado sus ingresos de forma
apreciable.
Todos los que colaboraron por
acción u omisión en el desastre deberían rendir cuentas, devolver lo
injustamente adquirido y escondido y pasar una buena temporada en prisión. ¿Es
posible? Alguno caerá, quizás por torpe, pero otros muchos no.
En un país en el que hay tantos
organismos para controlar la actividad de los ciudadanos, parece que hace falta
crear otro más con la ley de transparencia que ellos mismos aplicarán. Queda con
ello demostrada la inutilidad del Tribunal de cuentas, la alta inspección del
Banco de España, la CNMV, las mil y una comisarías de esto o aquello, el
control de la intervención, las comisiones del congreso y del senado, etc.
¿Quedará impune tanto desmadre?
Aquí parece que sí, pero toda esta gente debería recordar que cuando mueran no
se llevarán nada de lo rapiñado y lo que es más grave, que la muerte no es el
final, como cantan los soldados. Aunque muchos se empeñen en que Dios no existe
o no se entera, serán juzgados de forma inapelable, sin trampas ni argucias
leguleyas. Cuando una potente luz nos descubra a cada uno la sordidez de nuestra
codicia, de nuestra avaricia, de nuestra soberbia ¿qué haremos?
Si Dios no existe, todo está
permitido, decía Iván Karamazov. Por eso hay tanto interés en eliminar a quien
pueda recordarnos su existencia. Dios es el supremo bien que fundamenta los
valores que tenemos tan abandonados. Algunos soberbios pretenden decidir lo
bueno y lo malo por mayoría en tantísimo parlamento como padecemos y así nos va.
Francisco Rodríguez Barragán
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