miércoles, 28 de octubre de 2009

La Tribu

Con la excepción de los responsables de todas las administraciones que padecemos, que creen que lo están haciendo estupendamente, la mayor parte de los ciudadanos estamos convencidos de que la educación en España deja mucho que desear. El fracaso escolar no puede ocultarse, en la evaluación de nuestros centros no abunda la excelencia, cada vez ocupamos puestos más bajos en el ámbito europeo.

No parece que estén dando resultado medidas tan progresistas como bajar el listón de exigencias, pasar de curso sin aprobar todas las asignaturas, ofrecer compensaciones económicas a quienes agotan el tiempo de educación obligatoria sin aprovechamiento o querer reducir el número de suspensos con incrementos salariales a los profesores, no por enseñar más, sino por suspender menos.

Los profesores han sido despojados de su autoridad, pasan la mayor parte de su tiempo en las aulas tratando de imponer al menos silencio, temen a los padres de los alumnos a los que hay que castigar, porque en lugar de colaborar para su corrección lo que hacen es amenazarles e incluso agredirles. No es extraño que muchos suspiren por jubilarse, hartos de aguantar a los niños y a sus padres.

Dice José Antonio Marina que para educar a un niño se necesita toda la tribu. De acuerdo, pero pienso que la tribu en la que cada cual tenía asignado un papel, que todos reconocían, en la que todos transmitían a los que iban naciendo el rico caudal acumulado de experiencias, saberes, habilidades y valores, ya no existe. Ahora lo que hay una masa amorfa de individuos cuyo papel más definido es el de consumidores de todo lo que le ofrece la publicidad. El trabajo, para la mayoría, no es sino el medio para poder consumir, no un medio la realización personal, sino de rendimiento económico, a lo que se dedican todas las energías. No hay historia, ni saberes, ni valores por los que luchar ni transmitir.

Todos nos sentimos con muchos derechos y pocas obligaciones. Convencidos de que el llamado estado del bienestar tiene que resolver todos nuestros problemas, esperamos que garantice nuestro puesto de trabajo, nuestro salario, la educación de nuestros hijos, la asistencia sanitaria, la pensión de jubilación o el cuidado de nuestros mayores y nuestros enfermos.

Como esperamos tanto del Estado, hemos ido dejando en manos de nuestros políticos nuestras propias vidas. Pero a ellos lo que más les interesa es disfrutar del poder y sus privilegios y se han aplicado con entusiasmo a irnos sometiendo a través de una táctica indolora. Nos han convencido de que somos libres para disfrutar sin límite ni responsabilidad. Nos aseguran que ellos se ocupan de todo, de que no es necesario pensar por nuestra cuenta, sólo adherirnos a las ideas que nos imponen con el pomposo nombre de Educación para la ciudadanía o a las que ofrecen cada día, desde todos los medios de comunicación, los forjadores de opinión.

¿Dónde está la tribu en la que los padres ejerzan de padres? ¿Dónde está la tribu en la que los maestros sean respetados? ¿Dónde esta la tribu en la que cada uno se sienta reconocido en su propio papel? ¿Dónde están los jóvenes deseosos de aprender a ser personas? ¿Cuándo los jóvenes llegan a adultos y se integran en la tribu?

He leído en algún lado: “piensa, es gratis”. Efectivamente, la mejor de nuestras facultades es la de utilizar nuestra cabeza para pensar, para razonar, para interrogarnos sobre nosotros mismos, para aprender de la sabiduría acumulada a lo largo de, al menos, veinticinco siglos de pensamiento. Aprender a pensar es aprender a ser. Esto es lo que tendría que impulsar la educación pero que, a mi parecer, no se hace, no se quiere hacer. La gente que piensa siempre es peligrosa para los que mandan, pues pueden empezar por cuestionar el fundamento mismo de su autoridad. Por eso ellos prefieren que los jóvenes beban, se diviertan, gocen del sexo irresponsable y ¡claro! los voten agradecidos por tantos “beneficios”.

Francisco Rodríguez Barragán

jueves, 22 de octubre de 2009

DE TODAS MANERAS

A mi buen amigo Manuel A. Bobenrieth lo han nombrado profesor emérito de la Escuela Andaluza de Salud Pública. Su discurso de agradecimiento por tal distinción, que fue rubricado por un largo y caluroso aplauso de los asistentes, contiene un pasaje del mayor interés porque pone de manifiesto su calidad humana y su actitud ante la vida. Como sus palabras pueden ser útiles para todos, le pedí y obtuve su autorización para hacerlas llegar a mis lectores. Las copio a continuación:

“Los años de formación médica y los cincuenta y dos años subsecuentes de ejercicio profesional en Chile, Estados Unidos de Norteamérica y España, en los campos de medicina familiar, epidemiología, gestión de hospital universitario, salud pública, educación en atención médica, publicaciones científicas, docencia en metodología de investigación, escritura científica y lectura crítica de los artículos publicados, me enseñaron entre muchas otras lecciones:
Que la gente actúa, con nosotros a veces, en forma irracional y egoísta: queramos a la gente de todas maneras;
Que la gente suele ser desconfiada y obra muchas veces solo por su interés, buscando su propio beneficio: confiemos en la gente de todas maneras;
Que el bien que hacemos hoy suele ser olvidado mañana: hagamos el bien de todas maneras;
Que si compartimos nuestro saber como vocación y sentido de misión, alguna gente puede sospechar que actuamos por motivos mezquinos ulteriores: compartamos nuestro saber con respeto, inteligencia y corazón de todas maneras;
Que si tenemos éxito en el cumplimiento de nuestra misión y en nuestra relación, algunas veces ganaremos falsos amigos y verdaderos enemigos: cumplamos con éxito y lealtad nuestra misión de todas maneras;
Que el hombre más digno con las ideas más grandes y nobles puede ser desacreditado por el hombre más vil con la mente más pequeña y retorcida: actuemos con dignidad de todas maneras;
Que lo que nos costó tanto construir a lo largo de años puede ser devastado y hasta destruido de un día para otro: construyamos con optimismo de todas maneras;
Que el proceder con honestidad y franqueza a veces nos hace vulnerables: seamos francos y honestos de todas maneras;
Que alguna gente necesitada recibe nuestra ayuda; pero esta misma gente también nos puede olvidar y rechazar cuando necesitamos su apoyo: ayudemos a la gente de todas maneras;
Que los alumnos son –a veces– inquietos, desconfiados, escépticos, pasivos, distraídos, hipercríticos: reconozcamos, comprendamos y comprometámonos con los alumnos, con dedicación y amor, de todas maneras;
Que no hay triunfo sin sacrificio, ni éxito sin dolor: batallemos por el triunfo y el éxito de las causas justas, nobles y compasivas de todas maneras;
Que el opinar con sinceridad nos puede causar penas, daños y perjuicios: cultivemos y manifestemos con sinceridad, con prudencia y oportunidad de todas maneras;
Que la gente a menudo nos valora más por la autoridad, el poder, la influencia y los bienes materiales que poseemos, que por lo que verdaderamente somos: seamos verdaderos, pacientes, comprensivos, esforzados, modestos y solidarios de todas maneras;
Que la gente muchas veces interpreta nuestra actitud de respeto, de prudencia, de ecuanimidad y de sensibilidad como signo de debilidad y de complacencia: seamos respetuosos, prudentes, ecuánimes y sensibles de todas maneras;
Que la gente puede captar erróneamente nuestra comprensión y tolerancia como síntomas de pusilanimidad: seamos comprensivos y tolerantes de todas maneras;
Que los avatares de la vida cotidiana con sus esperanzas fallidas y penas inmerecidas tienden a perpetuar un presente de pequeño poder circunstancial, limitado y mezquino: pensemos en un futuro grande, trascendente, abierto y generosos de todas maneras.”

Creo que merece la pena haberlas copiado para ustedes.

Francisco Rodríguez Barragán