La acción de cualquier gobierno
sólo se legitima cuando está al servicio del bien común, es decir, de todos los
ciudadanos y busca soluciones de equilibrio entre los distintos intereses de todos ellos. Como siempre pueden
existir diversas soluciones para unos mismos problemas, parece adecuado y útil
que existan distintas formaciones políticas que puedan ofrecerlas a los
ciudadanos, para que elijan la que les parezca más adecuada, sin que pueda
entenderse que la mitad más uno de los votos puede vulnerar los derechos de la
otra mitad menos uno.
Esto, que me parece bastante
claro, no es realmente lo que sucede. Las formaciones políticas no ofrecen
ningún catálogo de soluciones sino una vaga y confusa ideología orientativa de
sus proyectos marcada con el simplificador marchamo de derecha o izquierda. El
centro no pasa de ser un punto teórico variable para invocarlo cuando convenga.
Si observamos lo que hacen las
distintas formaciones políticas en sus feudos de poder encontramos un indudable
parecido. Todas se creen legitimadas para legislar, gastar y gravar a los
ciudadanos. Todas quieren manejar la economía, las finanzas, la educación o la
sanidad y todas se consideran impunes de los desastres que hayan podido causar
con sus desaciertos y lo que me parece más grave: tratan de hacer pasar como beneficioso
para los ciudadanos lo que, en verdad, es beneficioso sobre todo para ellos,
los políticos y sus partidos.
En lugar de una honrada
propuesta de soluciones a los problemas y de leal colaboración con los demás,
lo que se ofrece es una retórica cargada de enemistad e incluso de odio al
contrario. No me parece nada democrático querer destruir al adversario por
todos los medios a su alcance, incluida la movilización callejera, pues el adversario, en principio, representa a
sus votantes, es decir, a una parte de los ciudadanos a los que viene obligado
a servir todo gobierno, sea del color que sea.
El parlamento no me parece un
modelo de diálogo constructivo, sino un diálogo de sordos, bronco y descortés
casi siempre. Los que se dicen unos a otros, nuestros representantes, no busca
consensos ni soluciones en beneficio del bien común sino la continuación de la
campaña electoral, sustituir al gobierno o desgastar a la oposición. Poco
edificante todo ello.
Las tertulias que nos ofrecen
los medios de comunicación, con su manía de pluralidad, son, casi siempre, la continuación
del bochornoso espectáculo del enfrentamiento de los partidos, pues los que
acuden a ellas van a repetir los argumentos de sus propias formaciones políticas,
pero de forma gritona, interrumpiéndose unos a otros que parece van a llegar a
las manos, aunque todo quede en nada. Cuando asiste alguna persona
independiente que expone su propio juicio se agradece.
Los que ya somos viejos y
esperábamos ilusionados la llegada de la democracia pensábamos que iba a ser
otra cosa, que podríamos elegir a las personas que nos representarían para buscar
soluciones a los problemas, pero en realidad lo que elegimos es partidos que, a
menudo, no resuelven nuestros problemas sino que nos crean otros nuevos, que
quieren otorgarnos “nuevos derechos” en lugar de respetar los que nos
corresponden como personas y como familias y tantas otras cosas que podíamos
añadir y que sin duda comentaremos otro días.
Francisco Rodríguez Barragán
No hay comentarios:
Publicar un comentario