martes, 28 de julio de 2020

El problema del dolor



            El dolor presente en todo el mundo nos parece insufrible y quisiéramos             poder achacarlo a alguien y hacérselo pagar
La humanidad entera se está enfrentando al problema del dolor que se hace presente en nuestras vidas y del que no sabemos el porqué. Cómo es posible que un pequeño virus nos haya descolocado de nuestras apacibles vidas. Quizás cuando proyectábamos nuestras vacaciones, nuestro negocio, nuestro futuro no nos pasó por la mente que todo podía irse al traste, que mucha gente iba a morir en total abandono, que íbamos a estar sometidos a una férrea disciplina, impuesta por quienes, tampoco al principio, entendían lo que estaba pasando.
Convencidos de que éramos nuestros propios dioses no se nos pasó por la cabeza nuestra esencial debilidad, nuestra absoluta dependencia de quién nos llamó a la vida pero al que habíamos olvidado por completo.
El problema del dolor y la muerte no podemos ponerlo entre paréntesis. Nuestra vida va mucho más allá y el olvidado Dios que hizo el cielo y la tierra, nos da un toque de atención para recordarnos que es un Padre que nos ama. Sí, que nos ama y quiere nuestro bien. Solo cuando la criatura reconoce el vínculo que le une con su creador la vida en su totalidad recobra su sentido pleno.
Cuando tenemos todo lo que queremos no nos pasa por la cabeza que toda nuestra vida y bienes son un don de Dios al que rara vez agradecemos sus beneficios, pero si llega al dolor nos volvemos airados preguntando: si Dios es bueno cómo permite que me pase esta desgracia.
Encajonados en los estrechos límites del tiempo de nuestra edad, que nos va haciéndo pasar de la niñez a la vejez y la muerte, no entendemos que Dios no existe en el tiempo, sino que el tiempo está en Dios, a su entera disposición, para disfrutarlo con sus criaturas que correspondieron a su amor. Los que no quisieron corresponder a su amor ¿cuál será su destino eterno?
Los males que nos aquejan y desesperan tendríamos que aceptarlos como llamadas de atención para entender nuestra radical limitación y dejar de creernos nuestros propios dioses. La ilusión de la criatura de ser autosuficiente tiene que ser destrozada. Dios se apiada siempre del que se reconoce pecador y no del que del que se cree bueno, honesto, suficiente. En el relato evangélico del fariseo y el publicano queda claro: el fariseo se cree mejor que los demás y no queda perdonado pero el publicano que se reconoce humildemente pecador sale del templo justificado.
Cuando actuamos siguiendo nuestras propias inclinaciones puede que coincidan con la voluntad de Dios pero abandonarnos en Dios y aceptar el dolor cuando llega,  sí es una mayor garantía de estar en el buen camino.
La gente no admira a ningún hombre por hacer lo que le gusta sino al que realiza acciones difíciles y virtuosas. El precepto evangélico de amar a nuestros enemigos y hacer el bien a los que nos odian o persiguen, puede resultar extraño pero la sabiduría de Dios nos ha impuesto el deber de la caridad y a él hay que atenerse aunque cueste. Son las pruebas que tenemos que superar para entrar en el amor de Dios, al que todos estamos destinados, aunque ¿algunos o muchos? se pierdan  por su obstinación.
La prueba que estamos pasando puede sernos útil si aceptamos que Dios la permite para nuestro bien.
Francisco Rodríguez Barragán
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martes, 21 de julio de 2020

¿Vivimos en una democracia que funciona?


            Podrán imponernos muchas cosas menos la libertad de pensar por         nuestra cuenta
Seguramente Aristóteles se quedaría hoy extrañado de la generalizada exaltación de la democracia a través de todos los medios de comunicación.
Si analizamos el contenido de la omnipresente democracia podemos ver que se trata del gobierno de la mayoría y que por fuerza tiene que ser legítimo y obligatorio. Pero que la mayoría siempre tenga razón es bastante problemático pues habría que analizar cómo se ha conseguido esa mayoría.
No sabemos si los ciudadanos han dado mayoritariamente su voto a un programa de gobierno, a unas medidas concretas, después de reflexionar seriamente sobre ellas o si realmente ignoran el programa que apadrinan que, normalmente, es conseguir el poder y luego ¡ya se verá!
El ciudadano normal suele votar, por inercia, al partido al que lleva votando muchos años y solo cambiará su voto cuando se produzca un desastre económico que ponga en peligro su sueldo, su pensión, su trabajo, su posición económica. El cambio de voto no es automático y el ciudadano puede continuar apoyando al partido que ha provocado el cataclismo.
Si el sistema democrático se basa en el voto de la mayoría,  ¿cómo se consigue tal mayoría? ¿Qué función tiene la minoría? Es frecuente que la mayoría se consiga por medio de pactos, más o menos confesables, con otros partidos minoritarios que casi siempre representan una compra de votos o una cesión de competencias. La minoría que no quiera entrar en componendas con la mayoría se dedicará a esperar mejor ocasión en las siguientes elecciones, aunque mientras tanto se dedique a señalar los fallos del gobierno.
Se puede tener una constitución democrática en la que se fija la división de poderes y los derechos y deberes de los ciudadanos pero quedar todo ello en “papel mojado” en manos del gobierno de turno que encontrará los tortuosos caminos para burlar la ley y… a los ciudadanos. No creo que haga falta aducir ejemplos de estos cuarenta años largos de democracia constitucional.
Para que una democracia funcione se necesita la honradez de los políticos y la de los ciudadanos, cosa que podría conseguirse a través de una exigente educación que no es exactamente la educación para la ciudadanía que quieren imponernos, ni la variable ley general de educación, cambiable a voluntad del gobernante de turno, restrictiva siempre de derechos.
También es necesaria para una auténtica democracia compartir una historia común en la verdad de nuestro pasado, que tampoco es la que quieren imponernos como ley de la memoria histórica. Si algo se quiere imponer con amenazas es claro que es rechazable. El más sagrado de los derechos de cada ciudadano es tener su propia opinión respecto a la religión, la violencia de género, el calentamiento global,  o el feminismo, por ejemplo.
No nos dejemos seducir por el vacío razonamiento de que vivimos en el mejor de los mundos posibles: la democracia, sin educación y diálogo, no funciona. El gobierno de la mayoría no garantiza que sus decisiones sean las más acertadas, como podemos comprobar a diario.
Una constitución democrática tampoco garantiza nada si no hay una voluntad común de respetarla siempre y en toda ocasión.
Francisco Rodríguez Barragán
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martes, 14 de julio de 2020

¿Creen ustedes en algo? (2)



            Es hora de recuperar los dones del Espíritu Santo y la práctica de las      virtudes que nos pueden hacer mejores personas.
Como anuncié en mi anterior artículo, también creo en la Iglesia, la que anunció Jesucristo y difundieron por el mundo aquellos rudos pescadores de Galilea, pero sin arreglos ni maquillajes, la que sigue el impulso del Espíritu Santo, dispuesto siempre a repartir sus dones, aunque muchos no quieran recibirlos para poder seguir sus propias ideas.
Por tanto creer en la Iglesia significa también creer en el Espíritu Santo, señor y dador de vida que otorga el don de la sabiduría que tanto necesitamos para distinguir el bien del mal, la virtud del vicio, la verdad de la mentira. El don de la sabiduría va acompañado del don de entendimiento, del don de consejo, del don de fortaleza, del don de ciencia, del don de piedad y del don de temor de Dios.
Son cosas que aprendí en el viejo catecismo  Ripalda pero que he encontrado en el Nuevo Testamento. Un solo Dios, un solo Espíritu, una sola Iglesia a la que accedemos por el bautismo y en la que podemos afianzarnos a través de los sacramentos.
Mala cosa es que cada cual se invente una iglesia a su gusto, que intente actualizarla de acuerdo con sus ideas mundanas o viva de espaldas a su mensaje de salvación.
Lo mismo que el pueblo judío fue tergiversando el mensaje que le fue confiado por Dios hasta hacerlo irreconocible, los cristianos también hemos manipulado la buena noticia del evangelio a través de múltiples herejías, rompiendo la unidad de la Iglesia por la que Cristo mismo oró diciendo que todos sean uno, como tú y yo, el Padre y el Hijo, somos uno.
En la medida en que la humanidad se cree cada vez más autosuficiente va alejándose de Dios y cayendo en el pecado. ¿Acaso no somos conscientes de que vivimos en una situación de pecado, socialmente aceptado, como las uniones sexuales de cualquier tipo y sin responsabilidad, el aborto incentivado, o la eutanasia amenazante?
La insensatez humana cree que puede hacer un mundo mejor que el plan que Dios pensó para nosotros. Si es verdad que hemos encontrado miles de inventos para hacernos la vida más fácil o para vivir más años, lo cierto es que el deterioro de las personas es imparable y la muerte nos espera. Cuando nos hacemos conscientes de este destino inexorable pretendemos conjurarlo afirmando que después de la muerte no hay nada. ¿Seguro?
Pero los vivientes aquí y ahora aún tenemos tiempo de cambiar, de aceptar los regalos, los dones, del Espíritu Santo. Podemos descubrir que puede haber más alegría en dar que en recibir, que la esperanza de plenitud puede ser colmada por Dios. Creer en la propuesta de Dios por la fe, esperar en un mundo nuevo y mejor, donde habite la justicia y la caridad sea como el aire que respiremos.
Bastaría dedicar cada día unos minutos a descubrir dónde está la verdad para rechazar la mentira, descubrir que apostar por la justicia resulta más efectivo que enredarnos en la injusticia, que las virtudes son siempre más valiosas que los vicios. Estamos a tiempo, no nos dejemos enredar.
Francisco Rodríguez Barragán
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martes, 7 de julio de 2020

¿Creen ustedes en algo?



            Ya sé que no se lleva hablar de Dios ni recitar el Credo. Vivimos   convencidos de que el mundo está en nuestras manos y Dios sobra.
Durante bastantes semanas me he dedicado a escribir sobre las cosas que pasan, que no son pocas. Hoy he pensado cambiar el paso y escribir sobre lo que creo, empezando por el credo. Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible.
Si creo en un solo Dios está claro que rechazo todas las viejas mitologías, con dioses buenos y malos, encargados cada uno de una función diferente: dioses del mar o de la luna, de la tierra o de las estrellas.
Si acepto que Dios es un Padre todopoderoso reconozco que todos los vivientes que han sido, son y serán, tienen la categoría de hijos, aunque no lo sepan, aunque lo nieguen. Un hijo puede negar al Padre pero nunca el Padre a un hijo. Saturno devorando a sus hijos es una fábula inaceptable.
El universo entero, visible o invisible, es obra de Dios. Pretender que tenemos que arreglar la creación es una solemne tontería. Apenas si sabemos algo de lo que existe más allá de la luna, si hay otros planetas habitados, si hay vida semejante a la nuestra. Nuestros inventos, de los que nos sentimos tan ufanos, no pasan de meros juguetes. Hablamos de agujeros negros sin tener nada claro lo que representan ni lo que son.
Hay mucha gente que cree que todo lo hubiera hecho mucho mejor que Dios, pero lo único que sabemos es que nuestra vida, por más que nos empeñemos se acabará un día y lo mismo que no decidimos nacer tampoco vamos a decidir cuándo morir, aunque haya desalmados que sueñan con establecer la eutanasia, porque les parece que estamos demasiados viejos.
Ahora se ha desatado la preocupación por el planeta al pensar que está en nuestras manos. Yo prefiero pensar que Dios que lo hizo cuidará de él con amor de Padre Todopoderoso, que los hombres sin fe lo único que harán es estropearlo.
También creo en un solo Seños, Jesucristo, hijo único de Dios, nacido del Padre y de su misma naturaleza, antes de todos los siglos, engendrado, no creado, que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo y por obra del Espíritu Santo, se encarnó de María la virgen y se hizo hombre y por nuestra causa fue crucificado, muerto y sepultado en tiempos de Poncio Pilatos pero resucitó al tercer día y subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos y su reino no tendrá fin.
Ya sé que mucha gente no cree en Cristo, aunque vayan a las procesiones de la Semana Santa vestidos de nazarenos. Por mi parte, sí creo en Cristo y que seré juzgado cuando termine mi vida y espero ser salvado por su misericordia y no por mis buenas obras que son escasas.
A los que no creen en la salvación de Dios por los méritos de Cristo ¿qué porvenir les espera? Quizás convertirse en polvo y ser olvidados o, lo que es peor, ser juzgados indignos de la vida eterna.
También creo en la Iglesia, sobre la que escribiré en un próximo artículo. Para los que se tomen la vida en serio más allá de pandemias, crisis y malos gobernantes, si les queda algo de cristianos, les invito a levantar el corazón a Dios Padre Todopoderoso.
Francisco Rodríguez Barragán
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