Ya no
vienen piratas berberiscos sino pateras cargadas de emigrantes que han pagado su viaje para llegar a España,
a Europa.
En la costa del Mediterráneo
hay de trecho en trecho unas torres antiguas que tenían la finalidad de vigilar
si se acercaban embarcaciones de piratas berberiscos y defenderse de sus
ataques e incursiones.
Cuentan que el gobernador de la
Alhambra, Hurtado de Mendoza, preguntaba
cada mañana: ¿hay moros en la costa?, pues
cuando la guerra de las Alpujarras existía el temor de que llegaran refuerzos
para apoyar el levantamiento morisco, de ahí la pertinencia de la pregunta que
seguimos utilizando cuando queremos preservar nuestras acciones o palabras de
ojos y oídos indiscretos.
Hoy nuestra preocupación no es
que vengan moros piratas sino barquichuelos cargados de subsaharianos (o de donde sean), que llegan a nuestras costas y hay
que sacarlos del agua y facilitarles una manta o toalla roja, comida,
alojamiento y asistencia sanitaria.
Aunque la menor distancia entre España y
África sea el estrecho de Gibraltar no tengo noticia de que llegue allí ninguna
patera, ni que los de la Roca participen en el salvamento marítimo de estos
emigrantes.
También nos preocupa la
frontera con Marruecos de las ciudades de Ceuta y Melilla y nos defendemos, con
poco éxito, de los asaltos a la valla, como camino para entrar en España.
Parece claro que cruzar el mar
no es gratis y que existen organizaciones mafiosas que hacen su negocio y que
están conectadas con diversas ONGs, que tienen hasta barcos, para asegurar
que los que abonaron el precio del pasaje lleguen vivos a España, Italia o
donde sea.
Cuando la burbuja inmobiliaria
se veían bastantes africanos trabajando de albañiles pero hoy, después de
recibirlos con toda solemnidad, los vemos de manteros o dedicados a la venta
ambulante de baratijas y a cobrar la subvención del estado. También hay
africanos acomodados que suelen ser buenos vecinos o deportistas de élite que
no llegaron en pateras.
Mientras andamos enzarzados en
nuestras encarnizadas luchas partidarias, España
va envejeciendo. Como dice Don Alejandro Macarrón, que ha publicado un
libro que lleva el inquietante título “El
suicidio demográfico de España,” somos un país envejecido con cada vez
menos mujeres en edad fértil, que tienen apenas un solo hijo ─y cien mil
abortos provocados─ pero esto no inquieta a los políticos como el deterioro
demográfico es muy lento a ningún político se le piden cuentas de este
desastre.
Dice también que si mejorara la
natalidad no se notaría hasta dentro de 20 años, por lo que creo que carece de
interés para los políticos que solo piensas en las siguientes elecciones y no
en las futuras generaciones.
El problema del déficit de
natalidad no es solo cuestión de ayudas económicas sino de una revalorización de la familia y de la
maternidad.
Un ministro de trabajo en
tiempos de Zapatero, puso en circulación lo de “papeles para todos” pensando
que los problemas demográficos podían resolverse con los emigrantes y el multiculturalismo,
lo que resulta improbable.
Dice asimismo el señor
Macarrón, a quien merece la pena leer, que si no logramos compatibilizar el estado de bienestar con una natalidad
suficiente, perderemos el bienestar y terminaremos desapareciendo.
Como es lógico si vamos
desapareciendo seremos sustituidos por otros pueblos que estarán esperando
simplemente a que nos vayamos muriendo de viejos.
Si no conseguimos revalorizar
la familia estable y la maternidad, no les quepa duda de que lo que dijo Gadafi
ocurrirá: conquistaremos Europa con el útero de nuestras mujeres.
Francisco Rodríguez Barragán
Publicado en
Publicado en el brief ACTUALL
del 30 julio 2018
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