domingo, 19 de marzo de 2017

Preguntas a responder


            Hay una serie de preguntas que es insoslayable responder si queremos   encontrar sentido a la vida   
Releyendo los documentos del Concilio Vaticano II encuentro que en la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, subrayé en alguna lectura anterior, quizás  la primera vez que la leí, una colección de preguntas que siguen interrogándonos a todos desde 1965.
Estas preguntas son: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos  progresos hechos, subsisten todavía? ¿Qué valor tienen las victorias logradas a tan caro precio? ¿Qué puede dar el hombre a la sociedad? ¿Qué puede esperar de ella? ¿Qué hay después de esta vida temporal?
Pienso que estas preguntas no han pasado de moda, que cada persona tiene que planteárselas constantemente, buscando respuestas que puedan orientar su vida, la única vida que le ha tocado vivir.
Muchos filósofos han tratado de averiguar qué sea el hombre. Hay respuestas para todos los gustos: un eslabón en la cadena evolutiva, una pasión inútil, un cáncer peligroso que puede acabar con el  planeta tierra, el rey de la creación, una sombra que cruza el mundo para desvanecerse al poco tiempo.
En el primer libro de la Biblia se dice que el hombre fue creado por Dios a su imagen y semejanza, aunque hay mucha gente que no cree en ello, quizás crea en la evolución por parecerle más científico, aunque tendrá que reconocer que no tiene ni idea de quién pudo iniciar esta evolución, ni siquiera si se trata de un proceso inteligente o ciego. Negar la existencia de Dios no me aclara nada, ni me explica que estemos dotados de razón y de libertad.
Pero preguntarnos por el sentido del dolor, del mal o de la muerte resulta mucho más angustioso y a pesar de tanto invento e investigación sobre el dolor, no hay quien se escape de sufrirlo ya sea el de cualquier parte del cuerpo o se sufra mucho más adentro, en el alma. Claro que si no creemos en el alma nos tendremos que conformar con que se trata de la psiquis, pero una pena de amor, ¿se puede curar con medicinas?
Que el mal existe parece que no cabe duda, si somos libres para elegir entre el bien y el mal ¿Por qué elegimos el mal? ¿Por qué nos hacemos daño unos a otros e incluso a nosotros mismos?  Claro que si no creemos en Dios tampoco creemos en los demonios, pero existir ¡existen!
Y no digamos del sentido de la muerte. Todos los adelantos no han podido librarnos de la tumba, solo aumentar los años de vida probable y probablemente llena de achaques. Pero si con la muerte volvemos a la nada, si no hay otra forma de existencia más allá y es igual el destino de los que hicieron el mal y los que hicieron el bien… la vida toda es un sinsentido.
Claro que si fuimos creados por Dios, dotados de razón y libertad, es lógico que ese ser supremo nos pida cuenta de nuestra existencia y no sea igual la suerte de los buenos que la de los malos.
En cuanto a lo que el hombre pueda dar a la sociedad o esperar de ella, pues ahí andamos organizándolo, pero cuando parece que hemos dado con una solución, la democracia,  resulta que cada cual tiene una idea distinta y a luchar por imponerla de manera más o menos civilizada, la estabilidad no hay manera de conseguirla y las crisis se van sucediendo a pequeña escala o a gran escala.
Ahí quedan las preguntas, las respuestas tiene que buscarlas cada uno.
Francisco Rodríguez Barragán
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Cui prodest?


Este aforismo puede sernos útil para enjuiciar las noticias que recibimos
Cui prodest es un viejo aforismo romano, muy usado por Cicerón, que señala que aquel que resulte beneficiario de un crimen o delito ese es su autor. Muchas historias de detectives tienen como trama la misma idea, ¿a quién benefició el crimen?
Por mi parte, tal y como están las cosas, propongo extender la utilización del aforismo a todas las noticias que nos llegan a través de los medios de comunicación, en los que hay temas en los que todos manifiestan una sospechosa unanimidad no tanto porque se trate de una verdad evidente sino más bien parece por parecer tan progresistas como los demás, por obedecer la dictadura de lo políticamente correcto.
Llamar a la derecha, que quiere seguir siéndolo, “ultraderecha” y a los católicos que no están dispuestos a aceptar cosas que nada tienen que ver con el evangelio de Jesús o la doctrina de la Iglesia, se les cuelga el sambenito de “ultra católicos” pero no suelen motejar de la misma manera a quienes ocupan el extremo opuesto, a los que se les llama simplemente la izquierda y si se le añade el adjetivo radical parece más bien para halagarlos.
¿A quién beneficia esta situación? Juzguen ustedes. Por supuesto todos los partidos políticos tienen como objetivo “ganar las próximas elecciones” y si ello significa abandonar principios que se decían irrenunciables, pues se renuncia. El portavoz de un partido, fácilmente reconocible,  lo dijo abiertamente “no podemos estar sujetos a valores irrenunciables si con ello no ganamos las elecciones”, aunque olvidó el hecho indubitable de que perdieron la mayoría absoluta, sin duda por olvidar su propio programa que, muy ocupados con la economía, incumplieron por entero.
También podemos aplicar el cui prodest a campañas muy telegénicas contra la violencia de género, que reciben sustanciosas subvenciones para ello. Las medidas que se arbitraron para erradicar tal violencia no parecen ser muy efectivas, en mi opinión porque nadie quiere poner de manifiesto el sustrato que la hace posible: la convivencia de parejas sin proyecto de futuro para una vida en común. Ser libres para cambiar de pareja cuando le parezca a uno de los dos es la fuente de muchos de los conflictos, sobre todo si  hay algún hijo por medio o intereses que dejan de ser comunes.
La barbaridad jurídica que representó el abandono del viejo principio de que a quien acusa la corresponde la prueba, terminó con la igualdad de todos ante la ley. La denuncia de la mujer es suficiente para detener a un hombre y hundirle su vida. Para que no se note demasiado este desaguisado legal se ha desatado la campaña contra el machismo, coreada cada día por los medios de comunicación.
No hay día en que dejemos de recibir noticias e informes sobre la corrupción que, seguramente, cada partido pensará que le beneficia frente a los adversarios, especialmente a quienes se han otorgado a sí mismo el papel de bravos inquisidores de corruptos, pero en el sitio donde empezaron y desde el que dieron el salto a la política nacional, desconozco si hicieron algo.
Si les parece, cuando lean u oigan cualquier cosa háganse la pregunta: ¿a quién beneficia? O en latín ¿Cui prodest?
Francisco Rodríguez Barragán
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La astucia de Satanás


En todos nuestros enfrentamientos el diablo siempre gana
Comienza la cuaresma y en su primer domingo se lee que Jesús, después de ayunar cuarenta días fue tentado por el diablo. Mucha gente se declara católica, según las encuestas del CIS, muchos menos van a misa los domingos y creer en Dios ¡vaya usted a saber! De lo que estoy más seguro es que casi nadie cree seriamente en el diablo.
Pero el diablo, Satanás y sus secuaces existen, pero como tienen una inteligencia muy superior a la de los hombres han conseguido pasar cada vez más desapercibidos, por lo que se mueven con toda libertad en nuestro mundo y manejan a los mortales desde todos los bandos, desde el bando de los buenos y el de los malos.
Lo bueno y lo malo, el trigo y la cizaña, está tan mezclado que no nos ponemos de acuerdo, lo que unos creen bueno los otros lo creen malo y al revés. Unos creen que el aborto es un avance social a favor de las mujeres, otros piensan que tal cosa es un crimen horrendo. Unos piensan que la familia es una rémora para el nuevo orden mundial (NOM) otros piensan que la familia es la base de la sociedad y su destrucción nos lleva al caos.
La ideología de género, impulsada desde los más altos organismos, es la más alta realización de los derechos humanos para unos y para otros se trata de imposición malvada e intolerable. Lo mismo podemos decir de las corridas de toros, de los derechos de los animales, del calentamiento global o de los problemas de los inmigrantes.
¿Quiénes son los buenos, quienes son los malos? Los malos, para cada uno, son siempre los otros, a los que hay que combatir con todas las armas a nuestro alcance. Pues Satanás y sus diablos sacan partido de los dos bandos haciendo crecer el odio por todo el planeta pues son más astutos que los hombres. Es casi seguro, si nos creemos buenos y cargados de razón nos dedicamos a combatir a los que consideramos malos. Cada bando es enemigo declarado del otro y Satanás disfruta viendo como nos agredimos con odio y saña.
Jesús nos ofrece una solución de la que apenas hacemos caso: amar a nuestros enemigos, que son también nuestros prójimos, nuestros hermanos. Si nuestros enemigos fueran una encarnación del mal Jesús no podría habernos dado su mandato, los otros tienen que ser un bien para nosotros y no a quienes destruir: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan y calumnien. ¿Es esto lo que hacemos? Más bien tratamos de agredirlos de palabra y de obra, los llevamos a los tribunales y deseamos con toda el alma  que sean condenados.
En esta mescolanza en la que todos creen ser buenos, la única manera de serlo de verdad sería cumplir el mandato de Jesús y no responder al odio con el odio sino con el amor. Por supuesto que es algo difícil pero el mismo Jesús que nos dio el mandato también nos ofreció la ayuda de su Espíritu si  la pedimos con humildad. Como oí decir a un viejo cura  “el evangelio está por estrenar”.
Para los que no quieran escuchar a Jesús les recomiendo el poema If de Kipling en el que, entre los consejos que da a su hijo, para que sea un hombre auténtico, le dice que si se siente engañado no pague con mentiras o si se siente odiado no odie él a su vez.
Francisco Rodríguez Barragán
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