Todos creemos muchas cosas que
no podemos comprobar por nosotros mismos. Unas veces creemos lo que nos dicen
personas que merecen nuestra confianza, otras veces aceptamos lo que publican
los medios de comunicación que están de acuerdo con nuestras propias ideas y
prejuicios. Las cosas que se nos presentan como científicas tendemos a creerlas
a pie juntillas, unas veces con razón y otras sin ella. Los efectos de la
explosión demográfica o del calentamiento global que nos han sido anunciados
varias veces como inminentes no han llegado a ocurrir.
Que existe Dios y la vida
eterna no puede ser demostrado científicamente, aunque tampoco puede demostrarse por la ciencia lo contrario.
Los que se dicen ateos elaboran sin descanso argumentos en contra de que Dios
exista y de que haya vida después de la muerte, que sin duda erosionan la fe de
muchos cristianos, sobre todo los que dicen ser creyentes aunque no sepan muy
bien en lo que creen.
Entre la razón y la fe no hay ningún
abismo insuperable, siempre que entendamos que las verdades de la fe no se
apoyan en demostraciones científicas sino en la confianza que nos merecen los
que nos las transmitieron.
Dios se ha ido revelando a
través del tiempo hasta llegar a Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, que se hizo
hombre, pasó haciendo el bien, proclamó la buena noticia de que Dios nos ama,
fue muerto y sepultado, pero resucitó al tercer día y subió a los cielos,
dejando a sus discípulos, su iglesia, el encargo de id a todo el mundo y
proclamar el evangelio.
Los que acompañaron a Jesús
dieron testimonio de ello con su propia vida, por lo que merecen confianza y en
una línea ininterrumpida de testigos, la buena nueva ha llegado hasta hoy, como
oferta de salvación. Los que abren su corazón a esta oferta pueden comprobar
cómo su vida se transforma, adquiere hondura y sentido y se manifiesta en
caridad, amor, a los demás.
Muchos cristianos piensan que
con creer que Dios existe y tratar de ser buenos, no necesitan profundizar más.
Quizás por ello nos encontramos con unos cristianos escasamente evangelizados y
escasamente evangelizadores, ya que sus vidas no han sido transformadas por una
unión vital con Cristo a través de la oración, la liturgia, los sacramentos.
El evangelio de Jesús, que es
Jesús mismo, fue confiado a su Iglesia, con el encargo de transmitirlo con
fidelidad a través de los tiempos. Por tanto, es en la Iglesia donde podemos
vivir la fe y, enviados por ella, transmitirla a los demás.
El año de la fe, que ahora
comienza, impulsado por el Papa, es una llamada urgente a los cristianos para
actualizar el contenido de su fe, vivirla y poder dar, a quien nos la pidiere,
razón de nuestra esperanza.
Creer que Jesús es el Señor
significa tratar de vivir como él vivió, amar como él amó, hasta dar su vida
por los amigos, repetir a todos que Dios es el Padre que nos ama, nos perdona y
nos salva, aunque muchos piensen que no necesitan salvación ni perdón.
Francisco Rodríguez Barragán
http://www.diariosigloxxi.com/texto-diario/mostrar/90321/en-que-creemos-cuando-nos-decimos-creyentes
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