El
orgullo gay y el dominio de nuestros
instintos
El desfile del pasado Día
del Orgullo Gay me pareció de un tremendo mal gusto, procaz y provocativo. No
llego a entender que para reclamar contra la discriminación que a causa de su
homosexualidad hayan padecido sea necesario montar un desfile anual ruidoso y
bullanguero.
Siempre a la caza del voto
de los descontentos determinados políticos se apuntaron a encabezar el desfile.
A mi juicio este colectivo ha pasado de ser víctima de una discriminación que sintieron
como intolerable a imponer sus teorías a toda la sociedad y a señalar como
intolerantes a cuantos se oponen a aceptar la ideología de género como si ella
supusiera el avance social que necesita nuestro mundo.
Si en otros tiempos fue la
lucha de clases, el colectivismo o el marxismo el motor de la sociedad ahora
parece que no hay nada más urgente que reconocer derechos basados en la
orientación sexual, orientación cada vez más variopinta pues parece que pasan
de sesenta las diferentes orientaciones.
Además del desfile de Getafe
han redactado un manifiesto en el que comienzan hablando de reivindicar sus
derechos, sus deseos y formas de pensar, pero
no podrán conformar el pensamiento de los demás. Luego dicen que les
preocupa la libertad de los menores que no tienen asegurada su libertad para
vivir sus orientaciones sexuales e identidad de género. Para los que pensamos
que la educación de los menores pertenece a los padres esto es una intromisión
intolerable.
Otro párrafo dice que en la
cúspide de la pirámide social de la discriminación está el hombre heterosexual, cisexual y blanco, de clase media o alta, joven
y delgado y naturalmente católico. (En los tiempos del nazismo el señalado
sería judío). Este colectivo ha pasado de perseguido a perseguidor sin
inmutarse.
Ataca también el manifiesto
al obispo que llamó a desobedecer las “leyes democráticamente aprobadas”, como
si el parlamento tuviera facultades para definir cualquier cosa y modificar instituciones como la
familia, anterior al estado y célula básica de la sociedad.
Por mucho que se empeñen
estos colectivos y los políticos que le secundan, el matrimonio es una
institución natural entre personas de distinto sexo y la obsesión en llamar
matrimonio a las uniones del mismo sexo es la forma que han encontrado para
atacarlo y desvirtuarlo, negando la vinculación de los hijos con los padres.
Forma parte esto de la gran ofensiva para conseguir una sociedad sometida al
estado cada vez más próxima al Mundo Feliz de Aldous Huxley.
La postura de la Iglesia Católica
sobre las personas homosexuales puede consultarse en su Catecismo números 2357
a 2359 y comprobarán que dice que hay que evitar cualquier signo de
discriminación injusta con las personas que presentan tendencias homosexuales
instintivas, las cuales están llamadas a
la castidad, lo cual levantará una oleada de protestas, pero la castidad es
una exigencia que rige tanto para los homosexuales como para los
heterosexuales.
La castidad exige el dominio
de nuestros instintos para someterlos a la razón. La sexualidad tiene por
objeto la procreación y la complementariedad entre hombre y mujer, aunque ahora
se pretenda reducirla a mero y variado placer sin responsabilidad y así nos va.
Envejecemos sin remedio en una sociedad cada vez más insostenible.
Francisco Rodríguez Barragán
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