martes, 10 de julio de 2012

REVISAR NUESTRA FE


COMPROMISO CRISTIANO EN EL MUNDO

 

Dice el Papa que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, pero consideran la fe como algo obvio que se da por presupuesto, mientras que este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado.[1]



Me han impactado con fuerza estas palabras ya que muchas veces hemos pensado en modos y técnicas para potenciar la presencia cristiana en la sociedad, cuando lo verdaderamente importante es robustecer nuestra fe, creer con la Iglesia, creer lo que cree la Iglesia, sentirnos formando parte del mismo Cristo y sacar de ahí la fuerza necesaria para nuestro testimonio cristiano.

Preocupados por la eficacia de nuestros compromisos quizás hemos olvidado que la acción de los cristianos en el mundo es sobre todo la continuación de la obra del mismo Cristo: evangelizar, llevar la buena noticia de la salvación a todos los hombres, a todos los pueblos. Es el amor de Cristo el que debe llenar nuestros corazones e impulsarnos a evangelizar. Pero ello solo nace de la fe que crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo.[2]

Todos los que nos consideramos católicos tenemos que preguntarnos si la fe que recibimos en el bautismo significa algo para nosotros, si el credo que recitamos en la misa de los domingos forma parte de nuestra vida. La fe que recibimos como don se hace vida cuando llegamos a creer con el corazón, cuando nos abrimos a su profundo significado de amor: Dios nos ama hasta el extremo de darnos a su propio Hijo para que podamos salvarnos.

La pequeña Iglesia inicial que fundó Cristo, comprendió la necesidad de fijar para siempre el conjunto de las verdades a creer y compuso lo que llamamos símbolo de los apóstoles, para que fuera pasando de generación en generación en toda su integridad y así ha llegado hasta nosotros.

La Iglesia, depositaria de esta fe, nos invita al compromiso de redescubrir su contenido, celebrarla, vivirla, rezarla y reflexionar sobre el acto mismo con el que se cree.[3]

Nuestros compromisos culturales, políticos o sociales, tienen que nacer de una fe viva, capaz de ofrecer una esperanza cierta y un amor transformador de las realidades que vivimos. La preparación para nuestra acción en el mundo es, sin duda necesaria, pero el impulso para esa acción habrá de nacer de la fe, como respuesta de amor al amor que Dios nos tiene.

Los cristianos reclamamos una presencia pública en la sociedad, pero tal presencia o es evangelizadora o no pasará de opción puramente humana.

Pienso que, en este tiempo de preparación para el Año de la fe, todos podemos empezar la tarea de revisar nuestra propia fe, si creemos lo que cree la Iglesia, si nos sentimos parte de esa Iglesia, si hemos entendido que ser cristianos es ser evangelizador en nuestro ambiente a través de la coherencia entre lo que creemos y lo que hacemos.

Francisco Rodríguez Barragán















[1] Número 2 de la Carta Apostólica Porta Fidei de Benedicto XVI, convocando el Año de la Fe
[2] Número 7 ibídem
[3] Número 9 ibídem

Es imprescindible revitalizar la familia


La avalancha diaria de noticias e informaciones económicas que pretenden explicar lo delicado de nuestra situación económica, financiera, laboral, política, sanitaria y educativa, puede ahogar la declaración de Madrid que el 27 de mayo pasado formuló el Congreso Mundial de Familias.

Dentro de uno, dos, tres meses, seguiremos hablando de crisis económica, que no sabemos muy bien como se resolverá, aunque seguramente las cosas no van a volver a ser como antes. Las fuerzas financieras y económicas y nuestra dependencia de Europa no están en nuestras manos, en las manos de eso que  se ha dado en llamar la sociedad civil.

Pero como afirma la declaración de Madrid, la unidad fundamental de la sociedad es la familia y no el individuo aislado, abandonado a los vientos de la propaganda y la manipulación, y esta célula esencial está en nuestras manos revitalizarla y defenderla. En muchos casos los desastrosos efectos de la crisis han conseguido paliarse gracias a la solidaridad familiar,  acogiendo y ayudando a sus miembros más golpeados.

La familia, como lugar privilegiado en el que sus miembros son amados y acogidos por sí mismos, es aquella formada por la unión estable de un hombre y una mujer que dan vida, cuidado, educación y atención permanente a sus hijos, prolongando su dedicación amorosa a la siguiente generación.

Aunque se hable ahora de diversos tipos de familia, solo la familia natural es la que puede cumplir el papel de unidad fundamental de la sociedad. Los otros tipos de familias siempre adolecen de alguna carencia o son meras invenciones del Estado que trata de realizar una labor de ingeniería social inaceptable, en lugar de promocionar el bien común sin manipulaciones partidistas.

El ejercicio responsable de la sexualidad está ordenado a la transmisión de la vida y cuando una vida se inicia, el que va a nacer tiene derecho a tener un padre y una madre, que le sirvan de referencia para su desarrollo. La reproducción humana no puede trivializarse a mero accidente, o a manipulación embrionaria, más cercana a las técnicas ganaderas que a la dignidad de la persona.

Afirma la declaración de Madrid algo obvio: que la familia es anterior al Estado y que los gobiernos legítimos existen para protegerla y ayudarla a cumplir su misión de transmisoras de la vida, de la civilización y de la cultura. La educación de los hijos corresponde a los padres. Pienso que fue un error llamar a un ministerio de Educación, cuando era mucho más correcto el de Instrucción Pública. Educar corresponde a los padres, transmitir conocimientos de física o de matemáticas, de gramática o de arte, por ejemplo, puede ser obligación del Estado promoverla y vigilarla.

El llamado estado de bienestar en crisis y pronto insostenible,  tiene su más clara causa en la brutal disminución de la natalidad, el invierno demográfico y el envejecimiento de la población. Las familias podrán evitar el desastre demográfico si logran liberarse de su egoísmo consumista.

Hay otras muchas afirmaciones sobre la familia en esta declaración de Madrid  que merecen ser leídas, reflexionadas y comentadas.

Francisco Rodríguez Barragán







A vueltas con Europa: ¿nos ayudan o nos castigan?


Con tantos mensajes, noticias, declaraciones y contradeclaraciones, no sabemos si los que mandan en la Comunidad Europea nos van a ayudar o nos van a castigar.

Aunque no se prodiguen las explicaciones claras y la exigencia de responsabilidades sobre nuestra situación, creo que nuestra ansiada incorporación a Europa en 1986 significó un verdadero río de dinero para España en forma de fondos varios destinados a elevar nuestro nivel económico para acercarnos a los países más ricos de la Comunidad y para elevar la renta de nuestras regiones más pobres.

Había que someterse a las políticas diseñadas desde Bruselas que, sin duda, no buscaban solo ayudar a España sino favorecer el comercio de los grandes. Así la PAC puso en marcha programas de ayudas y subvenciones unas veces por sembrar girasoles, otras por arrancar olivos y viñas o matar vacas. Subvenciones en beneficio de los agricultores o de los consumidores, intervencionismo que nunca llegué a comprender. Lo que sí parece claro es que las subvenciones y ayudas se repartieron en forma de subsidios agrarios en las regiones que estaban a la cola del ranking de renta per cápita, favoreciendo al partido en el poder.

Otros fondos importantes recibidos de Europa se utilizaron en infraestructuras que han resultado poco rentables, como trenes de alta velocidad, aeropuertos y  lujos diversos, por encima de nuestras posibilidades.

La unión política de Europa necesitaba una unión económica y se estableció la moneda única, gestionada por el BCE, que fijaba un tipo de interés muy bajo para sus préstamos. Estos préstamos que pudieron aprovecharse para activar nuestra economía, se utilizaron para alimentar la burbuja inmobiliaria hasta que estalló y fue el detonante de nuestra crisis. Todo el mundo sabía lo que iba a pasar pero nadie puso freno a la codicia financiera.

Acabo de ver por televisión la protesta salvaje de los mineros del carbón, exigiendo que continúen las subvenciones a su actividad. Son muchos años de subvenciones para reconvertir una actividad que no es rentable, pero que no se reconvierte sino que se pretende perpetuar.

Ante todo esto vuelvo a mis recuerdos de aquellos tiempos en los que Europa era un sitio donde los españoles iban a buscar trabajo. Un exitoso club de países que de la mano de auténticos líderes como Schuman, Adenauer o Spaak, fueron capaces de ir organizando paso a paso una Europa unida en la que deseábamos entrar y en la que poníamos nuestras esperanzas.

Al entrar a gozar de una serie de ventajas indudables como europeos, que los que vivíamos en los años 50 y 60 nos parecían un sueño. Cuando sustituimos nuestra vieja peseta por el euro, nos creímos plenamente integrados en situación de paridad, pero nuestra conducta reprochable, unida a la de otros países en iguales o parecidas circunstancias, han puesto en peligro la moneda única.

Una moneda única exige una política fiscal y presupuestaria también única, las ventajas de la unión llevan aparejada una pérdida de soberanía, la obligación de cumplir normas y ser inspeccionados y hasta sancionados si no se cumplen. Hay que consensuar unas instituciones y revestirlas del poder necesario, pues de no hacerlo, los países más fuertes terminarán por imponernos su voluntad.

Quizás el gobierno de España esté dispuesto a aceptar la disciplina necesaria, pero los gobiernos que forman nuestro delirante sistema autonómico  y el egoísmo de nuestros partidos ¿lo aceptarán?

Francisco Rodríguez Barragán





Es hora de suprimir el Tribunal Constitucional


Cuando se redactaba la vigente Constitución la desconfianza respecto al Tribunal Supremo era evidente, lo que motivó la introducción del Tribunal Constitucional, formado por miembros elegidos por el Congreso, el Senado y el Consejo General del Poder Judicial, en definitiva por los partidos políticos.

En el régimen anterior no era verosímil que alcanzaran la alta magistratura del Supremo personas que no coincidieran con los principios del Movimiento Nacional, es decir con Franco. En el nuevo Tribunal, introducido por la Constitución, también ha quedado de manifiesto que sus miembros coinciden con los principios ideológicos de los partidos que los propusieron, salvo raras excepciones.

Después del tiempo transcurrido, aquella desconfianza inicial hacia el Supremo resulta hoy injustificada, por lo que debería desaparecer el Tribunal Constitucional y pasar sus competencias al devaluado Tribunal Supremo, que resulta no ser tan supremo, cuando sus sentencias puedes ser anuladas por el Constitucional, como se ha puesto de manifiesto en los casos de la legalización de Bildu y Sortu, en los que, una vez más, sabemos de antemano el resultado de la votación, conocida la adscripción ideológica de cada uno.

Aunque la mayor parte de la administración de justicia se está esforzando, con escasos medios, para ejercer su tarea con un funcionamiento aceptable, cada vez que el litigio que se plantea es político, podemos comprobar que la división de poderes está en entredicho y que el poder judicial no resulta un contrapeso suficiente frente al poder partidario de los gobiernos.

Por ello, entre las imprescindibles reformas constitucionales que hay que hacer, la supresión del Tribunal Constitucional es obligada, restituyendo al Tribunal Supremo la totalidad de jurisdicción en todos los órdenes. Igualmente hay que garantizar la independencia del Consejo General del Poder Judicial de todos los partidos.

El poder legislativo, que se confunde prácticamente con el ejecutivo, tiene la potestad de dictar leyes para el bien común de la sociedad y el poder judicial la de amparar a cualquier persona, física o jurídica, que vea vulnerados sus derechos por otras personas o instituciones.

La organización judicial tiene que ser única para toda España sin compartimentarla en las diversas autonomías y sin que los gobiernos de turno puedan mediatizar en forma alguna su funcionamiento. Todo el título VIII de la Constitución necesita con urgencia una profunda reforma.

Si en las presentes circunstancias se está viendo la necesidad de que los estados miembros de la Comunidad Europea unifiquen sus políticas financieras y fiscales, es un contrasentido que al mismo tiempo nuestra nación se descomponga en 17 taifas, empeñadas en destruir toda unidad de esfuerzo, solidaridad, historia y futuro.

Querer solucionar nuestra situación con créditos es insuficiente si no se aborda de inmediato una profunda reforma de nuestro modelo de nación. El estado autonómico, nacido de la Constitución, ya ha demostrado sus virtudes, sus fallos y sus defectos, entre los cuales no son los menores su tendencia centrífuga, su insolidaridad egoísta, su coste insostenible.

Si hay que empezar por algo suprimamos de una vez para siempre el nefasto y cuestionado Tribunal Constitucional y aprovechemos la crisis del Consejo General del Poder Judicial para que funcione con absoluta independencia.

Francisco Rodríguez Barragán






800 años de la batalla de las Navas de Tolosa


Una nación existe si las personas que la forman tienen un pasado común y un proyecto de futuro juntos. Si el pasado común se desdibuja, se omite o se silencia, el futuro se rompe, se fracciona, en proyectos de vida insolidarios y enfrentados. Lo mismo pasa si se trata de una realidad más amplia. Europa podrá ser una comunidad estable si su proyecto de futuro está cimentado en una historia común, en unos valores compartidos, en encuentros y desencuentros vividos y superados.

Pero al mismo tiempo que tratamos de formar una realidad supranacional llamada Europa, nuestra vieja nación se descompone en taifas que olvidan el largo proceso que les llevó a una grandeza, que parece avergonzarnos hoy.

En mi lejanísima etapa de colegial recuerdo las clases de Historia de España en las que se nos hablaba del esfuerzo de los castellanos, vascos, leoneses, navarros, aragoneses o catalanes, por recuperar la península del dominio de los musulmanes que pretendieron conquistar Europa.

En la larga marcha que empezó en Covadonga se fueron produciendo avances y retrocesos. Cuando desapareció gran caudillo Almanzor, el victorioso,  el califato cordobés se fraccionó en un mosaico de pequeños reinos, que diversos pueblos africanos pretendieron unificar para luchar contra los reinos cristianos que habían ido surgiendo en el norte.

El próximo 16 de julio se cumplirán 800 años de la batalla de las Navas de Tolosa, en la que la actuación de Alfonso VIII de Castilla, Pedro II de Aragón, López de Haro de Vizcaya, Sancho VII de Navarra, conjuntados por los buenos oficios del Arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada, obtuvieron una decisiva victoria contra el imperio almohade de Miramamolín.

A los españoles de hoy no parece importarnos demasiado aquella batalla, que forzó el paso de Despeñaperros y abrió las puertas de Andalucía para acciones posteriores como la conquista de Córdoba en 1236 por Fernando III, Sevilla, Jaén, el Estrecho, hasta dejar reducido el poder musulmán al reino de Granada, que se mantuvo hasta 1492.

La batalla de las Navas de Tolosa, orquestada como Cruzada por Roma, animó a otros ejércitos de Europa a sumarse a la operación militar, aunque desistieron de continuar, con lo que la victoria fue enteramente española. El gigantesco rey de Navarra Sancho VII arremetió contra la tienda de Miramamolín, rodeada de esclavos negros encadenados, rotas las cadenas, éstas pasaron a formar el escudo de Navarra donde continúan.

En la antigua carretera de Madrid a Andalucía, a su paso por el pueblo llamado La Carolina, hay un monumento a esta batalla con todos los reyes y el arzobispo que tomaron parte en ella y delante una estatua del providencial pastor Martin Halaja, que señaló el camino a las tropas para sorprender a los almohades.

Cuando los españoles son capaces de concertarse para conseguir un fin, llega la victoria, pero si se enzarzan en disputas estériles, entonces dinásticas, hoy partidistas o separatistas, nada prospera ni se realiza.

Francisco Rodríguez Barragán








¿Es posible la reconversión del Estado?


La carta abierta al Presidente del Gobierno del pasado 25 de junio, leída por Ortega Lara en los medios de comunicación, comienza por justificar la decisión de su redacción y publicación en la extrema gravedad de la situación económica, moral, social e institucional de España en el momento presente, que pienso que muchos compartimos.

También comparto la urgencia en abordar las reformas necesarias, pero tengo mis reservas acerca del modo de abordarlas que propone  esta carta. La pretensión de que nuestros políticos puedan llegar a un renovado pacto constitucional para la reconversión del Estado, como el que hizo posible la transición, no me parece realista. El famoso consenso constitucional es un mito que no se sostiene. Hubo entonces aciertos  y errores de bulto y sobre todo incertidumbre en el resultado.

El estado autonómico que diseñó la Constitución de 1978, con el que pretendió resolver el problema de dos regiones, ha provocado más problemas que soluciones. Al incluir el término nacionalidades abrió el camino a los nacionalismos que están demostrando su deslealtad y su insolidaridad, aunque por culpa de una nefasta ley electoral se conviertan en muchos casos en la llave de la gobernabilidad de toda España.

En lugar de una democracia, en la que los españoles podamos decidir, en todo momento, como titulares del poder, tenemos una partidocracia en la que deciden las cúpulas de cada partido. Votamos cada cuatro años, pero desde una votación a otra, los ciudadanos no pintamos nada.

La mayoría absoluta otorgada al Partido Popular no sé muy bien para qué está sirviendo. Parece que en sus años de oposición no se enteraron de la situación española, ya que están incumpliendo todas sus promesas electorales.

Pero no solo es grave el estado de nuestra economía y nuestras finanzas, al que se están dedicando dos ministros, también es grave nuestra situación moral, social e institucional. En el gobierno hay ministros para todas las áreas y no veo que se estén aplicando remedios contundentes que terminen con la inmoralidad de que tanto azuzó la reforma educativa de Zapatero, la devaluación de la familia, la caída radical de la natalidad por la promoción de los anticonceptivos y el aborto. Tampoco veo medidas sociales que modifiquen y reinventen el estado de bienestar ya que el actual es insostenible, con una población cada vez más envejecida.

La reforma de las instituciones: constitución, ley electoral, poder judicial, tribunal constitucional, autonomías, diputaciones, ayuntamientos, ¿cuándo se va abordar de forma radical?

Tenemos más políticos que cualquier otro país de Europa viviendo del presupuesto y cuya gestión no ha impedido esta crisis sino más parece que la han agravado.

La consulta que propone la carta que estoy comentado, desde un pacto de los partidos, no creo que sirviera de nada, salvo para atacarnos unos a otros.

Si el partido que ha obtenido la mayoría absoluta es capaz de presentar y explicarnos un programa de reformas radicales que lo haga sin demora, empezando por dar ejemplo de austeridad y seriedad.

Francisco Rodríguez Barragán