domingo, 28 de febrero de 2016

La rana no saltó a tiempo del agua caliente



He recibido una vez más la historieta de la rana hervida que lleva años rodando por la red. Se trata, por si alguien no la conoce, de una rana que vive contenta en un recipiente lleno de agua que lentamente al que le van haciendo subir la temperatura, la rana se siente feliz con el agua calentita pero como sigue subiendo el agua hierve y la rana ya no es capaz de saltar fuera del recipiente y muere hervida.
He pensado que estamos en una situación semejante. El estado se viene dedicando a mantenernos en una temperatura agradable al irnos dotando de un montón de prestaciones, el tan alabado estado del bienestar, que cuida de nosotros desde la cuna a la tumba.
Conforme ha ido aumentado el nivel de cobertura hemos vivido felices sin observar que todo ello tenía el precio de nuestra libertad, pero no llegamos a inquietarnos, pues entre las múltiples prestaciones que se nos ofrecen hay multitud de entretenimientos donde somos libres de elegir, multitud de sugerencias para disfrutar del placer sin responsabilidad. facilitando a todo el mundo anticonceptivos, píldoras del día después, salud sexual y reproductiva, es decir, aborto costeado por el estado.
El estado social y democrático de todos los partidos ha ido cercenando las raíces en las que crecíamos: historia, familia, religión, valores morales y ocupando lentamente el papel decisivo en la educación, en el establecimiento de nuevos derechos a través de leyes estatales o autonómicas, incluso refrendadas por la comunidad europea, que deciden lo bueno y lo malo, la verdad y la mentira.
Nuestras obligaciones se han ido reduciendo a una sola: pagar los impuestos crecientes para mantener a una administración también creciente que decide si podemos fumar o no, ir a los toros o no, si debemos creernos lo del calentamiento global o no, si debemos de creer a pie juntillas en la ciencia sin plantearnos otras cosas, como por ejemplo el sentido del dolor, si hay otra vida después de la muerte, si nuestra existencia es mera evolución pasando de la nada a la nada, en definitiva la pregunta clave: ¿qué es el hombre?
Hemos pasado, a medias, de una crisis económica a una crisis de gobierno en la que todos quieren mandar más que servir, todos hacen planes para gastar más y seguir calentando el agua de la rana hasta que todos resultemos hervidos, sin capacidad de reacción.
Por favor no creamos lo que nos cuenten por mucho que nos digan ciudadanos y nos traten como súbditos. Lo que está ocurriendo en los ayuntamientos debía hacernos reflexionar sobre el valor de nuestro voto. Los impuestos nos los exigen cada día, los votos cada cuatro años y luego proclaman que el pueblo nunca se equivoca, como si pudiera demostrarse que la mayoría siempre tiene razón.
Hay que reivindicar que se creen espacios de libertad en los que cada cual asuma su responsabilidad, que funcione el principio de subsidiariedad, que lo que cada persona, cada familia  o cada grupo pueda hacer por sí no lo gestione la administración.
Todo el mundo se escandaliza de la corrupción sin darse cuenta de que su caldo de cultivo es el creciente intervencionismo, si disminuyéramos la administración seguramente disminuiría también la corrupción.
Francisco Rodríguez Barragán
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Vender el alma al diablo


Aunque mucha gente no crea en el alma ni en el diablo, estoy seguro de que en más de una ocasión están dispuestos a tal negocio, por ejemplo, cuando se pasa hambre, no se tiene trabajo, no se ve salida a una situación insoportable que se prolonga en el tiempo. A sus oídos llegarán unas palabras sibilinas e insidiosas: tú puedes hacer que cambie tu situación solo es necesario que me des tu voto, nosotros lo cambiaremos todo, les quitaremos sus riquezas a los ricos y las repartiremos ¿de acuerdo?.
Es una tentación diabólica en la que muchos caen. Sí, habrá que hacer la revolución. Luego saldrá o no saldrá, se puede llegar a los “éxitos” chavistas o a  la situación griega con más facilidad que al mítico desarrollo nórdico, pero has vendido libremente tu voto y tu libertad, olvidando que no solo de pan vive el hombre.
Otra transacción se ofrece a los instruidos, a los que viven seguros de su propio juicio, de su suficiencia. ¡Tú puedes todo lo que te propongas! te sugiere ese libro de autoayuda; la única verdad es la ciencia, la técnica, los avances imparables de la investigación; todo el pasado es oscuro y remoto: olvídalo, lánzate a la vida, al placer, al disfrute de cuanto se te ofrezca. Lo puedes todo, incluso cambiar de sexo si no te gusta el que tienes, no te comprometas con nadie, no aceptes cargas ni obligaciones, puedes hasta morirte cuando quieras, eres producto de la evolución y cuando desaparezcas volverás a la nada.
Qué tentación ¿verdad? Adorarte a ti mismo sin limitaciones, sin deberes ni condicionamientos. Salta, tírate de cabeza, no te pasará nada, resuena en tus oídos.
Hay otra invitación insidiosa: el ansia de poder. Este mundo lo manejan los poderosos desde sus selectos clubs, sus instituciones financieras, sus elegantes logias, sus lobbies omnipresentes en los organismos internacionales, en laboratorios y fundaciones, empeñados en un nuevo orden mundial y…  en los múltiples y variados partidos políticos. Ser rico e influyente, tener en la mano el timón de gigantescas organizaciones. Aquí no es fácil entrar pero es seguro de que muchos estarían dispuestos a vender su alma al diablo por un puesto importante. Escucha: todo esto puede ser tuyo si nos adoras, si te sometes a nuestras directrices. Habrá que tragarse más de un sapo para subir, para trepar, pero el poder lleva anejo el dinero que puede llegar a tus bolsillos, a tus cuentas, si colaboras.
Seguro que a los cristianos que oyeron el evangelio del domingo pasado les suenan estas tentaciones, las mismas que padeció Jesús después de pasar cuarenta días en el desierto. ¿Por qué se dejaría tentar por el diablo? Pienso que despojado de su rango de Dios y actuando como un hombre cualquiera se sometió a estas tentaciones, para enseñarnos lo que tendríamos que hacer: resistir al diablo rechazando sus propuestas, sus tentaciones,  recordando que no solo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de su boca, pues solo a Dios hay que adorar y rendirle culto.
Si Dios desaparece de nuestro horizonte vital habremos vendido nuestras almas al diablo y estamos perdidos.
Francisco Rodríguez Barragán
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Hablar de pecado desentona


El carnaval con sus disfraces y sus derroches pasa rápido, aunque aquí parece que estamos de de juerga desde el 20 de diciembre pasado. Si el pesado artefacto de la administración pudiera seguir funcionando a lo mejor descubríamos que el gobierno no era tan imprescindible. Quién sabe si cuando armen el nuevo gobierno iremos a peor ya que las perspectivas no son nada halagüeñas para mantener la paz y la convivencia entre los españoles.
Pero empieza la Cuaresma con el miércoles de ceniza, cuarenta días hasta la Pascua. Es una llamada a la conversión que no será objeto de ningún programa exitoso de televisión ni los diarios le dedicarán portadas ni páginas.
La conciencia personal, que debía ponernos ante los ojos nuestra situación de pecadores, ha quedado eliminada con el manoseado estado de bienestar que cuida de nosotros y no quiere que nos sintamos enfermos del pecado.
Para la mayor parte de la gente el pecado no existe, ni siquiera se le nombra. Nos sentimos contribuyentes, votantes, televidentes, empleados o desempleados… ¡pero pecadores! Al parecer solo existen los delitos o faltas tipificados por el código penal.
Por mi parte alzo mi pequeñísima voz para recordar a quienes me lean que todo pasa excepto Dios. Como dice la Biblia Dios es compasivo y misericordioso y no nos trata como merecen nuestros pecados pero si por nuestra parte no hay respuesta a su misericordia ¿no nos aplicará su justicia?
Si no queremos distinguir el bien del mal y ajustar nuestra conducta a la regla de oro de no hacer a otro lo que no quieras para ti, vamos cuesta abajo por un mundo hedonista que solo se preocupa de su propio placer o relativista para el que todo vale lo mismo. Cada uno de nosotros se siente bueno y no necesita de conversión ni de perdón, los malos son los otros, los que nos señalan cada partido político, la derecha o la izquierda, el mercado o los bancos, la comunidad europea o la economía americana…
El estado de bienestar es el invento destinado a hacernos vivir en una infancia inocente y permanente, como ya advirtió Tocqueville  Hemos llegado a creer absolutamente que es el Estado, sus políticos y gobernantes, quienes tienen que proporcionarnos la solución de todas nuestros deseos y necesidades, sin duda a cambio de nuestra servidumbre. Por eso cada grupo político pregona las prestaciones y derechos  que nos dará  si lo votamos, aunque luego ni quiera ni pueda cumplir con su programa, mientras utilizan el humilde servicio de nuestro voto para disfrutar del poder y sus prebendas.
Hablar de pecado desentona, por eso los cristianos seremos cada vez más silenciados, salvo para la promoción del tipismo y el turismo. Cristo crucificado es contemplado quizás como obra de arte por la mayoría, pero no como la salvación de nuestros pecados ya que no nos sentimos culpables ni necesitados de perdón.
Si una mínima parte del tiempo que pasamos ante el televisor lo utilizáramos para entrar en nuestro interior y ponernos en la presencia de Dios, esta cuaresma que empieza no será inútil.
Francisco Rodríguez Barragán
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El amor no solo es cosa de bodas


El domingo pasado escuché en la misa la lectura del capítulo 13 de la carta de San Pablo a los Corintios. Es un texto muy conocido que se lee casi siempre en las bodas celebradas por la Iglesia y en él se detallan las cualidades del amor: el amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca.
Al utilizarse con motivo de la celebración del matrimonio es posible que pensemos que se refiere  solo al amor entre los esposos, pero entiendo que el amor de que habla San Pablo tendría que ser la norma habitual de conducta de los cristianos en su vida diaria, en toda ocasión y con todo el mundo.
Sé perfectamente que no es fácil pero tenemos que intentarlo. Escuché a alguien decir que el evangelio está por estrenar, pero amar al prójimo no es una simple sugerencia piadosa sino un mandato imperativo.
Eso de ser paciente se lleva poco, no ser mal educado sino afable y amable debería ser la norma mínima de convivencia, no solo en la familia, sino en cualquier sitio. Nos quejamos cuando alguien nos trata sin educación, sin amabilidad pero quizás no contabilizamos las veces que hacemos lo mismo.
Por supuesto que no nos alegramos con las injusticias de los demás, aunque siempre tenemos alguna excusa para las propias. Todos los días nos sirven los medios la corrupción de unos y otros y seguramente la mayoría de la gente se siente muy por encima de los delincuentes, de los imputados, de los investigados y no desea tanto que se restablezca el derecho de los perjudicados como que se castigue a los culpables, al menos con la pena de telediario.
Parece que solo existen los delitos, los que tipifica y condena el código penal, por tanto los que no nos vemos amenazados por la justicia nos consideramos inocentes, buenos y dispuestos a apedrear a los culpables. Pero los delitos también son pecados, aunque nadie hable de ello ni de arrepentimiento, ni de perdón y habría que hacerlo y reconocernos todos pecadores por acción o por omisión, egoístas. soberbios, envidiosos, lujuriosos, avariciosos, en definitiva pecadores, faltos de amor al prójimo y necesitados del perdón de Dios.
No me cabe duda de que el mundo sería más habitable si cada uno amase a su prójimo como a sí mismo, si cambiase el sentimiento de odio por el amor, la comprensión, la amistad, la benevolencia. Podemos intentarlo una y otra vez.
Tenemos a la vista lo que ocurre cuando falta empatía y sobra odio. Creo que si el odio es contagioso y nos puede llevar al desastre, el amor también puede contagiarse y recuperar la convivencia.
Vale la pena releer lo que dice San Pablo sin reducirlo a las relaciones familiares sino en la amplia perspectiva de nuestra vida de relación con todos los demás. El amor no pasa  nunca.
Francisco Rodríguez Barragán