Eso de la reforma de la Constitución
Ningún
político querrá una reforma que pueda suprimirlo
Se está hablando mucho,
quizás demasiado, de reformar nuestra Constitución aunque los partidos
políticos no tienen nada claro lo que quieren modificar salvo los populistas
que lo que desean es deslegitimarla y abrir un nuevo periodo constituyente. Su
programa es sobre todo destruir pues saben bien que solo pueden crecer en
situaciones de crisis y dificultades capitalizando el odio y el descontento.
Por mi parte pienso que más
que una reforma nuestra Constitución lo
que necesita es una poda a fondo, eliminar todo el título VIII y terminar
de una vez con el estado de las autonomías que solo nos está trayendo gastos y
problemas.
Pero es imposible que
nuestros políticos se decidan a terminar con las autonomías, pues son el gran pesebre en el que se alimentan y
además en un país troceado es más fácil asaltar el poder pedazo a pedazo. El
estado autonómico no facilita la igualdad de todos los españoles sino que
introduce diferencias hirientes e insalvables.
Los que hicieron posible
transición creyeron, equivocadamente, que con el
reconocimiento de regiones históricas, fueros añejos e identidades más o menos inventadas
se iban a conjurar los viejos demonios separatistas. No fue así sino que se
estimuló el apetito secesionista.
Aquello de alcanzar la
autonomía a dos velocidades que preveía el texto constitucional se vino abajo
con el referéndum andaluz y la solución salomónica de Suarez de “café para
todos”. ¿Cómo podía hablarse de la unidad
de España con comunidades autónomas de tan variados tamaños?
Las comunidades con
veleidades independentistas se encontraron en la rentable posición de ser
partidos bisagra y prestar sus votos a uno u otro de los partidos mayoritarios,
cobrándolos a precio de oro con cargo al resto del país.
La aparición de nuevos
partidos de ámbito nacional ha dejado inservible el invento, como hemos podido
comprobar. Han llegado al poder en varias comunidades y ayuntamientos extrañas
coaliciones que no parece que estén representando ningún avance en la
gobernabilidad del país sino, a mi parecer, todo lo contrario.
La crisis, de la que tanto
se habla, no es más que el resultado de vivir por encima de nuestras
posibilidades. El gobierno cree que puede resolverlo todo con reformas
económicas pero sin abordar la necesidad de gastar menos, de adelgazar la
gigantesca administración que padecemos, al parecer intocable.
¿Son necesarios 350
parlamentarios en el congreso? ¿Sirve para algo el Senado? ¿No hay demasiados
parlamentos autonómicos llenos de gente que cobra? ¿No sería más barato que nos
gobernara un estado central?
Pensar que nuestros
políticos van a hacer nada de esto es pura fantasía, aunque podemos
despertarnos de golpe cuando se compruebe que estamos en quiebra, que hay
demasiadas inversiones no rentables que
estamos pagando entre todos, desde líneas de alta velocidad, autopistas
radiales, aeropuertos o universidades, teatros y polideportivos en cada pueblo
que, en muchos casos apenas se usan, pero si los del pueblo de al lado lo han
conseguido nosotros nos vamos a ser menos, si las otras comunidades autónomas
tienen esto o lo otro, pues eso, que no vamos a ser menos y así todo.
Seguramente habrá quien
piense lo mismo que yo, pero me temo que los políticos no están por la labor.
Francisco Rodríguez Barragán
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