De la ilusión con la Constitución de 1978 al malestar de
hoy
La democracia ateniense frente
a la rigidez espartana llegó hasta nosotros con la aureola de un ideal político
a conseguir. Cuando este ideal democrático llegó a Norteamérica, Alexis de
Tocqueville la examinó con agudo ojo crítico. No sé lo que hubiera dicho de haber visto las últimas elecciones americanas.
Cuando España redactó la
Constitución de 1978 estampó en su artículo primero que se constituía en un
estado social y democrático de derecho que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la
justicia, la igualdad y el pluralismo político.
Me pareció una excelente
constitución y la acepte ilusionadamente. En el pluralismo político que se me
ofrecía opté por la Unión de Centro Democrático (UCD) y sufrí la primera
decepción al venirse abajo aquel
proyecto novedoso, no obstante lo cual continué considerándome demócrata y
votando en cada elección, aunque nunca a los partidos que habían tomado parte
en pasadas confrontaciones.
Comprendí, quizás tarde, que la
democracia necesitaba no solo partidos políticos también sino una estructura fuerte capaz de garantizar
la libertad y la justicia para todos los españoles gracias a una absoluta
independencia judicial.
Seguí creyendo en tal
independencia y en las sentencias de los tribunales aunque me di cuenta de que
había cosas que fallaban como por ejemplo su lentitud para decidir e incluso
para dejar de lado cosas que consideré importantes como la legalidad, por
ejemplo, de leyes que dictó el gobierno de Rodríguez Zapatero y que su sucesor
Mariano Rajoy no hizo nada por derogar, aunque tal derogación se incluía en su
programa electoral.
Imagino que mucha gente habrá
pensado, como yo, que el sistema democrático que nos ilusionó en 1978 no
funcionaba, pero tenían que venir más episodios absoluta y descaradamente
inaceptables y antidemocráticos por parte del gobierno actual.
No es esto, no es esto lo que
esperaba, me repito con desazón. El pluralismo político, como valor superior,
según la Constitución, es una descarada compra de votos con el dinero de todos
los españoles para alcanzar mayorías que solo sirven para mantener en el
gobierno un número creciente de personas bien pagadas, que seguramente no
serían capaces de superar ninguna oposición.
Estas mayorías que sostienen al
gobierno y aprueban sus presupuestos me parecen incontrolables. ¿Quién paga los
impuestos? ¿Cómo se gasta nuestro dinero? Nadie responde.
Pero como las desgracias nunca
vienen solas tenemos la mala suerte de padecer al mismo tiempo un mal gobierno
y una fuerte pandemia, que son incapaces de solucionar.
Tratan de resguardarse bajo el
paraguas de la UE que no sabemos lo que nos traerá, aunque viendo tantos
millones, miedo me da lo que pueda pasar. La Grecia de Tsipras y sus recortes
en sueldos y pensiones, está ahí para el que quiera recordarla.
Se anuncian próximas elecciones
en la Comunidad de Madrid y todos los políticos, que envidian y odian a su
presidenta, se disponen a una campaña en la que no sé si la resolverán los
votos o los contendores ardiendo empujados por gentuza enmascarada, experta en
agredir a la policía arrancando adoquines, mientras el ministro de la
Gobernación se entrena en una cinta que le regala el estado, es decir; todos
los españoles.
Antes de que sea demasiado
tarde hay que buscar una solución a esta lamentable situación que comenzó con
ilusión en 1978.
Francisco Rodríguez Barragán
Publicado en
https://www.diariosigloxxi.com/firmas/franciscorodriguez
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