El caso de los sacerdotes
presuntamente pederastas de mi ciudad, ha provocado que muchas conversaciones
giren sobre la cuestión y se pregunten escandalizados: ¿cómo es posible que,
habiendo recibido una buena formación,
puedan dejarse llevar por un vicio tan repugnante?
Por mi parte respondo, que
la formación por sí sola no es
suficiente para estar a salvo de las tentaciones que el demonio nos presenta
cada día, aunque buena parte de los que me escuchan no creen en la existencia
del demonio.
También arguyo que todos los
corruptos, que andan por los tribunales por haberse enriquecido
ilícitamente, no carecen de formación,
aunque nunca se hace mención de ello en el mismo sentido que los curas, pero
tanto unos como otros sabían perfectamente que lo que hacían era malo.
Pienso que todos tenemos
bastante claro lo que está bien y lo que está mal, de lo que hacemos cada día,
aunque nuestras acciones no lleguen a estar tipificadas en el Código Penal. Los
curas pederastas son malos, malísimos, los corruptos son también malísimos,
pero cada uno de nosotros ¿estamos acaso justificados, esperando nos canonicen?
Nadie está libre de ser
tentado por el demonio y caemos una y otra vez cada día, pero tenemos una gran
habilidad para justificarnos con las
más variadas y falsas argucias.
La mentira la usamos de
forma habitual, sin ningún remordimiento de conciencia, siempre que el embuste
nos sea favorable. Lo mismo la otra clase de mentira que es la ocultación de la
verdad en el ámbito familiar, en el ámbito laboral o el fiscal.
La fornicación y otros
vicios han tomado carta de naturaleza en nuestra sociedad. Gozar de la
sexualidad sin trabas ni responsabilidad, incluso respetando, como ahora se dice, la orientación sexual de cada cual.
Todo vale, si no media violencia declarada o de género. Si no creemos que el
fornicio y otros vicios sean pecado, tampoco creeremos que el demonio nos esté
tentando todos los días. El gran éxito de Satanás es haber conseguido pasar
desapercibido.
Nuestra naturaleza, que
teóricamente debía tender al bien y a la verdad, podemos comprobar que se
complace en el mal y en la mentira, siempre que con ello nos libremos de
cualquier esfuerzo personal.
Andamos averiguando los
misterios del universo, pero no tratamos de saber lo que haya podido ocurrir
para que nuestra naturaleza esté sujeta a la seducción del mal. Peor aún:
rechazamos las explicaciones que se nos ofrecen si llevan implícitas el
esfuerzo del dominio de sí mismos o la exigencia de reconocer a un Dios-Creador que nos pedirá cuentas.
Los cristianos recitamos a
menudo, más o menos distraídos, la oración que el mismo Jesús nos enseñó: el
padrenuestro, que termina pidiendo a Dios que no nos deje caer en la tentación
y nos libre del mal. Porque el mal existe, actúa en el mundo y se opone a que
los hombres alcancemos la gloria que ellos perdieron por su soberbia.
Empieza el Adviento, tiempo
de esperanza, pero ¿qué esperamos? ¿el estado de bienestar? ¿consumir hasta
reventar? ¿diversión y vacaciones?... Si no reconocemos nuestra situación de
pecadores no habrá salvación para nosotros.
Francisco Rodríguez Barragán
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