Los demonios existen, son
seres espirituales dotados de una inteligencia muy por encima de los hombres,
aunque han conseguido, en un alarde de sublime sutilidad, pasar desapercibidos.
Dice Baudelaire que es más difícil amar a Dios que creer en Él y por el
contrario nos resulta más difícil creer en el diablo que amarlo pues todo el
mundo le sirve y nadie cree en él.
La historia nos ofrece una
continuada lucha entre pueblos, razas, civilizaciones o religiones y como
razonamos que todo lo que ocurre ha de tener una causa, también los pensadores
y filósofos nos ofrecen una extensa variedad de explicaciones de las luchas y
de las guerras que padece la humanidad sin solución de continuidad.
El ansia de poder, la
voluntad de conquista, el expansionismo de los imperios, la lucha de clases, la
infraestructura económica o la rebatiña para quedarse con las riquezas de otros
continentes, de otros pueblos, han desembocado en cruentas guerras,
esclavitudes y colonialismos.
No se nos ocurre señalar al
demonio como el gran atizador de todos los conflictos, pero la soberbia que nos
lleva a considerar que somos los hombres y solo los hombres los que construimos
el mundo, es la misma soberbia de Satán que no quiere someterse a Dios, ni
quiere que los hombres lo busquen y lo amen.
La gran habilidad demoníaca
consiste en su capacidad para jugar en los dos lados del tablero. Pensemos en
el actual conflicto entre la cultura occidental y el islam. Como el más devoto
de todos los musulmanes agita si tregua la esperanza de que el mundo lo que
necesita es la sumisión a Alá, la obediencia a la sharia y la necesidad de la
guerra santa para vencer a los infieles.
Al mismo tiempo, el demonio,
como el occidental más progresista, se
dedica a convencernos de que somos la civilización del siglo XXI, respetuosa de
los todas las libertades y todos los derechos humanos, la que se enfrenta a una
civilización atrasada, que no ha pasado por las luces de la ilustración y sigue
anclada en el nefasto integrismo religioso del que occidente se libró.
Los actos terroristas son
reivindicados por organizaciones musulmanas, aunque muchos musulmanes no los
compartan, al mismo tiempo que todos los medios de propaganda occidentales
reivindican el progreso de nuestras libertades sin cuestionarlas, sin examinar
si efectivamente son tan buenas como decimos.
Nuestra realidad occidental,
enferma de relativismo, pierde valores y pierde población. La natalidad
disminuye mientras el aborto crece. La familia está en crisis mientras una
sexualidad irresponsable se impone. El estado de bienestar, del que estamos tan
orgullosos, cada vez resulta más insostenible. Hay sectores de la población
desencantados de los políticos y dispuestos a entregarse a demagogos
irresponsables. Para qué seguir.
Nos creemos emancipados,
liberados de las religiones, nos basta nuestra razón para construir un mundo
¿feliz? en el que Dios no es necesario y el demonio triunfa en toda la línea.
Amar a Dios significa amar
al prójimo de verdad, cara a cara, sin ONGS interpuestas, y esto es difícil sin
la ayuda de Dios. Claro, que el demonio puede sugerirnos a los cristianos
multitud de iniciativas en las que creamos que estamos amando a Dios sin las
molestias del prójimo.
Francisco Rodríguez Barragán
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