sábado, 28 de diciembre de 2013

Variaciones preocupantes en nuestra sociedad

En el cuestionario que he recibido con una parte del documento preparatorio del Sínodo sobre la familia, se pregunta si es posible estimar numéricamente un porcentaje de parejas que se unen “ad experimentum”, es decir sin formalizar su unión en forma civil o religiosa.

Pienso que, de forma explícita, las parejas no se unen por vía de experimento, aunque de forma tácita tengan la idea de convivir solo mientras les resulte satisfactorio, aunque lo mismo les pasa a los que se casan por lo civil e incluso por lo religioso.

Si en otros tiempos existía un periodo de noviazgo anterior al matrimonio, en la actualidad los jóvenes salen juntos a divertirse, sin excluir la sexualidad sin consecuencias ulteriores, gracias a los métodos anticonceptivos. Algunos emparejamientos pueden resultar más duraderos, aunque sin convertirse en verdadero noviazgo, ya que no se proyecta la constitución de una familia ni la ilusión de unos hijos, solo pasarlo lo mejor posible, dure lo que durare.

Muchas de estas parejas, en cualquier momento, deciden vivir juntas por lo que pasan a ser parejas de hecho a efectos legales, que pueden inscribirse como tales en las delegaciones provinciales de asuntos sociales o los ayuntamientos. Para cuantificar esta realidad social he buscado los datos de Andalucía, comunidad autónoma en la que resido, en la que se han producido en el año 2010, último que he encontrado, 5.361 inscripciones y en la serie 1996-2010 se ha pasado de 60 a 5.361 con un total acumulado de 25.234 a las que hay que deducir 2300 bajas en el mismo periodo.

Pero dado que no existe ninguna obligación legal de inscribirse en tal registro, aunque pueda reportar algunos beneficios legales, di por supuesto que el número sería mucho mayor.

He recurrido a los datos del Instituto Nacional de Estadística que, una nota de prensa con los indicadores de 2011 y su variación respecto al 2001, según el Censo de Población y Viviendas, arroja datos de interés respecto a las parejas de hecho que han crecido desde 563.785 en 2001 a 1.667.512 en 2011. Pero hay otros muchos aspectos relevantes: las personas entre 25 y 34 años que viven en pareja sin hijos han aumentado de 1.003.329 a 1.394.865 en el mismo periodo y el total de parejas sin hijos han pasado de 3.042.409 a 4.413.304, las parejas con 3 hijos o más han descendido desde 994.665 en 2001 a 631.186 en 2011.

El aumento de parejas sin hijos, la disminución de las familias numerosas y la mayor esperanza de vida 82 años, está produciendo un envejecimiento de la población que al mismo tiempo se reduce ya que no hay crecimiento.

Otra nota de prensa del INE con los indicadores demográficos básicos de 2012, resultan preocupantes respecto a la familia, ya que la edad media del primer matrimonio en España es de 32,71 años (casi 33) y la edad media a la maternidad es de 31,56 años (casi 32) a todas luces excesivamente elevadas y una fecundidad que solo llega a 1,32 hijos por mujer, cuando sería necesario más del 2 para asegurar la tasa de reposición de la población.

Todo esto es el resultado de unas variaciones enormes en las pautas del comportamiento social. La familia pierde peso mientras que la tendencia al hedonismo y al consumismo se generaliza, los niños sobran ya que impiden disfrutar de comodidades y resultan una carga, si acaso uno solo. La mayor parte de los niños actuales no tiene hermanos, pero quizás tengan mascotas.

Francisco Rodríguez Barragán






 

 

Mi felicitación de Navidad



Tengo la impresión que cada año comienza antes la campaña publicitaria de los artículos que debemos comprar y consumir con motivo de la Navidad, aunque referencias expresas al nacimiento de Jesús no sean muchas y abunden más los símbolos luminosos de la nieve, del abeto o de ese personaje gordo, vestido de rojo, que hemos importado de otras latitudes. Hay una decidida intención de eliminar cualquier sentido religioso de las fiestas que celebra la Iglesia a lo largo del año para sustituirlo por fiestas de invierno, de primavera o de Halloween, la más reciente importación de una extraña y repelente celebración.

El laicismo rampante que padecemos sabe muy bien que ese Niño Jesús que se coloca en un belén de corcho y figuritas, es el mismo Jesús que predicó la llegada del Reino de Dios a los pobres y a los pecadores y criticó con dureza a los que se creían justos y a los que ponían su corazón en las riquezas. La gente importante de su tiempo que, si esperaba algo no era aquella clase de Mesías, terminó por darle muerte.

El evangelio molesta a quienes se les habla de amor al prójimo, incluidos los enemigos, de solidaridad con los pobres, de lucha por la justicia y la equidad, de la necesidad de una vida austera y virtuosa. Mejor que no se difundan tales ideas, mejor que consuman cada vez más cosas, gocen de más placeres, tengan menos responsabilidades, que vuelva pronto el estado de bienestar que nos cuide de la cuna a la tumba o mejor, no hablemos de la tumba  sino del derecho a morir con dignidad, cuyo significado es que te eliminen con un sedante poderoso.

Ese Jesús que nació en un establo de Belén, murió en una cruz y resucitó al tercer día, encargó a sus discípulos, a los que le vieron resucitado, que fueran a todo el mundo a predicar el evangelio, mandato que ha llegado, por su testimonio,  hasta nosotros, los que hemos creído en Él. Ya nos advirtió que no sería una tarea fácil seguir sus pasos, que lo mismo que el mundo lo odió a Él, el mundo nos odiaría a nosotros.

Jesús prometió el Reino de los cielos y llamó dichosos a los pobres, a los pacíficos, a los que lloran, a los que tienen hambre y sed de justicia, a los misericordiosos, a los limpios de corazón, a los que trabajan por la paz, a los perseguidos por causa de la justicia. Todos estos valores no son los que se cotizan en las bolsas del mundo que está más preocupado por el control del sistema financiero, la explotación de las riquezas, incluidas las personas, el control de la natalidad, el calentamiento global, etc. etc.

Esta mi reflexión sobre la Navidad es la felicitación que envío a quienes me lean, seguramente les resultará extraña, pero me parece más fiel al mensaje de Jesús. La alegría del Evangelio es el anuncio de la llegada del Reino de Dios al corazón de cada persona que esté dispuesta al seguimiento de Jesús para entrar en la vida eterna.

(¿Que no cree en la vida eterna? De eso saldrá de dudas cuando menos lo espere).

Francisco Rodríguez Barragán







 

miércoles, 11 de diciembre de 2013

¿Es posible una sociedad donde todos sean felices?



Llevamos milenios empeñados en organizar la sociedad. Cada época, cada imperio, cada país, han creído dar con la solución, pero ninguna dura mucho tiempo, ninguna consigue instaurar un orden justo en el que nadie resulte sometido, explotado, excluido.

Imperios, federaciones, naciones, pueblos, han buscado formas estables de gobierno, pero ninguna ha resultado lo suficientemente buena para perdurar en el tiempo a satisfacción de todos.

Hay quienes pensaron que, en un régimen de libertad, el egoísmo de cada uno se conjugaría con el egoísmo de los demás y una mano invisible nos haría a todos felices. No resultó.

Otros instauraron regímenes igualitarios, pero resultó que unos eran más iguales que otros y terminó el experimento que tantos sufrimientos costó. Los “desiguales”, los que mandaban en aquellos regímenes se aliaron con otros poderes y ahora siguen organizando sus sociedades en su beneficio.

La democracia se ha presentado como la única solución que podría conjugar igualdad y libertad. Encarnada en el mundo occidental, gracias a sus avances técnicos y la explotación de los recursos de otros pueblos del planeta, consiguió prosperidad y riqueza e instauró el estado del bienestar para mantener contentos a todos sus ciudadanos. La globalización y la crisis han puesto de manifiesto la dificultad de mantener el tinglado. Una sociedad en la que unos manejan la riqueza y otros se quedan sin ingresos, está pidiendo otro cambio, otro ensayo que podrá funcionar o no, que durará más o menos y así un siglo y otro.

Pienso que ningún sistema llegará a funcionar “para todos” y que todos están condenados al fracaso pues las personas arrastramos un egoísmo radical, que no podemos arrancar de nosotros mismos sin la ayuda de Dios. Estamos lastrados por el mal y no podemos hacer de la tierra un paraíso, como aquel del que fuimos expulsados por la loca soberbia de querer ser como dioses, soberbia en la que nos mantenemos contumaces. Queremos ser nuestros propios dioses y solo conseguimos causar sufrimientos a los pobres, a los excluidos y a nosotros mismos.

Un mundo donde reine la paz, la justicia, el amor, donde nadie tenga que llorar, es una promesa de Dios que llegará al fin de los tiempos pero que llega cada día cuando cualquier hombre se convierte, pide perdón y se deja salvar. Es el Reino de Dios prometido a los pobres, a los que lloran, a los hambrientos, a los perseguidos, que se hace realidad cuando uno ama de corazón a su prójimo, a su hermano, y actúa en el mundo que le ha tocado vivir con honradez, con caridad, con esperanza, con fe.

El reino que llegará al fin de los tiempos con la segunda venida de Jesucristo no sabemos cuándo ocurrirá, pero el mismo Cristo nos insiste en la necesidad de estar preparados para ese momento, que seguro nos llegará a cada uno cuando dejemos esta vida, que no termina sino se transforma.

Tenemos que pedir con fuerza y convicción que el Señor vuelva, para que el mal sea definitivamente vencido. El demonio no es un mito, es un espíritu poderoso, misterio de iniquidad y enemigo de que los hombres puedan llegar a ser hijos de Dios, que está consiguiendo pasar desapercibido y que la gente no crea en su existencia.

Francisco Rodríguez Barragán.






 

 

Pensar desde el nivel de los más pobres



Hace muchos años, cuando aún era joven y me reunía con otros jóvenes para hablar de todo lo divino y lo humano, un buen amigo nos dijo que los cristianos teníamos que ver todas las cuestiones sociales desde el nivel de los que menos saben, menos tienen y menos pueden, es decir de los más pobres.

He de reconocer que aquel consejo quedó olvidado en algún rincón de mi memoria y, a menudo, mi juicio sobre tantas y tantas cuestiones lo he realizado desde el nivel de mi situación y de mis intereses personales.

Pero al leer La Alegría del Evangelio del Papa Francisco, aquel recuerdo de juventud estalló con fuerza en mi conciencia. Dice el Papa que, de nuestra fe en Cristo hecho pobre, y siempre cercano a los pobres y excluidos, brota la preocupación  por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad y que cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad.

Nos dice que la Iglesia ha reconocido que la exigencia de escuchar el clamor de los pobres brota de la acción de la gracia en cada uno de los cristianos que están llamados a cooperar tanto para resolver las causas estructurales de la pobreza y promover el desarrollo integral de los pobres, como a realizar los gestos más simples y cotidianos de solidaridad ante las miserias  que encontramos en nuestro entorno.

Según el Papa la solidaridad es mucho más que algunos actos esporádicos de generosidad, sino que supone pensar en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos. Es lo que decía mi amigo, hace tantos años,  ver todas las cuestiones sociales desde el nivel de los más pobres.

Parece que lo que impera es el feroz individualismo de todos contra todos y la formación de ruidosos colectivos reivindicativos de sus propios intereses. Pensar en que todos, ricos y pobres, acomodados y sin empleo, emigrantes y nacionales, jóvenes y viejos, formamos una única comunidad humana, de la que no podemos excluir a nadie, representa un reto formidable para todos los cristianos y para cualquier persona de buena voluntad.

No se trata de asegurar la comida, dice el Papa, sino que tengan prosperidad sin exceptuar bien alguno, lo que implica educación, cuidado de la salud y sobre todo trabajo libre, creativo, participativo y solidario y un salario justo que permita acceder a los bienes destinados al uso común.

El compromiso que se pide a los cristianos no consiste exclusivamente en programas de promoción y asistencia, sino ante todo una atención puesta en el otro al que se considera como a uno mismo.

Afirma el Papa que, mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema.

Francisco Rodríguez Barragán

 







 

miércoles, 27 de noviembre de 2013

¿Qué esperamos en este tiempo de adviento?



Las calles se adornan de luces  y los comercios anuncian sus dulces y golosinas navideñas. Para los cristianos llega el tiempo de adviento, tiempo de espera, pero ¿qué esperamos?  ¿El nacimiento de Jesús en Belén? No tiene sentido esperar algo que ya ocurrió en el pasado y que sigue ocurriendo cada día cuando se hace presente en la Eucaristía. Otros esperan simplemente unos días de vacaciones, de reuniones familiares, de cena y cotillón, con pretexto navideño pero sin ningún contenido religioso.

Siempre que rezamos el padrenuestro manifestamos nuestro deseo, nuestra esperanza, de que venga a nosotros Tu reino y aunque de alguna manera este reino puede llegar para cada uno de nosotros, el reino al que aludimos, quizás sin clara conciencia, es la segunda venida del Señor en gloria y majestad para juzgar a vivos y muertos.

La segunda venida del Señor decimos creerla cuando recitamos el Credo, aunque apenas nos demos cuenta de ello. Como esta segunda venida está asociada al fin de este mundo, mucha gente no se lo cree. Como mucho entenderán que el fin del mundo será para cada uno el día que se muera, pero la resurrección de la carne y la vida eterna la Iglesia lo cree y lo anuncia, pero los cristianos, los bautizados, ¿lo creen y lo anuncian?

Cuando los discípulos vieron a Jesús resucitado le preguntaron si era entonces cuando iba a restaurar el Reino de Israel, pero él le advirtió no les tocaba a ellos conocer los tiempos y momentos que ha fijado el Padre con su autoridad, pero los primeros cristianos creían que la segunda venida del Señor, la Parusía, iba a ocurrir de inmediato. Lo que ocurrió casi de inmediato fue la destrucción de Jerusalén, que ya Jesús había profetizado, a modo de imagen de lo que será el fin del mundo.

Cristo advirtió a sus discípulos en muchas ocasiones que tenían que estar vigilantes y preparados para su segunda venida, que estaría precedida de pruebas, persecuciones y sufrimientos. También les dijo algo inquietante: Cuándo el Hijo del Hombre venga, ¿encontrará fe sobre la tierra?

Las pruebas, persecuciones y sufrimientos nunca le han faltado a la Iglesia pero para el final de los tiempos se anuncia una gran apostasía. Para la Iglesia son apóstatas son los que abandonan su fe, los que dejan de creer en lo que cree la Iglesia: el credo, el Símbolo de los apóstoles,  el mensaje del evangelio, en todo o en parte, los que lo adulteran o interpretan a su gusto. Como advierte San Juan: salieron de entre nosotros, pero no son de los nuestros.

Hace pocos días el Papa ha llamado apostasía al espíritu del «progresismo adolescente» que negocia los valores y la fe,  que cree que ir adelante en cualquier elección, es mejor que permanecer en las costumbres de la fidelidad, es como si dijeran “somos progresistas, vamos con el progreso, donde va toda la gente”  Siempre ha habido apóstatas ¿Estaremos ante la gran apostasía? Sólo Dios lo sabe. Entretanto estad atentos y velad, para no caer en la tentación, como nos recomienda San Pedro, el primer Papa.

Adviento, espera de unos cielos nuevos y una tierra nueva donde habite la justicia.

Francisco Rodríguez Barragán

 





 

martes, 19 de noviembre de 2013

¿Quién busca el bien común?



La acción de cualquier gobierno sólo se legitima cuando está al servicio del bien común, es decir, de todos los ciudadanos y busca soluciones de equilibrio entre los distintos  intereses de todos ellos. Como siempre pueden existir diversas soluciones para unos mismos problemas, parece adecuado y útil que existan distintas formaciones políticas que puedan ofrecerlas a los ciudadanos, para que elijan la que les parezca más adecuada, sin que pueda entenderse que la mitad más uno de los votos puede vulnerar los derechos de la otra mitad menos uno.

Esto, que me parece bastante claro, no es realmente lo que sucede. Las formaciones políticas no ofrecen ningún catálogo de soluciones sino una vaga y confusa ideología orientativa de sus proyectos marcada con el simplificador marchamo de derecha o izquierda. El centro no pasa de ser un punto teórico variable para invocarlo cuando convenga.

Si observamos lo que hacen las distintas formaciones políticas en sus feudos de poder encontramos un indudable parecido. Todas se creen legitimadas para legislar, gastar y gravar a los ciudadanos. Todas quieren manejar la economía, las finanzas, la educación o la sanidad y todas se consideran impunes de los desastres que hayan podido causar con sus desaciertos y lo que me parece más grave: tratan de hacer pasar como beneficioso para los ciudadanos lo que, en verdad, es beneficioso sobre todo para ellos, los políticos y sus partidos.

En lugar de una honrada propuesta de soluciones a los problemas y de leal colaboración con los demás, lo que se ofrece es una retórica cargada de enemistad e incluso de odio al contrario. No me parece nada democrático querer destruir al adversario por todos los medios a su alcance, incluida la movilización callejera,  pues el adversario, en principio, representa a sus votantes, es decir, a una parte de los ciudadanos a los que viene obligado a servir todo gobierno, sea del color que sea.

El parlamento no me parece un modelo de diálogo constructivo, sino un diálogo de sordos, bronco y descortés casi siempre. Los que se dicen unos a otros, nuestros representantes, no busca consensos ni soluciones en beneficio del bien común sino la continuación de la campaña electoral, sustituir al gobierno o desgastar a la oposición. Poco edificante todo ello.

Las tertulias que nos ofrecen los medios de comunicación, con su manía de  pluralidad, son, casi siempre, la continuación del bochornoso espectáculo del enfrentamiento de los partidos, pues los que acuden a ellas van a repetir los argumentos de sus propias formaciones políticas, pero de forma gritona, interrumpiéndose unos a otros que parece van a llegar a las manos, aunque todo quede en nada. Cuando asiste alguna persona independiente que expone su propio juicio se agradece.

Los que ya somos viejos y esperábamos ilusionados la llegada de la democracia pensábamos que iba a ser otra cosa, que podríamos elegir a las personas que nos representarían para buscar soluciones a los problemas, pero en realidad lo que elegimos es partidos que, a menudo, no resuelven nuestros problemas sino que nos crean otros nuevos, que quieren otorgarnos “nuevos derechos” en lugar de respetar los que nos corresponden como personas y como familias y tantas otras cosas que podíamos añadir y que sin duda comentaremos otro días.

Francisco Rodríguez Barragán






 

 

 

Los desastres naturales y la fe


 
Las imágenes del desastre causado por el tifón de Filipinas nos sobrecogen. La destrucción de pueblos, el sufrimiento y la muerte de tantas personas, al mismo tiempo que nos dispone a la ayuda solidaria, nos plantea profundos interrogantes: ¿Por qué pasan estas cosas? ¿Cómo permite Dios que ocurran?

Para quienes no creen en la existencia de Dios, estos desastres confirman su postura de que formamos parte de una naturaleza ciega que no estamos aún en condiciones de dominar.

Los creyentes vemos sometida nuestra fe a una dura mirada crítica. Como decimos creer  que Dios es un Padre misericordioso, que ama a todos los hombres y que además es todopoderoso, nos preguntan: ¿cómo no puede evitar la destrucción, el dolor y la muerte de tanta gente? Hay quienes sacan la conclusión: o no es todopoderoso o no es cierta su misericordia. ¿Qué podemos responder?

Si cada uno examina las más fuertes tendencias que nos configuran, reconocerá que la búsqueda de la felicidad siempre está presente, aunque resulte huidiza, relativa, precaria, mientras el tiempo pasa  acercándonos  a un final inexorable que nos desazona por desconocido, problemático, temible.

Si tras la muerte no hay nada, si vamos a desaparecer de manera absoluta, no hay lugar para la esperanza y la vida queda en entredicho. Amar, sufrir, trabajar, crear, atesorar, esfuerzo que se disuelve en la nada. ¿A quién puede satisfacerle esta perspectiva?

Pero si creemos que vamos a pasar desde esta vida a otra que no se acaba, la cosa cambia, todo nuestro ser tiende hacia una plenitud inacabable, la muerte solo es el paso de una vida a otra, aunque no sepamos cómo será,  por tanto jamás estamos muertos para Dios. Él no es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven. (Luc. 28,38)

Dios nos llamó de la nada a la existencia y este regalo es irrevocable. En una forma u otra seguiremos existiendo. Por tanto los que mueren en su cama, en un accidente o un desastre, huracán, tifón o terremoto, no dejan de existir para Dios, aunque aquí la solidaridad, mejor la caridad, nos obligue a hacernos cargo de los que queden desamparados, pues son nuestros hermanos de los que se nos pedirá cuenta.

Por otra parte, los que creemos en la providencia de Dios, estamos seguros de que todo lo que ocurre redundará en beneficio de sus criaturas, aunque no lo comprendamos, pues sus juicios son inescrutables e irrastreables sus caminos.

Los que se enfadan con Dios porque no atendió a sus ruegos en la forma que deseaba es que no han entendido que Él sabe mejor que nosotros lo que nos conviene. Algunos llegan a creerse mejores que Dios porque habrían hecho las cosas de otra manera.

La catástrofes naturales no deben hacer peligrar nuestra fe en Cristo que nos trajo la buena noticia de que Dios nos ama como un padre lleno de misericordia, que espera correspondamos a su amor amando a nuestros prójimos como a nosotros mismos porque, en definitiva, si tenemos un Padre todos somos hermanos y si vivimos, vivimos para el Señor y si morimos, morimos para el Señor, pues en la vida y en la muerte somos del Señor (Rom 14, 8-18)

Francisco Rodríguez Barragán

 






 
 
 
 

Ser abuelos hoy



Las variadas crisis que todos soportamos y sufrimos nos afectan a cada uno según su especial situación en la vida. Hoy quiero fijarme especialmente en los mayores, en los abuelos, en los que fueron jubilados y van acumulando años y achaques.

Hace mucho tiempo que la convivencia de varias generaciones en un mismo hogar ─abuelos, tías solteras, hijos y nietos─ pasó a la historia. La incorporación de la mujer al trabajo y las nuevas situaciones en cuanto a viviendas y desplazamientos hacen imposible aquellas formas de vida.

Los abuelos suelen ser a menudo los que han de hacerse cargo de los nietos para llevarlos y traerlos de la guardería, o del colegio, hasta que los padres van a recogerlos. Abuelos-canguro gratuitos si los padres salen o se ausentan. Bregar con niños pequeños cuando se es joven es muy diferente a hacerlo cuando se es mayor y sin  piernas para alcanzarlos si echan a correr en la calle o el parque.

Si los abuelos están achacosos y necesitan cuidados, los hijos ven con buenos ojos que pasen a una residencia, aunque tengan que aportar algo de dinero para pagar la mensualidad, ya que la pensión muchas veces resulta insuficiente. Visitarlos con frecuencia, pues a veces sí y a veces no.

Los problemas de desempleo han hecho imposible en muchos casos la aportación de los hijos para la residencia de sus padres, por lo que los han sacado de ella y su pensión sirve a menudo para mitigar la escasez de ingresos de esos mismos hijos.

También los mayores se encuentran con hijos que pasan los años y no se deciden a abandonar la casa de sus padres o vuelven a ella después de quedarse sin trabajo o romperse alguna relación sentimental. La frágil y maltratada institución familiar resulta ser la solución o el alivio de los problemas que con tanta frecuencia se plantean hoy.

Una causa de sufrimiento para los mayores es ver el fracaso de algún hijo en su matrimonio, las posteriores relaciones, los nietos que van y vienen de un progenitor a otro, la obligación de aceptar las nuevas situaciones y el deseo de atenderlos y acogerlos.

Los mayores, los abuelos, que son creyentes y trataron de educar a sus hijos en la misma fe, quedan desconcertados cuando los ven alejados de cualquier práctica religiosa, viviendo en pareja sin casarse o dejando de bautizar a sus hijos. Unos llegan a una especie de resignada conformidad: son otros tiempos. Otros se preguntan, con desazón, en qué se han equivocado, si han educado mal, si han fallado en sus vidas. Pero los padres educamos a los hijos solo en parte, pues, a medida que crecen, son libres para decidir sobre todo lo que le ofrece la sociedad en que les toca vivir, con sus aciertos y sus errores. Si se sembró buena semilla algún día dará su fruto.

No hay manera de retroceder en el tiempo para actuar de otra forma, pero los padres y los abuelos siempre tenemos que amar a  sus hijos y nietos, sean como sean, pensando que por mucho que ellos los quieran Dios los quiere aún más. Por tanto tendremos que encomendarlos calladamente a su misericordia. Todo lo que Dios permite que ocurra será para nuestro bien, aunque sus decisiones sean insondables e  irrastreables sus caminos.

Francisco Rodríguez Barragán






 

 

Alejarse de la Iglesia

 

La mayoría de los españoles se declaran católicos, más del 75 %, pero la mayoría de esa mayoría no va a misa los domingos, viven juntos sin casarse por la iglesia y creo que va en aumento el número de niños que no son bautizados.

Se entra a formar parte de la Iglesia por el bautismo. Cuando comenzó la Iglesia los apóstoles predicaban el evangelio de Jesús, muerto y resucitado, y los que creían eran bautizados. El bautismo implica la fe y los que quieren ser bautizados deben ser previamente evangelizados, catequizados, en la fe que salva.

Cuando los bautizados son niños, se bautizan en la fe de sus padres que se comprometen a educarlos cristianamente. La transmisión de la fe a los niños se espera va a realizarse a través de la familia, la parroquia y la escuela. Si en otros tiempos esto era así, hoy no está nada claro que siga siéndolo.

Si la mayor parte de las familias viven en la indiferencia religiosa, alejadas de la Iglesia y sin sentirse parte de ella, no hay realmente una educación cristiana ni una transmisión de la fe. Si la fe no se recibe en casa, tampoco es probable que se reciba en la escuela. La religión, como asignatura, es escasamente valorada tanto por los niños como por sus padres, más preocupados por aprobar las matemáticas, la física o el inglés.

Queda la catequesis parroquial. Las familias que envían a ella a sus hijos son minoría y la ven como preparación para la primera comunión, pasada la cual desaparecen de la parroquia, salvo un pequeño número que continúa preparándose para la confirmación y quizás algunos se integren en algún movimiento juvenil.

Si en otros tiempos la fe de muchos jóvenes hacía crisis cuando entraban en la universidad, ahora ya desde adolescentes viven en la indiferencia religiosa y sumidos en esta posmodernidad increyente, llena de atractivas incitaciones al hedonismo, al consumismo, al placer.

Si pertenecer a la iglesia significa para la gente tener la obligación de ir a misa, de confesar, de renunciar a los placeres de la carne o vencer el egoísmo, alejarse de ella se vive como una liberación de obligaciones, de molestas llamadas de atención a la conciencia.

Hay que reconocer que vivimos en una sociedad fuertemente descristianizada, aunque sigan en pie nuestras catedrales, nuestros templos, nuestras obras asistenciales, pero el anuncio del evangelio, la buena nueva del amor de Dios, de la salvación del pecado y del mal, parece importar poco a la gente.

Pero dentro de cada uno de nosotros, aunque pretendamos ignorarlo, hay un deseo de plenitud, de justicia, de verdad, de trascendencia. Tras la muerte inexorable ¿será igual la suerte de los asesinos y sus víctimas, de los ladrones, de los corruptos y los hambrientos, de los explotadores y los explotados…?

¿Acaso estamos satisfechos de la sociedad que hemos hecho entre todos? Una sociedad formada de familias cada vez más frágiles, cada vez más envejecida, de un llamado estado del bienestar insostenible…

Somos pobres criaturas que nos creemos autosuficientes y así nos va. Nos hemos alejado de Alguien que nos regaló la existencia ¿qué haremos cuando nos pida cuentas?

Francisco Rodríguez Barragán





 

 

 

 

domingo, 27 de octubre de 2013

La huelga de la eseñanza



 

La huelga de la enseñanza, por lo que he visto en la televisión, me resulta un alarde de barbarie, imitación de las huelgas laborales, con piquetes coactivos, encapuchados, quema de contenedores, pedradas, enfrentamientos con la policía, agresiones a los que querían dar clase, etc.

Según nuestra Constitución la huelga es un derecho de los trabajadores para la defensa de sus intereses. Los profesores como trabajadores pueden ejercer este derecho en defensa de sus intereses, pero buscar el apoyo y la complicidad de los alumnos y sus padres, invocando recortes en becas, me parece reprobable. La huelga de estudiantes no tiene ninguna cobertura legal en la Constitución, que yo sepa.

Los profesores partidarios de la huelga, han utilizado su posición dominante para conseguir el apoyo de los alumnos y contabilizar como seguimiento a los que previamente sus profesores les han anunciado que no van a dar clase.

No se ha respetado el derecho de los profesores y de los alumnos que querían tener las clases correspondientes y se han visto insultados como esquiroles, fachas y otras lindezas del argot sindical, como he visto en los telediarios.

Que nuestro sistema educativo es manifiestamente mejorable parece algo fuera de toda duda. El fracaso escolar, los pobres resultados alcanzados frente a otros países y el fraccionamiento autonómico, son realidades que debían de llevar al profesorado a una sería reflexión en vez de a la movilización política.

El eslogan “Escuela pública de todos y para todos”, repetido como un mantra, no parece responder al temor de que la escuela pública esté en peligro, sino más bien al deseo de suprimir la concertada. Conocer el coste y resultados de una y otra sería ilustrativo para todos los contribuyentes.

Según la Constitución la educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana en el respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales y los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones. (art. 27. 2 y 3)

Pero los principios democráticos de convivencia resultan vulnerados cuando se destroza el mobiliario urbano o se ensucian las paredes de casas y monumentos con grafiti y pintadas, sin que se haga pagar a los autores o a sus padres por estos desmanes ni tampoco a las organizaciones convocantes  de las huelgas o manifestaciones que tanto se prodigan.

Es más, la educación está sirviendo para inculcar a los alumnos las ideologías de los enseñantes, sus filias y sus fobias, con la eficacia manipuladora de quien juega con ventaja. Por supuesto que serán mayoría los enseñantes que no lo hagan, pero haberlos, haylos, y asignaturas más proclives que otras para ello, también.

El derecho de huelga, de no ir a trabajar, arrolla el derecho de los que quieren ir a trabajar, a enseñar o a aprender, lo cual no me parece muy democrático.

Frente al proyecto de ley del ministro, me gustaría conocer lo que proponen los enseñantes de la escuela pública para mejorar la calidad de la enseñanza, pues si lo que desean es dejarla como está, estamos arreglados. Parece que se trata de echar al ministro y desgastar al gobierno, ni más ni menos.

Francisco Rodríguez Barragán




 

 

 

miércoles, 23 de octubre de 2013

Dios, el mundo y los cristianos



En su visita a Asís el Papa ha alertado a la Iglesia del peligro de la mundanidad, frente al que no cabe otra solución que despojarse, renunciar al espíritu del mundo para asumir el espíritu de Jesús, el espíritu de la bienaventuranzas.

Para los cristianos, dice el Papa,  no hay otro camino que el que siguió Cristo que se despojó a sí mismo y se humilló hasta la cruz. Seguramente los que se declaran creyentes, vayan o no a misa, no están por la labor. Pienso que preferimos un cristianismo dulzón, sin cruz y sin renuncias, mera fachada sin compromiso. Si acaso podemos colaborar con Cáritas mediante una módica cantidad y poner la cruz en la declaración de la renta, que no nos va a costar nada.

Cristo afirmó sin rodeos que nadie puede servir a dos señores, que no era posible servir a Dios y al dinero y nosotros estamos más preocupados por el dinero que por servir a Dios. No hay duda que el espíritu del mundo es el dinero sobre el que se habla constantemente. La mundanidad se nutre del dinero, de  la riqueza.

El dinero es el señor más tiránico y absoluto que existe: unos buscando multiplicarlo, otros conservarlo y otros, los pobres, esperando recibirlo para subsistir.

El dinero, convertido en algo absoluto, nos lleva a la injusticia, a la corrupción, al robo, incluso al crimen. Ni Dios ni el prójimo cuentan para los que viven para acumular riqueza y poder.

El egoísmo se instala en nosotros y hace que nos despreocupemos de las necesidades ajenas, reclamando que sea el Estado quien resuelva la falta de trabajo, el hambre y la pobreza.

Es clara la incompatibilidad entre el mundo y Jesús. Pero Jesús vino para salvar al mundo, el mundo no lo recibió y lo condenó a morir en la cruz, aunque resucitó al tercer día. Con esta muerte y resurrección se producía la salvación de todos los que creyeran en Él y lo siguieran.

Seguir a Jesús puede resultarnos difícil si pretendemos hacerlo sin renunciar a servir idolátricamente al mundo. Estamos en el mundo y vivimos en el mundo  ¿tendremos que huir de él y hacernos anacoretas del desierto?

La constitución pastoral sobre la iglesia y el mundo actual del último concilio, sobre la que deberíamos volver una y otra vez, nos dijo que los cristianos no podían descuidar las tareas temporales que estábamos obligados a cumplir perfectamente, según lo vacación de cada uno, pero que sería un grave error entregarse totalmente a los asuntos temporales, como si fueran ajenos a la vida religiosa, pensando que ésta se reduce meramente a los actos de culto y subrayó que el divorcio entre la fe y la vida diaria, es uno de los más graves errores de nuestra época.

Los cristianos tenemos que actuar en el mundo pero no como adoradores del poder, del tener, del poseer sino como agentes decididos de la verdad, de la justicia y de la caridad. Más dispuestos a soportar la injusticia o la persecución que a renunciar a mostrar nuestra fe con nuestra vida.

Francisco Rodríguez Barragán






http://www.aragonliberal.es/noticias/noticia.asp?notid=73314

A vueltas con la fe en el Dios de Jesús


Creer en el Dios anunciado por Jesús ¿es razonable? Si nadie ha visto a Dios con sus propios ojos ¿cómo podremos creer en Él? ¿Qué será más sensato creer o no creer? ¿Creer en Dios puede significar abdicar de nuestra responsabilidad personal ante la verdad de nuestra vida, que es lo único que tenemos en nuestras manos?

Si entramos dentro de nosotros mismos nos encontramos con tendencias contradictorias. Existimos sin que esa existencia dependa de nosotros. Ansiamos una vida plena y gozosa pero a menudo nos encontramos limitados y desgraciados. Nuestra vida exige un fundamento. Formamos parte de la naturaleza, pero sentimos que somos algo distinto y más valioso que los animales, las plantas, las estrellas. Todas las especies siguen pautas ciegas de comportamiento. Ningún animal, ninguna planta, se interroga sobre sí mismo.

No hemos visto a Dios pero la creación entera que se muestra a nuestros ojos nos da noticia de su autor. Alguien ha tenido que dar el ser a todo lo que existe. Es razonable buscar respuestas a nuestros interrogantes existenciales. Buscad y encontraréis nos dice el evangelio de Jesús. Es un acto de nuestra voluntad libre la decisión de creer, un acto radical y arriesgado, pero imprescindible para encontrar a Dios que siempre sale al encuentro del que lo busca.

Si por el contrario nuestra decisión es no creer, la resistencia a la fe en Dios no nace de la falta de razones para creer, no es una cuestión de inteligencia, sino que nace en el corazón que no está dispuesto a reconocer a nadie que pueda pedirle cuenta de su vida, pequeña y limitada vida,  que se alza orgullosa llena de amor a sí mismo.

Solo el orgullo, el deseo irracional de ser dueño absoluto de la propia vida, sin querer reconocer la soberanía de Dios, explica la negación formal de la fe en Dios y en su enviado Jesucristo. El rechazo de Dios es la consecuencia del amor desmesurado de sí mismo, de loa propia independencia y de los bienes de este mundo.[i]

Nuestra ansia humana de plenitud y de verdad, sólo puede ser colmada por Aquel que nos llamó a la existencia por amor. Este es el mensaje de Jesús: que Dios nos ama, nos perdona y nos salva del mal si nos unimos a él en su vida, muerte y resurrección. Pero ¿podemos creer en Jesús que vivió hace dos milenios? ¿No será un mito, una bella fábula?

Es curioso que nadie dude de la existencia y las obras de los filósofos griegos,  pero haya quienes ponen en duda la de Jesús, cuando una ininterrumpida sucesión de testigos ha hecho llegar hasta nosotros su mensaje, avalado con sus propias vidas.

Pilatos preguntó displicente ¿qué es la verdad?  Tenía delante la verdad de Jesús, pero su apego al poder, al cargo, le impidió verla y dejó morir a quien sabía que era inocente, aunque con ello cumpliera lo profetizado: que Cristo moriría en la Cruz, pero resucitó al tercer día y su mensaje sigue llegando a todos los que quieren creer.

Francisco Rodríguez Barragán