Cuando esta crisis termine, no
sé cuando, pienso que nada volverá a ser como antes y quizás sería bueno ir asumiendo
que la fruición con que se vivió en los diez primeros años de este siglo, donde
todo era gastar, consumir, despilfarrar, ya no será posible.
El mito del estado-providencia,
que iba a resolver nuestros problemas desde la cuna a la tumba, ha caído por
insostenible. El coste de la sanidad, la educación, la dependencia, el
desempleo, las pensiones, las obras innecesarias y faraónicas y un sistema de
gobierno con tantos parlamentos, consejerías, embajadas, agencias, fundaciones
y empresas públicas, no hay economía que lo soporte.
Nuestros socios de Europa nos
han transferido muchos fondos, especialmente para elevar el nivel de renta de
las regiones más atrasadas, sin que al parecer se haya conseguido gran cosa,
pues esas regiones siguen ocupando las mismas posiciones que siempre.
En lugar de crear una economía
productiva, competitiva y solidaria entre las regiones, hemos dedicado el
dinero de los contribuyentes a levantar delirantes identidades o a construir
teatros, polideportivos o casas de la cultura hasta en los más pequeños
pueblos, sin estudiar nunca su viabilidad, el número de posibles usuarios, el
coste de su mantenimiento.
La relación de aeropuertos,
trenes de alta velocidad o líneas metropolitanas inútiles circula por la red
con pelos y señales.
Pero con ser grave nuestro
hundimiento de nuestra economía, es más grave el hundimiento de los valores y
virtudes necesarios para acometer la tarea de saneamiento. Todos reclaman
derechos pero no parecen dispuestos a asumir deberes, todos piensan que la
educación ha de ser gratuita para conseguir un título con el menor esfuerzo
posible, por eso son demasiados los que abandonan los estudios después de haber
consumido convocatoria tras convocatoria. Esto debe terminar. La gestión de la
asistencia sanitaria tiene que ser repensada a fondo ya que es insostenible. El
sistema de pensiones quebrará sin remedios si la población sigue envejeciendo
sin relevo generacional. No queremos niños, pero adoptamos perros.
Acostumbrados a una vida
cómoda, hedonista y frívola es difícil reclamar amor al trabajo bien hecho,
pero tampoco parece existir una formación profesional capaz de integrar a los
jóvenes en el trabajo. La utilidad de los fondos que se transfieren a los
sindicatos y a la patronal para cursos formativos, no se ve por ningún lado.
Las empresas cierran por falta
de crédito y es una burla andar discutiendo sobre las indemnizaciones por
despido cuando lo que se necesita es reactivar la producción para trabajar
bien, aplicando las habilidades y conocimientos que hayan podido adquirir las generaciones jóvenes. No creo que los
jóvenes que buscan trabajo estén pensando
en la indemnización por despido.
Si al menos hubiéramos
aprendido que es un mal negocio tener deudas, que es mejor llevar una vida
sobria y ordenada con una familia estable y en tiempos de bonanza, ahorrar para
cuando lleguen los tiempos de escasez, que el derroche y el lujo siempre se
paga, que nada es gratis, que tenemos que mantener una sana desconfianza de
nuestros gobernantes y exigirles responsabilidades penales, por administración
desleal, si emplean mal nuestro dinero, el de los sufridos contribuyentes.
Francisco Rodríguez Barragán
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