Todo son malas noticias. Estamos
cansados y agobiados con los recortes, las cifras del paro, la prima de riesgo,
las protestas crecientes, las disputas políticas, las amenazas del futuro.
Necesitamos recibir una buena noticia para que nuestras vidas cambien y
encuentren una firme esperanza.
Quizás nos sentimos más
vulnerables que nunca. El estado de bienestar, en el que confiábamos, se está
cayendo sobre nuestras cabezas y por mucho que le gritemos a los que nos
gobiernan, nada será como antes.
En ese pasado reciente, que
ahora añoramos, nos creíamos felices con el consumo compulsivo y el placer sin
límites ni responsabilidades. Gritamos pidiendo que se respete “nuestro derecho”
a pasarlo bien, sin recortes ni cortapisas.
Si nos decidiéramos a entrar dentro
de nosotros mismos, quizás comprobaríamos
que todas las cosas que podamos comprar y todos los placeres que podamos
gozar, son insuficientes para colmar nuestro corazón insaciable.
Cuando encontramos alguien a
quien amar y que nos ama, nuestra vida cambia. Pues hay Alguien que nos ama
apasionadamente y que quiere encontrarse con cada uno de nosotros, para que
tengamos vida en abundancia. Él es la buena noticia que nunca pasa ni se acaba,
que puede cambiar nuestra existencia y darnos la esperanza que no defrauda.
Necesitamos apoyarnos en algo que
no cambie para poder resistir a los bruscos cambios que padecemos. No cambia la
buena noticia de que Dios nos ama hasta el extremo, demostrado con la vida,
pasión, muerte y resurrección de Jesús, su Hijo. Él envío a dar la buena
noticia a todos los hombres, invitándoles a creer, a bautizarse y a formar
parte de su Iglesia, en la que sigue presente. Todos los cristianos que hemos
recibido la gracia de la fe y confesamos que Jesús es el Señor, tenemos que
continuar la misma tarea en el tiempo en que nos toque vivir.
Somos los cristianos los que
podemos ser portadores del Evangelio si vivimos como Jesús vivió, si vivimos
para los demás, si somos capaces de poner amor donde haya odio, perdón donde
haya ofensa, unión donde haya discordia, verdad donde haya error, esperanza
donde haya desesperación, alegría donde haya tristeza, como decía Francisco de
Asís.
Somos un pueblo en el que,
aunque una mayoría se confiese creyente, su fe no ha llegado a desarrollarse y
permanece anclada, en el mejor de los casos, en un cristianismo ético y
asistencial o en la emoción estética de la imaginería de cada lugar, sin una
vinculación real con la Iglesia de Jesús. Todos estos creyentes tienen que ser
evangelizados.
Cuando el Papa convoca a los
cristianos a un año de la fe, que ahora empieza, invito a quienes me lean, a
avivar su fe para evangelizar su propio ambiente, pues aunque muchos no lo
sepan o no quieran saberlo, la buena noticia que puede cambiar sus vidas y las
nuestras es la esperanza firme de que a
pesar de todos los avatares que tengamos que padecer, Dios nos busca y nos ama,
aquí y ahora y por toda la eternidad.
Francisco Rodríguez Barragán
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