Aunque nadie confesará que
prefiere la mentira a la verdad, lo cierto es que aceptamos muchas cosas sin
aplicar nuestra razón para determinar si son verdaderas o falsas, buenas o
malas, justas o injustas.
Se ha repetido muchas veces la
frase: “lejos de nosotros la funesta manía de pensar” o según otra versión
“lejos de nosotros la perniciosa novedad de discurrir”, que al parecer
pronunció el rector de la Universidad de Cervera con motivo de la visita de
Fernando VII, como síntesis del
pensamiento oscurantista y reaccionario, pero hoy pienso que hay demasiada
gente que no se toma la molestia de pensar ni de discurrir pues este trabajo se
lo dan hecho, listo para repetirlo.
Es lo “políticamente correcto”,
decidido en altos y poderosos laboratorios de consignas, eslóganes e incluso
lenguaje, para consumo de ciudadanos liberados de la funesta manía de pensar, a
los que se le ofrece la opción de aceptarlo o rechazarlo, si coincide o no, con
el vago y vaporoso ideario de los partidos políticos de una mano u otra, aunque
cada vez más parecidos entre sí. Todo ello hecho, cocinado y listo para servir.
Ya sé que puede resultar
fatigoso examinar todo lo que se nos propone, por la poca costumbre de usar
nuestra razón. Cualquier mentira repetida un número alto de veces llega a
parecernos verdad, más aún si empiezan con ello desde la infancia.
Habrá quien siga creyendo que
la imposición de un determinado ideario a la juventud es cosa del pasado, de regímenes
dictatoriales superados gracias a las benéficas virtudes de la democracia.
Pienso que nada de eso, pues hay una tendencia constante de los que mandan en
sustituir a los padres en la educación de sus hijos. ¿Por algo será, no?
Se admite la necesidad de
pensar y discurrir frente a un problema de física, de matemáticas o de química,
por el contrario se aceptan sin pensar ni discurrir las versiones de la
historia, de la filosofía o del derecho, ya que se presentan como inapelables.
Bajo la etiqueta del saber científico, tratan de pasarnos de contrabando muchas
cosas que no son más que meras teorías y opiniones interesadas en el
adoctrinamiento de esta o aquella tendencia.
Todavía peor es cuando aceptamos
sin examen cualquier cosa que nos parezca beneficiosa, sin querer entrar en la
cuestión de si es buena y justa. ¿Quién se acuerda del imperativo categórico de
Kant para su obrar rectamente? Ello exigiría pensar y discurrir, que es, al
parecer, de lo que no se trata.
Hay que salir cuanto antes de este pantano cenagoso en el
que chapoteamos pensando que solo vale la pena pasarlo bien, aunque ni siquiera
distingamos lo que está bien o no, lo que es bueno o malo, lo que nos hace
crecer como personas o nos embrutece.
Por favor no desperdiciemos ese
instrumento maravilloso de que fuimos dotados: la razón, que aunque dañada por
nuestra tendencia al mal, puede llevarnos a encontrarnos, entre tantas mentiras
y medias verdades, a quién es la Verdad, la única verdad que puede hacernos
personas libres.
Francisco Rodríguez Barragán
http://elguadalope.es/2012/09/14/frente-a-consignas-y-esloganes-pensar-con-nuestra-razon/#more-42253
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