COMPROMISO CRISTIANO EN EL MUNDO
Dice
el Papa que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales,
culturales y políticas de su compromiso, pero consideran la fe como algo obvio
que se da por presupuesto, mientras que este presupuesto no sólo no aparece
como tal, sino que incluso con frecuencia es negado.[1]
Me han impactado con fuerza estas
palabras ya que muchas veces hemos pensado en modos y técnicas para potenciar
la presencia cristiana en la sociedad, cuando lo verdaderamente importante es
robustecer nuestra fe, creer con la Iglesia, creer lo que cree la Iglesia,
sentirnos formando parte del mismo Cristo y sacar de ahí la fuerza necesaria
para nuestro testimonio cristiano.
Preocupados por la eficacia de
nuestros compromisos quizás hemos olvidado que la acción de los cristianos en
el mundo es sobre todo la continuación de la obra del mismo Cristo:
evangelizar, llevar la buena noticia de la salvación a todos los hombres, a todos
los pueblos. Es el amor de Cristo el que debe llenar nuestros corazones e
impulsarnos a evangelizar. Pero ello solo nace de la fe que crece cuando se
vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia
de gracia y gozo.[2]
Todos los que nos consideramos
católicos tenemos que preguntarnos si la fe que recibimos en el bautismo
significa algo para nosotros, si el credo que recitamos en la misa de los
domingos forma parte de nuestra vida. La fe que recibimos como don se hace vida
cuando llegamos a creer con el corazón, cuando nos abrimos a su profundo
significado de amor: Dios nos ama hasta el extremo de darnos a su propio Hijo
para que podamos salvarnos.
La pequeña Iglesia inicial que
fundó Cristo, comprendió la necesidad de fijar para siempre el conjunto de las
verdades a creer y compuso lo que llamamos símbolo de los apóstoles, para que
fuera pasando de generación en generación en toda su integridad y así ha
llegado hasta nosotros.
La Iglesia, depositaria de esta
fe, nos invita al compromiso de redescubrir su contenido, celebrarla, vivirla,
rezarla y reflexionar sobre el acto mismo con el que se cree.[3]
Nuestros compromisos
culturales, políticos o sociales, tienen que nacer de una fe viva, capaz de
ofrecer una esperanza cierta y un amor transformador de las realidades que
vivimos. La preparación para nuestra acción en el mundo es, sin duda necesaria,
pero el impulso para esa acción habrá de nacer de la fe, como respuesta de amor
al amor que Dios nos tiene.
Los cristianos reclamamos una
presencia pública en la sociedad, pero tal presencia o es evangelizadora o no
pasará de opción puramente humana.
Pienso que, en este tiempo de
preparación para el Año de la fe, todos podemos empezar la tarea de revisar
nuestra propia fe, si creemos lo que cree la Iglesia, si nos sentimos parte de
esa Iglesia, si hemos entendido que ser cristianos es ser evangelizador en
nuestro ambiente a través de la coherencia entre lo que creemos y lo que
hacemos.
Francisco Rodríguez Barragán