He de confesar que tengo la
impresión de que todo lo que me rodea se va deteriorando a marchas forzadas,
tanto dentro de España como en Europa y en el mundo. Quizá creía que la marcha
del tiempo iba a llevar las cosas a mejor, al progreso indefinido en el que
cree mucha gente, pero no es así.
No debo ignorar que las
cosas pueden mejorar o empeorar y si en el periodo de la transición viví la
alegría de una esperanza de mejora, ahora creo que las cosas están empeorando y
ando cavilando acerca de lo que nos ocurre.
En primer lugar pienso que
la democracia que tenemos no es una garantía de nada, pues ha sido incapaz de
modificar las cosas que no funcionan, por ejemplo la ley electoral como medio
de elegir a los mejores para administrar con honestidad, transparencia y
economía las cosas comunes.
Las corrupciones de los políticos
que elegimos han estado a la orden del día, pero los que pretenden sustituirlos
no me merecen ninguna confianza ni en sus conductas ni en sus pactos y
componendas para alcanzar el poder en una España fraccionada en taifas y
banderías demasiado numerosas.
No creo que pueda
regenerarse un sistema si los “antisistema” alcanzan cuotas crecientes de
poder. No son mayoría por ahora, pero saben manejar los medios de comunicación
y canalizar la energía que segrega el descontento, el odio y el rencor. Siempre
aparecen aplaudiéndose a sí mismos, mientras proclaman que ellos son el pueblo.
De verdad ¿eso es el pueblo?, ¿llegan para mejorar las cosas o para imponer sus
ideas?
Somos una sociedad débil que
ha optado por creer en el devenir, en el cambio continuo, que rechaza cualquier
valor permanente, moral o religioso, tomándolo por una imposición intolerable,
propia de una derecha autoritaria. La educación que se ofrece a las nuevas
generaciones puede transmitir conocimientos científicos pero no el valor de la
cultura y de la historia que nos fue configurando como pueblo. La familia, cada
vez más frágil e inestable, tampoco los transmite, por lo general.
Tocqueville, que reflexionó
sobre la democracia, ya indicó que el estado providencia trataría de mantener a
las nuevas generaciones en una adolescencia permanente para facilitar el
ejercicio del poder de los gobernantes. La cuestión es que el estado
providencia ha devenido insostenible y no sabemos cómo solucionarlo.
Grecia es el modelo de un
estado insostenible que pretende vivir a costa de los demás y quién sabe si su
postura, jaleada por todos los “antisistema”, puede dar al traste con el
invento europeo que seguramente otras potencias estarían encantadas de hundir.
Es imprescindible para
examinar el aquí y ahora de España verla en sus problemas y debilidades
internas y verla en el contexto de la Comunidad Europea y del mundo globalizado
en el que pintamos bastante poco.
La ley electoral, la
racionalización de las autonomías, la independencia judicial, las amenazas
nacionalistas, el envejecimiento de la población, la educación, el
sindicalismo, etc. son problemas que están ahí y no se abordan ni se resuelven.
El populismo creciente,
posiblemente piensa que “cuanto peor, mejor” para hacer la revolución
intolerante y radical con la que sueñan.
Francisco Rodríguez Barragán
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