Cuando llega el verano hay
gente que abandona sus mascotas. Después de haberles facilitado casa y comida
desde que eran cachorros, estos animales no tienen ninguna posibilidad de
sobrevivir por su cuenta ya que no tuvieron adultos de su especie que se lo
enseñase. Vagarán desnutridos por calles y carreteras y si no son recogidos a
tiempo por las sociedades protectoras de animales, morirán bajo las ruedas de
cualquier vehículo.
Llevamos varias generaciones en
las que el estado asumió la tarea de cuidarnos, desde la cuna a la tumba, de
facilitarnos cosas que consumir y disfrutar, de convencernos acerca de las
grandes conquistas obtenidas como elegir a nuestros gobernantes, obtener un
título universitario, tener unos sindicatos que deciden lo que debemos ganar
cuando trabajamos, contar con la protección social de nuestra salud, de nuestro
desempleo, de nuestra vejez.
El constante deseo de nuestros
gobernantes de que seamos felices parece haber llegado demasiado lejos y
resulta insostenible. Para seguir manteniendo el tinglado que ellos dirigen,
cada día nos anuncian, desde los medios de comunicación, el “éxito” conseguido
en la colocación de los bonos del tesoro, es decir, que estamos cada día más
endeudados y dependientes de nuestros prestamistas, lo que no parece inquietar
demasiado a los políticos que piensan más en las próxima elecciones que en las
próximas generaciones.
Pero la cifra de jóvenes que no
consiguen su primer empleo y siguen viviendo a costa de su familia es pavorosa.
Pienso que son jóvenes a los que nadie enseñó a buscarse la vida en libertad, a los que había que darle todo para
que no sufrieran ninguna incomodidad, a los que nadie entrenó en el esfuerzo y
el sacrificio y andan pendientes de lo que pueda hacer el papá-estado para que
termine la crisis y poder disfrutar de la vida.
En 1840 Alexis de Tocqueville,
reflexionaba sobre La democracia en América y en la última parte de su obra advertía
del riesgo de que se estableciera en las sociedades democráticas un sistema
despótico, al alzar sobre los ciudadanos un poder inmenso y tutelar que en
lugar de prepararlos para la edad viril persiguiera fijarlos irrevocablemente en la infancia,
en una situación de dependencia del estado para ir convirtiéndolos en rebaño fácil
de manejar por el gobierno.
Algo así es lo que ya tenemos:
una población que pide soluciones al gobierno, a éste o a otro, sin advertir
que es el gobierno el problema, una pesada y onerosa superestructura que nos
ofrece la libertad de elegir los políticos que nos seguirán gobernando de la
misma o parecida manera, mientras que nos somete a su asfixiante despotismo administrativo
e intervencionista.
Francisco Rodríguez Barragán
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