martes, 21 de mayo de 2013

¿Se está hundiendo el estado de bienestar?


A lo largo de los siglos han existido visionarios que han imaginado sociedades perfectas, paraísos en la tierra, utopías que en algunos casos han tratado de llevarse a la práctica con tristes y lamentables resultados. Muchas sectas han intentado crear comunidades de “perfectos”, ideologías políticas han impuesto a sangre y fuego modelos de organización social que han resultado gravosas e insufribles para los ciudadanos, derrumbándose con estrépito.

El estado de bienestar, regido por unos gobernantes democráticos, que nos iban a cuidar desde la cuna a la tumba, para que pudiéramos vivir  seguros y felices, no pensábamos que fuera una utopía más, ha crecido con éxito y se ha mostrado como el modelo al que todos los pueblos tendrían que aspirar.

Pero tengo la sospecha de que el modelo  ha entrado en una grave crisis, que no parece ser transitoria como las que se produjeron en el pasado siglo.  El mundo occidental está dejando de ser quien decide sobre los recursos del planeta, está envejeciendo a gran velocidad, lo que significa una especie de suicidio, pues mientras nuestra población se reduce, otros pueblos que crecen, ocuparán nuestro lugar.

La globalización ya está siendo gestionada por las poderosas minorías financieras que no están ligadas a ningún país concreto sino a sus propios intereses. Los gobiernos resultan cada vez más mediatizados por decisiones que les vienen impuestas desde otras instancias, siguiendo mecanismos que los ciudadanos desconocemos.

Mientras tanto vemos que crece el desempleo, que el trabajo asalariado al que estábamos acostumbrados se evapora. Nuestras empresas cierran o se instalan en los países emergentes. Se recortan los sueldos, peligran las pensiones, la educación se deteriora, la sanidad para una población cada vez más vieja resulta cara y problemática…

Entonces nos indignamos, renegamos de nuestros políticos y sus corrupciones, de la nefasta partitocracia, de las onerosas autonomías, de la transición y de la constitución  del 78.

La utopía del estado de bienestar, que el anterior gobierno infló como un globo con “nuevos derechos”: a la sexualidad sin responsabilidad, a la contracepción y al aborto, a una educación sin esfuerzo, a un hedonismo rampante, más aeropuertos, más AVES, más polideportivos, más universidades, más de todo y todo gratis, parece que se está derrumbando y de inmediato se alzan voces “indignadas” que proponen nuevas utopías: democracia asamblearia, viviendas de balde, creación de más empresas autonómicas o municipales donde tener un sueldo seguro, tomar el congreso, perseguir a los políticos, crear un “orden nuevo” para seguir disfrutando del agonizante estado de bienestar.

Todas las especies que viven en libertad son capaces de buscar su propio sustento y atender a sus crías, las que “liberamos” de estas obligaciones y les damos pienso y establo vivirán más cómodas pero terminarán sacrificadas. Si dejamos de proporcionarle comida y agua seguramente morirán, serán incapaces de vivir por sí mismas.

Espero que las personas acostumbradas al estado de bienestar, si éste se hunde, sean capaces de buscar otras formas de vida en libertad.

Francisco Rodríguez Barragán





 

 

 

 

lunes, 13 de mayo de 2013

Los que no salimos a la calle a gritar somos más.



Me gustaría creer que las personas que se manifiestan, que protestan, que hacen huelgas, están movidos por el deseo de construir una sociedad mejor, más justa, más solidaria, respetuosa siempre del bien común y de los derechos de los demás, pero me temo que no es así.

Las imágenes que nos ofrecen los telediarios hablan de otra cosa. Cada grupo que enarbola una pancarta y corea un eslogan, no percibo que se preocupe de otra cosa que no sean sus propios intereses, que reclaman de malos modos, sin importarles lo más mínimo vulnerar de los derechos de los demás.

No hablemos de las bandas de revoltosos con los rostros tapados que se dedican al vandalismo, destrozando el mobiliario urbano, pintorreando las fachadas con sus horribles grafitis, quemando contenedores de basura, o apedreando y provocando a la policía, para acusarlos de represivos.

Minorías de agitadores, pertenecientes a los colectivos que han visto recortados sus sueldos o ampliada su jornada de presencia en el trabajo, aprovechan la protesta para imponer y difundir sus ideas desfasadamente revolucionarias. En el sector de la enseñanza, que tiene tan pocas cosas de enorgullecerse, hay quienes manipulan descaradamente a los alumnos y a sus padres. En lugar de educar para la libertad, la responsabilidad, el esfuerzo y el mérito, buscan secuaces ideológicos.

En la sanidad hay CCAA en las que se protesta por medidas que hace tiempo se pusieron en marcha con éxito en otras CCAA, pero se alimenta el descontento, no en beneficio de los pacientes, sino contra el gobierno.

Las huelgas en los medios de transporte o la ocupación de los espacios públicos me parecen acciones radicalmente vituperables por la agresión que reciben los demás ciudadanos.

Si escuchamos a los políticos, todos parecen estar muy interesados en el bienestar de los ciudadanos e hilvanan discursos bastante vacíos, como si a fuerza de palabras pudieran añadir un codo a su estatura. Alguien dijo que un estadista actúa pensando en las próximas generaciones, el que no lo es actúa pensando en las próximas elecciones.

Quisiera creer que hablan movidos por conseguir el bien común, pero se les nota que están pensando en las próximas elecciones. Quisiera creer que dicen la verdad, pero es “su verdad” lo que airean, no una verdad que pueda ser compartida por todos y en la que asentar de forma justa nuestra convivencia.

Todas las movilizaciones se cuantifican por el número de seguidores. Nunca hay coincidencia entre lo que dicen los organizadores y la policía, pero es igual: por muchos que salgan a la calle con camisetas de colores, pitos y pancartas, los que no vamos a tales algaradas somos más, muchos más.

Tampoco debemos olvidar que las cosas no son verdad o mentira, justas o injustas, porque lo diga la mayoría. Los acuerdos por mayoría sirven para decidir en senados, parlamentos, comunidades de propietarios o juntas de accionistas, sin que garanticen nunca que sea lo mejor para todos.

De los líderes ocasionales que se creen algo por armar ruido, salir en la tele y agitar las redes sociales, ya habrá lugar de comentar, como de los bancos y las destrozadas cajas de ahorro y sus obras sociales.

Francisco Rodríguez Barragán




 

 

 

 

¿Qué buscan los políticos?


Se habla, se escribe, se protesta, se grita o se vocifera acerca de la penosa situación que padecemos, con más de seis millones de parados y el gobierno de Bruselas marcándonos el paso.

Para unos la solución es un gran pacto gobierno-oposición, pero nadie apunta soluciones creíbles para salir de la crisis a corto plazo. Quizás llegaran, como mucho, al acuerdo de echar tierra encima a los casos de corrupción.

Otros propugnan cambios constitucionales y legislativos, incluso cambio de régimen. Pienso como el de Loyola: en tiempo de crisis no hacer mudanzas. Apliquemos con rigor y honestidad lo que tenemos y cuando los ánimos estén calmados actuar sin aplazamientos.

Seguramente para tratar de conseguir un equilibrio económico son necesarios los recortes y el adelgazamiento de las onerosas y variadas administraciones que padecemos, pero nadie quiere que le priven de lo que cree suyo, aunque lo paguemos entre todos.

Hay quien piensa que hay que rebajar impuestos y seguramente lleve razón, pero ello no va a producir de la noche a la mañana la solución de nuestros problemas, pero habría que aplicarlo, siempre que se disminuyan los gastos públicos.

Piensan otros que habría que cambiar de personas, ya que las que ahora gobiernan están quemadas, pero cómo: ¿que el partido en el poder con mayoría absoluta elija otro presidente? Podría ser, como también podría ser que nos lo impusiera Bruselas, como pasó en Italia. ¿Que se convoquen elecciones anticipadas? Dadas las encuestas que se publican, me asusta pensar un gobierno formado por partidos radicales y nacionalistas.

Todos los cambios que se nos ocurran no creo que resuelvan los problemas a gusto de todos. Sería necesario encontrar, para gobernar, personas que hubieran cambiado en su interior, que estuvieran dispuestas a servir en lugar de disfrutar del poder.

Seguramente los cristianos no hemos predicado lo suficiente las palabras de Jesús que advirtió: Sabéis que los que gobiernan las naciones las oprimen y los poderosos las avasallan. No tiene que ser así entre vosotros; al contrario: quien entre vosotros quiera llegar a ser grande, que sea vuestro servidor; y quien entre vosotros quiera ser el primero, que sea vuestro esclavo. (Mat. 20, 25-27)

En el campo de la política, el evangelio está aún por estrenar. Las luchas por encabezar partidos y sus listas no parece rivalicen por ser los servidores de todos, sino por la pasión de mandar unos o la de conseguir un puesto bien remunerado otros.

Creo que la persistente postura contra la Iglesia debe ser  por el miedo a que les recuerden los mandamientos que claman contra el robo, la corrupción, el abuso y la mentira y el deber de servir y amar al prójimo, aunque sea de la oposición.

Francisco Rodríguez Barragán