Ellos juegan en los dos lados del
tablero de nuestros enfrentamientos y consiguen
su propósito: que nos odiemos.
La inteligencia debe estar muy
bien repartida ya que casi nadie se cree tonto, aunque todos estemos de acuerdo
en que el número de idiotas es infinito. Fuera bromas, lo cierto es que los
humanos nos consideramos en lo más alto de la cadena de las especies que
pueblan el planeta y pensamos que no
existe nada más allá de nosotros y, aunque todos tenemos miedo a la muerte,
pocos se preocupan seriamente por lo que se pueden encontrar cuando ocurra.
En nuestro mundo occidental pienso
que cada vez menos gente cree en Dios,
incluso entre los que creen en la Madre de Dios y van a las procesiones. Si
creyéramos que Alguien nos hizo y nos tomará cuenta de nuestra vida, las cosas
cambiarían.
Quizás haya quien piense que
debe existir algo o alguien que puso en marcha el universo y que nosotros
estamos aquí, no para averiguarlo, sino para conocer cómo funciona y
felicitarnos por todo lo que vamos descubriendo.
Si no creemos en Dios, mucho
menos creemos en la existencia de los ángeles creados por Dios como espíritus
que no están sujetos a nuestras limitaciones materiales, inteligencias puras que
existen para alabar al Dios que los creó. Pero además de inteligencias también
tienen voluntad y parte de ellos la usaron para rebelarse contra Dios, quizás
cuando supieron que Dios iba a crear otros seres de barro a los que también iba
a amar y llamar a su presencia.
Si no descubrimos las huellas
de Dios en el universo, aunque su grandeza y complejidad son manifiestas,
tampoco descubrimos la existencia de los demonios, ángeles rebeldes
capitaneados por Satán, aunque su influencia este presente y actuante en
nuestro mundo. Demostrando que son mucho más inteligentes que nosotros, han
logrado pasar desapercibidos para poder engañarnos mejor. Los que rezamos el
Padrenuestro, que nos enseñó Jesús, lo terminamos con dos peticiones: que no
nos deje caer en la tentación y que nos libre del mal. La tentación es obra de
los demonios y el mal es Satanás mismo.
Su naturaleza inmaterial solo
está sujeta a dos pecados: la soberbia de saberse por encima de todas las demás
criaturas y la envidia, que consiste en la tristeza del bien ajeno. Los
demonios están tristes y resentidos de que Dios haya tomado un cuerpo de hombre
y nacido de una mujer. ¡Otorgarle tal distinción a unos seres que necesitan
comer, que se cansan, que sufren, es ponerlos por encima de los espíritus angélicos!
¡Qué humillación!
Por eso se dedican a destruir a
cuantos más hombres, mejor. Para eso nos tientan sin descanso, pero como muy
inteligentes, nos seducen con cada cosa y su contraria. A los partidarios del
aborto les convencen de que están haciendo algo bueno: defender el derecho de
las mujeres y a los que se oponen al aborto les convencen de que llevan razón y
deben de terminar con todos los abortistas. Con esta táctica los demonios
siempre ganan si consiguen establecer una relación de odio entre unos y otros. Y
lo que se dice del aborto puede decirse de los sistemas políticos y económicos,
de los partidos políticos, de las disputas territoriales, etc.
El precepto cristiano de amar
al prójimo, aunque sea mi enemigo, es lo único que puede librarnos del poder de
los demonios. Lo que se nos pide no es tratar de imponer nuestras ideas por
todos los medios, sino estar dispuestos a morir por ellas. No es fácil la cosa,
pero el que pierda su vida por la buena nueva del evangelio se salvará de todos
los demonios.
Francisco Rodríguez Barragán
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