Si alguien dice que el
principio de la sabiduría es el temor de Dios, quienes lo escuchan quedan un
tanto confusos. Unos recuerdan que de niños, cuando hacían alguna trastada, les
amonestaban diciéndoles: “Dios te va a castigar” porque Dios era alguien que
andaba vigilándonos para castigarnos. Otros nos dirán que eso del temor es una
tontería, pues Dios no castiga a nadie, por lo que no hay que preocuparse y
otros dirán, con suficiencia, que es una frase sin sentido ya que Dios no
existe y si existe no se ocupa de nosotros.
El temor de Dios del que habla
la Biblia no lo entiendo como miedo, sino como uno de los dones del Espíritu
Santo. Esto de los dones, de los regalos de Dios, resultará irrelevante para
quien no crea en Él, ni quiera plantearse la relación que existe entre Dios y
nosotros, pues nuestra condición de criaturas demanda un creador, Alguien que
decidió poner en el mundo a los hombre, unos pequeños seres dotados de libertad
y de inteligencia ¿Por qué lo haría?
Si el mundo, la creación
entera, es algo bueno, excelente, que tenemos que cuidar, quien lo hiciera
tiene que ser alguien también bueno, inteligente y tan grande que
necesariamente tiene que producirnos respeto.
No me puedo creer que el
universo, nuestro mundo y nosotros los hombres, seamos el resultado de un mero
azar, creo mejor en Dios que nos hizo por un derroche de amor. La gloria de
Dios es que el hombre viva y la gloria del hombre es la contemplación de Dios,
escribió San Ireneo.
Si nosotros, los hombres,
estamos dotados de la facultad de hablar, es lógico pensar que Dios también
puede hablar y lo ha hecho para revelarnos que nos ama, aunque hayamos hecho un
mal uso de nuestra libertad. Si usamos nuestra libertad para querer ser como
dioses, esta misma libertad, con la ayuda del Espíritu Santo, puede llevarnos
al arrepentimiento y amarle sobre todas las cosas.
Por eso el temor de Dios es un
don, un regalo, que nos ayuda a ser capaces de corresponder al amor de Dios con
nuestro amor. La revelación de Jesús, el Hijo de Dios, es que tanto amó Dios al
mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen
en él, sino que tengan vida eterna.
Pero aquello de que Dios nos
puede castigar ¿no es verdad? Lo que dice el evangelio es que el que cree en él
no será juzgado y el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el
nombre del Hijo de Dios y este juicio consiste en que la luz vino al mundo y
los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas.
(Juan 3 16-19)
Francisco Rodríguez Barragán
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