La violencia contra las mujeres
por parte de los hombres es una lacra que debemos erradicar de nuestra
sociedad. Es indigno de un hombre utilizar su fuerza para agredir a una mujer,
al pasar de una relación de amor a otra de odio.
El odio es un sentimiento malsano que destruye
todo lo que toca convirtiendo la vida en un infierno. Los que se odian buscan
la forma de hacer al otro el mayor daño posible en una cadena sin fin que los
va hundiendo cada vez más en su desgracia.
Además las mujeres son víctimas
de los que le vendieron el engaño de que podrían disfrutar de una sexualidad
sin límites y sin responsabilidades. Gracias a los métodos anticonceptivos
podrían dejar de ejercer de madres y de esposas, con una omnímoda libertad.
Pero las cosas no ocurren
siempre de la forma esperada. En cualquier momento se produce un embarazo y
aunque para ello hizo falta el concurso de un hombre, éste no quiere saber nada
del problema.
Después de tanto alardear de
igualdad entre hombres y mujeres, el varón no se queda embarazado sino la hembra,
que ha de decidir si seguir adelante con el hijo que ha concebido o matarlo,
como le aconsejan desde las más variadas instancias. En la forma eufemística y
tramposa de las palabras se le dice que proceda a la interrupción voluntaria
del embarazo, donde interrumpir es poner fin a una vida que crece y lo de
voluntaria es más bien llevarla al convencimiento de que no tiene otra
solución.
Lo mismo que se persigue al
varón que pega a su pareja y se le imponen duras penas, por qué no se le exige
al que gozó de una mujer que se responsabilice del destino de ese embrión que
lleva ya impreso su ADN.
Si se trata de una violación se
persigue al violador, pero si no hubo fuerza sino simple juego aceptado por ambos,
si se producen consecuencias inesperadas por qué no se afrontan por los dos.
El cargar solo sobre la mujer
el peso de los embarazos no deseados ¿no resulta de un machismo insoportable?
Me extraña que las feministas, siempre combativas frente a los hombres,
respeten que queden exentos de cualquier obligación respecto a la mujer que
dejaron embarazada.
La libertad de abortar que se
reclama desde una sedicente progresía, va aneja a la libertad de mantener
relaciones sexuales con cualquiera y de cualquier manera y a menudo desde la
adolescencia.
Pienso que la banalización de
la sexualidad es una de las grandes desgracias de nuestro tiempo, pues la
sexualidad está ligada al amor entre dos personas que se entregan mutuamente
para formar una unidad superior, la familia, capaz de dar vida, cuidarla,
educarla y protegerla.
La familia es la célula básica
de la sociedad y está siendo objeto de los más furiosos ataques, sin querer ver
que nuestra sociedad está enferma, envejecida, incapaz, no ya de crecer, sino de
reponer las generaciones que vamos a ir desapareciendo.
Mientras tanto andamos
discutiendo sobre el aborto, los que tuvimos la suerte de que nuestras madres
no decidieran la interrupción voluntaria del embarazo cuando éramos un pequeño
embrión latiendo.
Francisco Rodríguez Barragán
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