El pasado día 12 vi el desfile militar de Madrid a través de la televisión y se me ensanchó el alma ante la gente que ha elegido servir a España como militares, gente que ama a nuestra patria al igual que el público que ocupaba el recorrido.
Después leo los exabruptos
de otros españoles que muestran su ignorancia de nuestra historia y se dejan
inocular el odio, también muy español, para denigrar lo que España ha sido y
es. Pienso si estas cosas son las que se están enseñando ahora en las escuelas.
Se me encoge el alma al ver a personas, que ocupan determinados cargos, revivir
los viejos demonios, aquellos que en la transición pensamos que habían sido
echados fuera. Ignorancia y mala fe.
Es una desgracia que los
derechos y libertades de los españoles que estableció el pacto constitucional
de 1978 se utilicen para desunir y destruir todo lo que a lo largo del tiempo
hemos ido construyendo y peor aun que los gobernantes se inhiban cobardemente,
incluso premien en metálico, a quien confiesa no sentirse español y desear que en
la guerra de la independencia hubieran ganado los franceses.
El día siguiente, trece y
martes, la televisión nos ofrece el golpe de estado catalán a cámara lenta.
Pienso que en ningún país de nuestro ámbito cultural pueda darse la
desvergonzada presión sobre el poder judicial que realizaron los políticos
catalanes. ¿Quedarán impunes? La segunda república, cuya bandera agitan
determinadas opciones políticas, condenó a treinta años de prisión a Lluis
Companys.
El mismo día también nos enteramos que la juez
Alaya ha sido apartada del caso de los ERES y otras corrupciones andaluzas y
sustituida por otra juez con larga experiencia en juzgados de familia. La juez
Alaya ha estado demasiado tiempo instruyendo el caso que, mucho me temo,
termine disolviéndose. No hay verdadera democracia sin división de poderes pero
el caso andaluz proyecta sombras inquietantes sobre este principio fundamental.
Volviendo al Día de la
Hispanidad no puedo renunciar a la gloria del mestizaje de los españoles con
los indios de la América hispana, la defensa que hizo de ellos la reina Isabel
frente a indudables abusos. Es una gozada oír hablar el castellano, el español,
en los variados acentos de aquellas tierras con un vocabulario más rico que el
que hablamos aquí, disfrutar de la belleza de su literatura o acaso no sentimos
como nuestros a Borges, a García Márquez, a Neruda o a Rubén Darío. ¿No es un
español el inca Garcilaso de la Vega?
Allá siguen los nombres de
nuestras provincias Granada, Cartagena, Valladolid, Extremadura y tantos otros,
las universidades que se fundaron, las catedrales que se construyeron. ¿Genocidio?
Desde México a la Patagonia hay millones de descendientes de aquellas etnias. Quizás
fue en otras latitudes donde se aniquilaron a los indios de las praderas y sus
búfalos, magnificando aquellas luchas en películas que todos hemos visto.
Por favor dejemos de
denigrar a nuestra patria. Amar a España es servirla y conocerla. No se dejen
engañar y lean todo lo bueno que nuestros antepasados hicieron en América. Lo
mismo que muchos españoles emigraron allá, ahora son ellos los que vienen acá y
quizás consigan rejuvenecernos a nosotros, cada vez más viejos.
Francisco Rodríguez Barragán
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