Nuestro bien ¿es tener o ser?
Hay una coincidencia básica
en todas las personas y es su deseo de felicidad. Podemos decir que desde que
nacemos nuestra vida es una continua búsqueda de ser felices, una tendencia
permanente a poseer el bien como único objeto de todos nuestros esfuerzos,
aunque no sepamos exactamente qué sea el bien que buscamos. Lo que es claro es
que nadie busca el mal para sí mismo sino que trata de evitarlo y cuando algún
mal lo alcanza se siente desgraciado.
El problema se plantea
cuando no somos capaces de identificar cual sea el bien que buscamos o el mal
del que quisiéramos alejarnos. Por tanto lo primero que necesitamos esclarecer es
qué sea el bien para cada uno de nosotros pues podemos esforzarnos en vano o confundir
el bien y el mal.
Sentado que todos buscamos
nuestro propio bien preguntémonos en qué consiste tal bien, si es en la
posesión de cosas, si es en el disfrute de sensaciones, si es en el ejercicio
del poder sobre otros o si es en el desarrollo de las propias cualidades. En
definitiva pretendemos ¿tener o ser?
Quizás la pregunta no
parezca una disyuntiva pues pensamos que para ser hay que tener y que cuantas
más cosas tengamos más seremos. Por mi parte creo que es más importante ser que
tener y que la posesión de cosas no añade de forma automática una mayor
densidad a nuestro ser persona. Se puede ser inmensamente rico y ser una
persona despreciable y se puede vivir modestamente y ser una persona admirable.
Pero lo cierto es que el que
busca una cosa u otra lo hace porque cree que tal cosa es buena para él, aunque
resulte muchas veces que lo que elegimos buscar nos hace desgraciados, no era
ningún bien. Por ello la base de toda educación tendría que ser ayudar a
discernir lo bueno de lo malo, aunque muchas veces los encargados de hacerlo
tampoco lo saben, eligieron mal y viven desgraciados.
Lo más importante que cada
uno tenemos es el ser que nos ha sido dado y del que tenemos que desarrollar
todas sus posibilidades. Ser persona es mucho más importante que ser rico o
poderoso. Somos un cuerpo animado por un espíritu y lo mismo que podemos
cultivar nuestra inteligencia para saber y comprender la realidad, también
habremos de cultivar nuestro espíritu para comprender que hay algo más allá de
la realidad material, que existen unos lazos invisibles que nos unen a los
demás y al que concedió la existencia a ellos, a nosotros y al universo; Dios.
Aunque la soberbia y el
desvarío de muchos se empeñe en convencernos de que Dios no existe, de que
somos nosotros mismos los que lo hemos inventado, de que el universo se ha
producido por azar y otras lindezas por el estilo, lo cierto es que nuestra
vida pasa como un soplo y el tiempo que nos fue concedido podemos aprovecharlo para buscar el auténtico
bien, el sumo bien que es Dios mismo o desperdiciarlo tontamente. Lo que
hayamos conseguido tener quedará aquí abandonado, pero lo que hayamos
conseguido ser nos acompañará después de la muerte para bien o para mal.
Nuestra vida, nuestro
interior, no dependen por fortuna de que haya o no gobierno o de que el
gobierno sea de un color u otro, sino de Dios que por amor nos dio la vida y
espera nuestra correspondencia.
Francisco Rodríguez Barragán
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