Según los barómetros mensuales del
CIS los españoles se definían, en
materia religiosa, como católicos el 78 % en el año 2005 y en septiembre de
2013 ha descendido al 72.4 %. Los que se definían como no-creyentes han pasado
del 12.3 % al 15.2 % y los que se
confesaban ateos han pasado del 6.2 % al 8.6 % en el mismo periodo.
Desde un punto de vista
superficial podíamos decir que los católicos siguen siendo mayoría, pero si
atendemos al dato que también nos ofrece el CIS respecto a la práctica
religiosa de los mismos, la asistencia semanal a misa vemos que ha ido
descendiendo desde el 18 % en 2005 al 13.3 % actual, y los que declaraban que
no iban casi nunca a misa, han crecido del 50,8 % al 58.7 % en el mismo
periodo.
Si se considera que la
asistencia a la Eucaristía de cada domingo sería la práctica religiosa mínima
que podía esperarse, resulta bastante desolador el panorama que se deduce de
estos datos. Sin duda los que se definen católicos estarán bautizados, serán
devotos de alguna advocación mariana e incluso miembros de alguna cofradía,
pero lo que se percibe es el alejamiento de la iglesia y sus sacramentos por
falta de una fe asumida, formada y vivida.
La minoría que se declara
no-creyente o atea es la que está imponiendo su forma de pensar en nuestra sociedad.
La fe religiosa se señala como algo del pasado, anacrónico, incompatible con la
cultura moderna y democrática. Se le tolera siempre que se trate de algo privado,
pero se rechaza que se reclame para sus valores una vigencia universal y
permanente.
Desde el relativismo imperante
ser o no religioso es lo mismo. La incredulidad es hoy como el sustrato común
sobre el que se construye una sociedad cuyos valores se deciden en el juego
político, en la influencia de los medios de comunicación, en las redes sociales,
en la idolatría científica.
Dios resulta innecesario para
la mayoría. Somos nosotros mismos los que nos dotamos de leyes y mandamientos,
esperamos más en los avances científicos que en la ayuda de Dios, muchos que
fueron educados cristianamente abandonan la fe con la sensación de sentirse
liberados de preceptos y obligaciones. Siempre con la pretensión de una
absoluta autonomía, vamos contra la fe y la religiosidad.
Pero nuestra sociedad va mal,
nos quejamos del egoísmo, de la corrupción, de la política de este o aquel
signo o de ambos. El sistema democrático, en el que tanto se confiaba, no
parece capaz de generar más justicia, más equidad, más bienestar para los
ciudadanos. La familia es cada vez más frágil, la población más envejecida, la
natalidad no es capaz de conseguir la tasa de reposición. Hay hasta quien se
atreve a decir que el aborto es sagrado.
Si realmente las tres cuartas
partes de la población fuéramos cristianos, si tuviéramos fe como un grano de
mostaza, si amáramos al prójimo como a nosotros mismos, no hay duda de que esto
podría ir cambiando.
Pero aunque sólo seamos el 13 %
que vamos a misa cada domingo, si nos lo tomáramos en serio y anunciáramos, sin
miedo, el mensaje de Jesús también sería posible el milagro. Nueva
evangelización, año de la fe, por favor, que no sean palabras que se lleva el
viento.
Francisco Rodríguez Barragán
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