Una
parte no puede levantarse contra el todo de una nación
Los independentistas catalanes
tratan de mantener que la democracia
está por encima de la ley lo que resulta absurdo, pues la democracia
significa el poder de todo el pueblo
frente al sistema aristocrático en los que el poder se ejercía por los que se consideraban o eran
reconocidos como “los mejores”, el sistema absolutista del monarca que se
consideraba delegado de Dios mismo y reinaba “por la gracia de Dios”, o el
sistema dictatorial en el que una persona o un partido concentra todo el poder
imponiéndolo por la fuerza de las armas o el terror que son las tiranías aún
presentes en nuestro mundo.
Todos los sistemas se han
ensayado a lo largo del tiempo y algunos siguen vigentes, pero el que ha
resultado más aceptable ha sido la democracia, siempre y cuando no resulte excluido ningún grupo humano, como
ocurrió con los negros en USA, que, después de estar presumiendo de democracia
desde finales del siglo XVIII, no aceptaron a los afro-americanos hasta 1967
gracias a la denodada lucha de Martin Luther King o el Imperio Alemán que
excluyó a los alemanes de origen judío asesinándolos.
Las democracias se sustentan en
una constitución en la que se determina el sujeto soberano y el territorio de
la misma y se estatuyen las formas en que se ejercerá el poder por todos los
ciudadanos. España ha redactado varias constituciones desde la de 1812 a la de 1931 que tuvieron desigual fortuna y
duración, hasta que en 1978 nos dimos la que pensamos y deseamos que tuviera
una vida larga y fructífera, pero he aquí que parte de los españoles que viven
en Cataluña, los que se consideran una raza superior, llevan años intentando
romper la unidad de España y convertirse en una nación independiente saltando
por encima de las leyes que son precisamente las que forman el entramado
democrático.
La Constitución Española no es
intocable, en ella se prevé la posibilidad de modificarla por lo que podrían
intentar esta vía, pero saben de su imposibilidad ya que los que reclaman la
independencia no son todos los españoles que viven en Cataluña sino una minoría
supremacista que viene vendiendo sus votos por prebendas, que la han llevado a
resultar beneficiada frente a otras regiones españolas y a gozar de un
autogobierno a todas luces excesivo.
Para lograr sus fines han ido
utilizando su lengua y su historia inventada
para presentarse en la escena internacional como víctimas del Estado Español y
se han lanzado a una rebelión, a un golpe de estado, que esperaban fuera
apoyado por la Unión Europea, cuyos autores merecen ser castigados y que sirva
de aviso a otras regiones que también tienen o han tenido veleidades
separatistas.
Estos golpistas no son presos
políticos sino políticos presos que han pasado de sus ensoñaciones independentistas
a utilizar la desobediencia, el desacato y la violencia contra el Estado,
cuando esas mismas personas son los representantes de la nación española en
aquella comunidad autónoma.
Su defensa carece de
consistencia ya que sus ideas podían haberlas defendido en el Congreso y el Senado del que forman parte si fueran razonables, pero la violencia
organizada no tiene cabida frente a la nación de la que forman parte, que
votaron en su día y de la que han obtenido, seguramente, excesivas ventajas.
Ni el gobierno ni las
instituciones pueden mostrar debilidad ante los desmanes provocados por los que
creyeron que podrían doblegarnos.
Francisco Rodríguez Barragán
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