Si medito acerca del progreso
alcanzado por la humanidad a lo largo del tiempo puedo sentirme orgulloso. El
hombre ha aumentado sus conocimientos acerca de la vida y del universo, hasta
unos niveles formidables. Ha alcanzado metas inimaginables en los campos del
saber y el conocimiento. Ha buscado la belleza y la ha plasmado en multitud de
creaciones, que atraviesan el tiempo para seguir causando asombro a los que las
contemplan.
Si contemplo la historia de los
pueblos que han ido sucediéndose a lo largo del tiempo quedo sobrecogido por la
cantidad de muerte, dolor y sufrimiento que nos hemos causado unos a otros. Imperios
poderosos y grandes construcciones políticas, han ejercido su dominio sobre
pueblos y territorios, para desaparecer a manos de otros, sustituyéndose entre
guerras y muerte, victorias y derrotas, explotaciones y genocidios, sin llegar
a alcanzar nunca el equilibrio de una paz perpetua y justa.
Podemos creer en algunos
momentos que puede establecerse un sistema de paz, armada o desarmada, pero
pronto comprobamos que se vuelven a producir enfrentamientos, que surgen
guerras y las armas se activan para matar, aunque no dejemos de hablar de
medidas de seguridad desde altos organismos, incapaces de organizar un gobierno
mundial efectivo.
Cada persona que llega a la
vida desea ser feliz, aunque no tenga ninguna idea clara de cómo lograrlo. Unos
buscarán la felicidad en la posesión de cosas, en el consumo compulsivo de
bienes y placeres. Otros serán felices haciendo felices a los demás porque
habrán encontrado el amor. Algunos entenderán que la felicidad puede
encontrarse en la verdad, la belleza y la bondad, ─en definitiva en Dios─ y se
entregarán con humildad a su búsqueda.
Aunque estemos programados para
ser felices, inevitablemente encontraremos en nuestras vidas el dolor, el
sufrimiento, la enfermedad, la vejez, la muerte. El que nos llamó a la
existencia y a la libertad, anunció que nos salvaría de todo ello a través de su
Hijo, Jesucristo, cuyo nacimiento en Belén, hace dos milenios celebramos ahora.
La Palabra eterna de Dios tomó la naturaleza humana con todas sus debilidades y
pecados para salvarnos de ellos. Dios se hace hombre para que el hombre pueda
llegar a Dios y gozar de una bienaventuranza eterna.
Ya sé que no se llega a creer
en esto sin la fe, sin fiarse de Dios que se ha revelado en Jesús. Esta es la
buena noticia que anuncia la Iglesia y cada uno de sus miembros vivos. Cada
persona es libre para acoger el anuncio o rechazarlo.
Muchos esperan que los salve la
ciencia, aunque lo más que puede hacer es alargarnos algo la vida. Muchos
piensan que no necesitan ninguna salvación pues con la muerte todo se acaba,
pero no explican la razón de que la suerte de los asesinos y los inocentes
resulte idéntica. Hay quienes creen en la existencia de reencarnaciones
sucesivas para abismarse en la nada.
Nos puede parecer extraño que
Dios se haga hombre para morir por los hombres y a manos de los hombres y a
través de su muerte y resurrección
salvarnos, pero los caminos de Dios no son nuestros caminos. Confío que
Dios que me llamó a la existencia me salvará en Jesús. Deseo que llegue a todos
esta esperanza.
Francisco Rodríguez Barragán
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