Nada hay gratis.
Nada hay gratis, siempre las
cosas las paga alguien. Costará, quizás, más de una generación desarraigar la
equivocada convicción de que papá-estado está obligado a resolvernos la vida:
enseñanza, sanidad, empleo, vivienda, etc. Como niños malcriados, nos rebelamos
cuando nos merman o recortan los beneficios que veníamos recibiendo
gratuitamente.
Lo que se recibe a cambio de
nada, alguien lo ha pagado. El Estado puede gobernar peor o mejor, pero no tiene
ninguna posibilidad de crear dinero de la nada. A lo largo del tiempo, los
sucesivos gobiernos asumieron como obligación propia la redistribución de la
renta, para lo cual se inventaron la enseñanza y la sanidad pública y gratuita
y ampliaron constantemente el campo de aplicación de la seguridad social.
Todo esto está en crisis y
parece difícil seguir manteniéndolo. Pero después de tanto ofrecer derechos a
cambio de votos, resulta arriesgado hablar de deberes, sobre todo del deber de
cada cual de tomar la responsabilidad de su propia vida.
¿Qué ha pasado? Todos hemos
visto carteles explicativos de que tales y cuales obras se estaban realizando
con fondos europeos. También la Comunidad Europea, con afán redistributivo,
organizó ayudas a los países más pobres, para irlos igualando con los más ricos.
Sin duda España recibió estas ayudas pero a pesar de ello resulta que estamos
arruinados y entrampados. Los estudiosos de la economía debían de explicarnos cómo
hemos llegado a esta situación.
Oímos hablar de la construcción
de aeropuertos a los que no llegan
aviones, líneas de alta velocidad sin viajeros, costosas líneas metropolitanas
en ciudades que no las necesitan. También compruebo que en pueblos cercanos a
la capital de mi provincia se han construido teatros, que apenas son utilizados
y no pueden costearse, al igual que otras instalaciones que representan una
carga para los ayuntamientos difícil de soportar.
Quizás todo empezó con los
fastos del V Centenario y la Expo de Sevilla, repetida en otras capitales con escaso
resultado para activar sus economías, pero sí para producir derroches,
corrupción, deudas.
Veo muchos días a una pobre
mujer que, sentada en una caja, hace collares y pulseras ensartando cuentas de
madera, conseguirá unas pocas monedas por su trabajo, lo que me parece más
digno que protestar y no hacer nada, aunque quizás cualquier día la policía
local la exija papeles o permisos imposibles.
Hipotecas, desahucios,
despidos, EREs. ¿Nada de esto se podía prever? Quizás los políticos, en el
corto plazo de su legislatura, prefirieron ignorar lo que iba a ocurrir después.
El sistema financiero, que Zapatero calificó de campeón, actuó mal. Prestó el
dinero a quien no lo podía devolver y el dinero no era el suyo, el del banco,
sino el de sus clientes, que tenía que haber cuidado con especial atención, o a
su vez pidió prestado al Banco Central Europeo dinero, a un interés tan bajo,
que animó a los codiciosos financieros a endeudarse con el banco europeo para
prestarlo a mayor interés al gobierno o a empresas inmobiliarias y
constructoras que crearon una burbuja que terminó por estallar. El encargado de
controlar todo esto ¿qué hizo? Nada.
Sin perjuicio de exigir las
responsabilidades oportunas a los que han actuado rematadamente mal, dejemos de
reclamar derechos y apliquémonos a ejercitar nuestros deberes, el primero de
los cuales es confiar más en nuestro esfuerzo que en la providencia del estado.
Francisco Rodríguez Barragán
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