Una gran parte de nuestros
políticos y gobernantes, al igual que muchas de nuestras instituciones, se han
ido ganando a pulso su desprestigio y nuestra desconfianza a lo largo de estos
35 años de democracia.
El despilfarro y la corrupción
van siempre de la mano, aunque puede haber, quizá, despilfarradores que no se
hayan beneficiado personalmente de su mala gestión y corruptos y corruptores
que han actuado siempre movidos por la codicia, aunque sus ganancias duerman
escondidas en lejanos o cercanos paraísos fiscales, en cajas fuertes o
simplemente debajo del colchón.
Es curioso que el gobierno
tenga montada una gigantesca administración, perfectamente informatizada y
automatizada para detectar cualquier error en el pago de impuestos de cualquier
asalariado, pequeño empresario o trabajador autónomo, mientras resulta incapaz de conseguir que las cuentas
de los partidos y los sindicatos sean transparentes y conocidas de los sufridos
contribuyentes, de cuyos bolsillos son extraídas las cantidades de que
disfrutan.
Cuando hacemos la declaración
de la renta se nos pregunta si queremos destinar una pequeña fracción de
nuestra cuota a la Iglesia Católica o a obras sociales, pero no nos preguntan
si estamos de acuerdo con las subvenciones que van a distribuir de nuestros
dineros a partidos y sindicatos o para programas extranjeros, que ¡vaya a usted
a saber quién gestiona! o a películas que, según se dice, algunas no llegan ni
a estrenarse o a las numerosas fundaciones creadas por unos y otros, cuya
función social tampoco es conocida por nosotros los que, en definitiva, las
sostenemos con nuestras obligatorias aportaciones en forma de impuestos: ese IVA
que realmente más que un impuesto sobre
el valor añadido es un impuesto para disminuir el valor de nuestros salarios,
sueldos o pensiones.
Nos dicen que van a estudiar
una reforma fiscal importante, cuando lo que necesitamos es una reducción fiscal importante. Que nos
dejen gastar el dinero que ganemos como tengamos por conveniente en lugar de
írnoslo mermando con el señuelo del insostenible estado de bienestar. Recuerdo
cuando la cotización a los seguros sociales se explicaba como “salario
diferido” ahora nadie lo dice para que no nos percatemos de que no hay tal salario
diferido, sino una probable quiebra del sistema si sigue aumentando el número
de viejos y disminuyendo el de niños.
Hablan de una ley de
transparencia: confiesan por tanto que todo está embrollado y que los órganos
que tendrían que haber velado por ella han fracasado. También fracasará esta
ley si llega a dictarse, porque aunque unos y otros estén constantemente a la
greña, no es para desbancar a los inútiles y corruptos de un partido sino para
sustituirlo por otros de similares aptitudes del partido contrario, dejando
intacto el entramado de sus privilegios.
Con el sistema electoral
vigente estamos condenados a ser gobernados por uno de los dos partidos
nacionales, si alcanza la mayoría absoluta y la utiliza, y caso contrario por
inestables y onerosas coaliciones con nacionalistas y extremistas.
Mientras tanto seguiremos, como
si se tratara de un deporte más, los incidentes judiciales del PP y su tesorero
o del PSOEA y sus ERES falsos, siempre que no se vayan extinguiendo en el
tiempo, como parece pasarle al caso Urdangarín.
Francisco Rodríguez Barragán
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