Llevamos un largo periodo de
tiempo hablando de las personas que no tienen trabajo y por tanto resultan
excluidas de esta rueda del progreso indefinido en el que unos empresarios
fabrican cosas que otros compran, mientras el gobierno calcula índices de
producción y de consumo, hasta aburrir a los ciudadanos..
Los que producen quisieran
que hubiera más personas consumidoras pues si los consumidores no crecen la
economía se estropea. Si los que producen pagaran más a sus empleados, estos
podrían comprar más cosas, pero el coste de la producción se elevaría.
La única solución, al
parecer, es que haya más personas que trabajen. Para juzgar de la bondad de las
medidas del gobierno, cada mes andan contando las personas que han conseguido
un trabajo, las que lo han perdido y las que no es fácil que lo consigan, los
mayores no tienen muchas posibilidades de que los contraten y los jóvenes
tampoco cuentan con facilidades para obtener su primer empleo.
También los políticos y los
sindicatos examinan si los contratos que se firman cada mes son temporales o
indefinidos, si son a jornada completa o por horas, para sacar las
consecuencias favorables o adversas de su escrutinio. Al leer todas estas informaciones
que el gobierno nos ofrece, he recordado lo que leí en un libro que escribió
Hilarie Belloc hace más de un siglo, con el título El Estado Servil.
Copio sus palabras: “Si a
los millones de familias que hoy día viven de un salario se les propone un
contrato vitalicio de trabajo que les garantice la perpetuidad en el empleo,
con el salario íntegro que cada uno considere que gana normalmente, ¿cuántos lo
rechazarían?”
Añado yo, aquí y ahora: Si
la propuesta de tal contrato vitalicio se hiciera a los millones de parados,
¿cuántos lo rechazarían?
En nuestro país y en los de
nuestro entorno no hay duda que existe una mayoría que firmaría este contrato y
una minoría empresarial y dirigente que los ofrecería, si creyeran que con ello
consolidarían su posición y aumentarían sus ganancias.
También dice Belloc que la
gran masa de asalariados (añado: y parados) sobre la que se asienta nuestra
sociedad miraran como un bien todo aquello que los ponga a cubierto de los
peligros de inseguridad que le acechan.
Para conjurar tales peligros
se montó por los gobiernos occidentales un vasto sistema de seguridad social,
espoleados por el miedo que les infundían las ideas socialistas, pero cada vez
más sujeto a frecuentes crisis. El estado de bienestar, en el fondo un Estado
Servil, en un mundo globalizado está
resultando inviable, al parecer.
Para evitar que los
asalariados comprendieran la fragilidad de su posición, se lanzó la buena nueva
de la democracia: somos un país soberano. Dado que podemos emitir nuestro voto
cada periodo, todos quedamos convencidos de que estábamos eligiendo a nuestros
gobernantes, pero la realidad es que los que de verdad mandan, llegan al poder
por otros caminos.
Los que resultan investidos
democráticamente, la mayoría serán buena gente, aunque su poder será bastante
limitado, lastrado de incompetencia, de sumisión a las cúpulas partidarias, de
ocasiones para corromperse. Tengo la impresión, seguramente errónea, de que
nuestros políticos podrían jugar con la camiseta del equipo contrario, sin
mayor problema.
Se nos anuncian consultas
democráticas variadas que pueden cambiar a los políticos, pero a los que
mandan, creo que no.
Francisco Rodríguez Barragán
No hay comentarios:
Publicar un comentario