El hallazgo de los cadáveres de
dos niños recién nacidos en el congelador de la casa, ha herido nuestra
sensibilidad. De inmediato se ha puesto en marcha la maquinaria investigadora y
judicial y la gente espera que la persona culpable sea castigada.
En cambio poca gente se escandaliza de la muerte de más de cien mil
niños al año, masacrados en el seno materno, cuyos cadáveres son incinerados
como residuos de quirófano de las clínicas “autorizadas para la interrupción
del embarazo”
Destruir los huevos del halcón
peregrino, matar una cría de lince ibérico, un lagarto o un sapo de colores, es
un delito que debe ser perseguido, ya que no puede ponerse en peligro el
equilibrio ecológico, ni la reproducción de las especies. Pero la especie
humana, culmen de toda la creación, no goza de tantas garantías. Es más, para
algunos activistas, el género humano es una especie de cáncer que le ha salido
a la “madre tierra” que debe ser controlado y reducido a través de medios
anticonceptivos, incluido el aborto.
Luego celebraremos el Día de
los Derechos del niño, aunque millones de niños no gozarán de ninguno ya que
fueron eliminados antes de nacer, ante la indiferencia de la gente, de la misma
gente que se escandaliza con los niños del congelador.
La gente tiende a creer que lo
que una ley autorice hay que aceptarlo como correcto. Las leyes se aprueban por
mayoría de nuestros representantes, pero no podemos pensar que la democracia
nos obliga a creer que la mayoría parlamentaria tenga siempre razón y ni siquiera la mayoría de la población que
vota un referéndum.
El aborto por muy legalizado
que sea, es una desgracia que está destruyendo a toda Europa, cada vez más
envejecida, con una tasa de natalidad tan baja que no garantiza la reposición
generacional. No pasarán muchos años para que otros pueblos nos ocupen y
desaparezcamos, pues nos estamos suicidando, mientras hablamos de economía.
Es curioso que la palabra
“matrimonio” está desapareciendo de nuestra lengua sustituido por la palabra “pareja”,
aunque se utilice extrañamente paras las uniones de personas del mismo sexo.
Todos los elementos que configuraban la célula básica de la sociedad es están
diluyendo, por mor de las leyes que
han eliminado las hermosas palabras de esposo y esposa, por el ambiguo
contrayente, las de padre y madre por progenitor uno y progenitor dos y para
borrar de raíz la palabra familia, se ha eliminado la expedición del Libro de
Familia. Todo lo aceptamos pasivamente.
Es necesario desmitificar los
poderes de los que nos gobiernan. Los hemos elegido para que administren la
cosa pública con economía, transparencia y honestidad y se responsabilicen del
resultado de su gestión. Pero ¿se da algo de esto?
No lo hemos elegido, pienso yo,
para que decidan por nosotros acerca del
bien y el mal, ni para que nos otorguen nuevos derechos inventados, sino para
que respeten los que cada uno tenemos por ser personas libres.
Francisco Rodríguez Barragán
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