En estos tristes días de
protestas y desencanto he vuelto a repasar la trilogía “La España real”, que escribió Julián Marías, en aquellos años de
la transición, especialmente el que tituló España
en nuestras manos, donde aplica su poderoso pensamiento y su insobornable
amor a la verdad, a reflexionar y razonar sobre España, los españoles y la
Constitución que estaba redactándose,
Fue don Julián un testigo
privilegiado de nuestra historia: había vivido bajo el régimen de Franco y fue
designado por el rey como senador de aquellas Cortes primeras. Releo sus
atinadas observaciones, escritas desde su sincero amor a España, desde la
esperanza y la zozobra, como dice él, en aquella hora abierta a todas las
libertades donde los españoles iban a tener a España en sus manos.
Lamento el poco caso que se le
hizo entonces. Hoy, quizás, sea un
desconocido para las nuevas generaciones, pero sus reflexiones pueden ser esclarecedoras
de nuestro problemático presente.
Cuando el ante-proyecto de la
nueva Constitución llegó a sus manos, le sorprendió desagradablemente no
descubrir en ella la huella de una reflexión inteligente, de un esfuerzo serio
por representarse las condiciones reales de España y del mundo en que España
tiene que vivir y mostró su pesimismo.
No le pareció correcto que en
el artículo 2 del ante-proyecto
Constitucional se dijera que la
Constitución se fundamenta en la unidad de España y la solidaridad entre sus
pueblos y reconoce el derecho a autonomía de las nacionalidades y regiones que
la integran. Según esto habría en España dos realidades distintas las
nacionalidades y las regiones sin decir cuáles sean unas y otras, pero además
el término nacionalidad solo puede predicarse de las personas respecto a una
nación.
La introducción de los términos
nacionalidades y regiones, que se aceptaron en aras al famoso consenso, ya está
dando sus amargos frutos. La “indisoluble unidad de España” puede quedar en una
expresión vacía de contenido.
Con respecto a la Monarquía se
lamenta de que en el título “De la Corona” cueste trabajo encontrar alguna
función efectiva reservada al Rey, pues arbitrar y moderar el funcionamiento de
las instituciones ¿cómo lo hace? El texto legal se encarga de que no pueda
hacerlo.
Antes del análisis y crítica del
ante-proyecto, en un capítulo que Marías tituló “La función social de reinar”,
se apunta que el poder moderador del Rey, que suele entenderse como echar “agua
al vino”, debe ser lo contrario: impedir que se aguado o enturbiado el vino de
la efectiva democracia. El Rey no tiene poder político, pero la corresponde la
función de reinar desde la más alta magistratura social. ¿Quién podría resistir la desaprobación de un Rey impecable, fiel a su
misión, inaccesible a la lisonja, insobornable? ¿Verdad que es interesante
este apunte de Don Julián?
Siempre merece la pena leer a
Julián Marías. Se lo recomiendo.
Francisco Rodríguez Barragán
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