Tengo la impresión que cada año
comienza antes la campaña publicitaria de los artículos que debemos comprar y consumir
con motivo de la Navidad, aunque referencias expresas al nacimiento de Jesús no
sean muchas y abunden más los símbolos luminosos de la nieve, del abeto o de
ese personaje gordo, vestido de rojo, que hemos importado de otras latitudes. Hay
una decidida intención de eliminar cualquier sentido religioso de las fiestas
que celebra la Iglesia a lo largo del año para sustituirlo por fiestas de
invierno, de primavera o de Halloween, la más reciente importación de una extraña
y repelente celebración.
El laicismo rampante que
padecemos sabe muy bien que ese Niño Jesús que se coloca en un belén de corcho
y figuritas, es el mismo Jesús que predicó la llegada del Reino de Dios a los
pobres y a los pecadores y criticó con dureza a los que se creían justos y a
los que ponían su corazón en las riquezas. La gente importante de su tiempo que,
si esperaba algo no era aquella clase de Mesías, terminó por darle muerte.
El evangelio molesta a quienes
se les habla de amor al prójimo, incluidos los enemigos, de solidaridad con los
pobres, de lucha por la justicia y la equidad, de la necesidad de una vida
austera y virtuosa. Mejor que no se difundan tales ideas, mejor que consuman
cada vez más cosas, gocen de más placeres, tengan menos responsabilidades, que
vuelva pronto el estado de bienestar que nos cuide de la cuna a la tumba o
mejor, no hablemos de la tumba sino del
derecho a morir con dignidad, cuyo significado es que te eliminen con un
sedante poderoso.
Ese Jesús que nació en un
establo de Belén, murió en una cruz y resucitó al tercer día, encargó a sus
discípulos, a los que le vieron resucitado, que fueran a todo el mundo a
predicar el evangelio, mandato que ha llegado, por su testimonio, hasta nosotros, los que hemos creído en Él. Ya
nos advirtió que no sería una tarea fácil seguir sus pasos, que lo mismo que el
mundo lo odió a Él, el mundo nos odiaría a nosotros.
Jesús prometió el Reino de los
cielos y llamó dichosos a los pobres, a los pacíficos, a los que lloran, a los
que tienen hambre y sed de justicia, a los misericordiosos, a los limpios de
corazón, a los que trabajan por la paz, a los perseguidos por causa de la
justicia. Todos estos valores no son los que se cotizan en las bolsas del mundo
que está más preocupado por el control del sistema financiero, la explotación
de las riquezas, incluidas las personas, el control de la natalidad, el
calentamiento global, etc. etc.
Esta mi reflexión sobre la
Navidad es la felicitación que envío a quienes me lean, seguramente les
resultará extraña, pero me parece más fiel al mensaje de Jesús. La alegría del
Evangelio es el anuncio de la llegada del Reino de Dios al corazón de cada
persona que esté dispuesta al seguimiento de Jesús para entrar en la vida
eterna.
(¿Que no cree en la vida
eterna? De eso saldrá de dudas cuando menos lo espere).
Francisco Rodríguez Barragán
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