Estoy seguro de que la mayor
parte de los políticos no son corruptos, al igual que la mayor parte de los
sindicalistas. También pienso que la mayor parte de los jueces no están
politizados y tratan de aplicar las leyes con imparcialidad y lo mismo puede
decirse del resto de las instituciones y colectivos.
Cuando alguna parte de nuestro
cuerpo está infectado, aunque el resto esté sano, nos aplicamos con toda
diligencia a eliminar la infección, el tumor o lo que sea, porque sabemos bien
que, de no atajar el mal, afectará a la totalidad de nuestra salud.
Esto que parece tan claro, no
parece estarlo para las instituciones que forman el entramado político que
articula nuestra convivencia como nación. Quieren atajar las corrupciones
mediantes leyes de “transparencia” que viene a ser algo así como perder el
tiempo, primero en ponerse de acuerdo sobre el contenido de la ley y después en
la forma de aplicarla, quizás colgando en la red la contabilidad de cada
partido, sindicato, ayuntamiento, etc.
Es posible que caigan en la
cuenta de que el Tribunal de Cuentas puede ser suprimido ya que, o bien no ha
sido capaz de detectar las corrupciones o las ha detectado fuera de plazo para
actuar. Puedo estar mal informado, pero no recuerdo que este tribunal haya
“empapelado” a nadie. He leído a veces sus informes señalando los agujeros de
las cuentas que revisan, pero tengo la impresión de que no pasa nada.
Los políticos que no se han
manchado con corrupciones, corruptelas, sobornos, cohechos, favoritismos ni
comisiones, debían ser los primeros que combatieran la corrupción pero no es
así. Seguramente callan para no incomodar a otros conmilitones que tienen en su
mano incluirlos o no en las próximas listas electorales, llamarlos o no a los
cargos que puedan presentarse y cosas así.
Pero ciertamente toda la clase
política, sindical o judicial resulta cada vez peor valorada. Su debilidad ya
ha empezado a ser utilizada por movimientos revolucionarios cuyo objetivo es la
destrucción de lo que tenemos, para edificar sobre las ruinas sus problemáticos
desvaríos.
Todas las revoluciones
comienzan por señalar a determinados partidos o personas como culpables de
todos los males, son: la casta,
enemigos del pueblo a los que hay que descabalgar y destruir. Parte del pueblo,
fácilmente convertido en populacho, estará más que dispuesto a tirar piedras,
quemar contenedores de basura, destrozar el mobiliario urbano y otras
“heroicidades” que contemplamos en nuestros televisores a mediodía o por la
noche, convencidos de que están luchando por la libertad y la democracia.
Parece que a nuestros
gobernantes les preocupan las próximas elecciones y que pueden convencernos de
votarlos con una rebaja de impuestos. Por mi parte desearía que se aplicaran a erradicar
la corrupción y el despilfarro inhabilitando a sus causantes para volver a
entrar otra vez en la política y que urgieran a los tribunales a terminar los
miles de casos que esperan una sentencia justa, pues una sentencia tardía me
parece inútil.
El grito revolucionario de
Podemos está siendo amplificado por todos los medios de comunicación, incluidos
aquellos que lo critican. Quizás ha servido para despertar a la clase política
pero, conseguido esto, sería preferible ignorarlo, mientras que se va desembarazando
el panorama de corruptos y trincones. Ojo a los boletines oficiales: un millón
de páginas anuales de disposiciones no hay pueblo que lo resista.
Francisco Rodríguez Barragán
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