viernes, 7 de septiembre de 2012

Tiempos de mejorar como personas


Cuando muestro mi perplejidad o mi desazón ante actitudes y conductas habituales de la gente que me rodea, se me contesta con la frase: estos son otros tiempos, que al parecer todo lo justifica.

Todos los tiempos fueron “otros” respecto a los anteriores y a los siguientes. Jorge Manrique dejó escrito en el siglo XV que a nuestro parecer cualquier tiempo pasado fue mejor,  pero desde hace bastante tiempo lo que se trata de inculcar es que cualquier tiempo pasado fue peor, todo oscuridad, represión, tristeza y hambre hasta que con la transición y la democracia en España vuelve a amanecer.

He vivido aquellos tiempos y éstos, y no creo que todo lo pasado fuera malo y todo lo presente sea bueno. La bondad de nuestro presente no parece nada sólida. El estado-providencia, el estado del bienestar, se nos está cayendo a pedazos. Pienso que nuestro futuro será muy distinto de nuestro presente y que debemos ponernos a pensar en el futuro que deseamos.

En La Verbena de la Paloma se cantaba aquello de “hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad”. Todos nos alegramos de los adelantos de  la ciencias y la técnica que nos han facilitado muchas cosas en nuestra vida diaria, pero los electrodomésticos, los medios de transporte, los ordenadores y los mil y un cacharros electrónicos que utilizamos no nos hacen mejores personas.

Los tiempos serán mejores si cada uno de nosotros somos capaces de desplegar al máximo nuestros talentos, nuestras capacidades, pero ello requiere esfuerzo, educación de la voluntad, dominio de sí mismo, búsqueda constante de todo lo que sea bello, bueno y verdadero.

No me parece que estos últimos tiempos se caractericen por haber impulsado a las nuevas generaciones hacia la responsabilidad, la excelencia, el esfuerzo sostenido. Por el contrario, los valores que se han inculcado, y que no son tales, son el hedonismo, que busca disfrutar de todo con el mínimo esfuerzo,  el consumismo, que nos dice que necesitas de todo para ser algo,  el relativismo, que nos exime de buscar la verdad  y una hiperinflación de nuevos derechos, inspirados en la ideología de género y el feminismo, que nos están despojando de nuestra propia identidad como personas.

Hemos sido ampliamente manipulados y engañados. La asignatura de Educación para la Ciudadanía ha sido un intento de ingeniería social para manipular a las nuevas generaciones para que ejerzan una sexualidad sin responsabilidad, una tolerancia en la que nada es bueno ni malo, una defensa del planeta del calentamiento o de la superpoblación, que justifica el aborto y después la eutanasia y sobre todo a estigmatizar y anular la presencia de la religión.

Los tiempos que empiezan hoy mismo serán también otros tiempos. ¿Cómo queremos que sean?  Serán mejores si nos decidimos a mejorarnos a nosotros mismos y serán peores si seguimos dejándonos manipular, si seguimos reclamando derechos sin asumir deberes, si esperamos pasivamente que el estado, Europa, la ONU o algún líder carismático vaya a salvarnos. La única salvación posible es la que nos ofrece Dios en Jesús: buscad el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura.

Francisco Rodríguez Barragán


 

Algo más que una ONG

 

La campaña publicitaria “XTantos”, invitando a los contribuyentes a señalar la casilla de la Iglesia Católica en su declaración de la renta, se apoyaba sobre todo en sus realizaciones asistenciales y caritativas, sin ninguna duda importantes y dignas de atención.

La dedicación de la Iglesia a los necesitados forma parte de su propia misión en el mundo, pero no puede reducirse solo a ello, ya que la Iglesia existe esencialmente para formar una comunidad de fe que unida a Jesús, con la fuerza del Espíritu Santo, anuncie al mundo la salvación, el amor y la misericordia de Dios.

Si el mundo percibe a la Iglesia como una especie de ONG dedicada a la beneficencia,  mantenedora de comedores y asilos, al igual que tantas otras ONG de inspiración civil, política o filantrópica, algo debemos estar haciendo mal los cristianos.

La Iglesia, formada por todos los cristianos, tiene la misión ineludible de evangelizar, de transmitir la buena noticia de que nuestro encuentro con Jesús, si decidimos seguirle, transforma nuestras vidas dotándolas de una dimensión trascendente que cambia radicalmente el sentido de todas nuestras acciones.

El ejercicio de la caridad para el cristiano no es un añadido que hacemos a nuestras vidas para conseguir buena conciencia, sino la exigencia de vivir una vida nueva y distinta, en la que seguimos a Cristo que nos incorpora a su propia vida, a su propia iglesia, que ora, que sufre, que celebra, que perdona nuestros pecados, que nos alimenta con la Eucaristía, que nos urge a la caridad, que sostiene nuestra esperanza.

Vivimos sin duda en un mundo escasamente cristianizado, donde no se da una transmisión efectiva de la fe de la Iglesia ni desde las familias, ni desde la escuela, ni desde la catequesis que ofrecen las parroquias. El ambiente en el que vivimos es el que marca la pauta desde hace varias generaciones y hemos de reconocer que no es cristiano.

La Iglesia es consciente de la necesidad de una nueva evangelización en toda Europa y se prepara para abordarla. Es necesario que los que nos decimos cristianos nos dejemos evangelizar de nuevo y nos convirtamos de corazón. Si nuestra conducta diaria, nuestras obras, nuestras organizaciones, no son un testimonio de que Cristo vive en su iglesia, es que no estamos suficientemente evangelizados ni anunciamos el evangelio al mundo.

Mucha gente espera de la iglesia la prestación de servicios, bautizos, bodas, comuniones y entierros y reparto de alimentos a los pobres. Todo esto viene haciéndolo hace tiempo con escaso resultado en orden a construir la comunidad de los que creen en Cristo.

Que el Espíritu Santo nos inspire lo que hayamos de hacer y que María nos preste todo su apoyo.

Francisco Rodríguez Barragán




 


 


 

 

 

La solidaridad inter-generacional en la Seguridad Social


El artículo 41 de nuestra Constitución establece que los poderes públicos mantendrán un régimen público de Seguridad Social para todos los ciudadanos, que garantice la asistencia y prestaciones sociales suficientes ante situaciones de necesidad, especialmente en caso de desempleo.

Este régimen público de seguridad social tiene tras de sí una larga historia legislativa y organizativa. La Ley de Bases de la Seguridad Social de 1963 determinó que el sistema financiero sería el de reparto con cuotas revisables, es decir, las prestaciones sociales de cada año habrían de satisfacerse con cargo a la cotización  de todos los trabajadores en ese mismo año, por lo que el aumento de gasto en prestaciones exigiría el aumento de los tipos de cotización si el número de trabajadores cotizantes no aumentara lo suficiente.

El sistema de reparto implica una solidaridad inter-generacional en la que los trabajadores en activo soportan el pago de las pensiones de las generaciones anteriores, al tiempo que generan su derecho a percibirlas cuando llegue su momento a cargo de las generaciones siguientes. Mientras que el número de cotizantes fue en aumento, el sistema, mal que bien, resistió, pero con un desempleo que llega ya al 24% el sistema entero está haciendo aguas.

No es solo la crisis económica que padecemos la que pone en cuarentena nuestro Régimen de Seguridad Social, hay que añadir además el envejecimiento de la población, que llega cada vez a edades más avanzadas y la brutal caída de la natalidad que impide el relevo generacional. En los años de euforia del anterior gobierno se abrió la puerta a la inmigración, para equilibrar nuestra inestable pirámide de población, pero la destrucción de empleo ha empeorado aún más la situación.

Mientras que los actuales gobernantes buscan desesperadamente la forma de pagar los gastos corrientes  y las deudas acumuladas, no parecen estar en condiciones de abordar la necesaria reforma de sistema de Seguridad Social, que hoy no garantiza a nadie que vaya a recibir en el futuro las prestaciones a las que, sin duda, tiene derecho.

Si las cotizaciones sociales no cubren las prestaciones, tendrían que subir las cuotas de la Seguridad Social lo que sería letal para el empleo, la economía y la competitividad o aportar la diferencia desde los Presupuestos Generales del Estado, que no parece estar en el mejor momento para hacerlo.

La ley de dependencia para subvenir a las crecientes necesidades de una población envejecida, nunca llegó a dotarse de los medios económicos que la hicieran posible, pero curiosamente lo que está ocurriendo es mucha gente sin empleo está dependiendo de la pensión de sus mayores.

La solidaridad entre generaciones, base del sistema de reparto, en la que cada generación mostraba su solidaridad con las anteriores se está viniendo abajo y son los mayores quienes, en muchos casos, tienen que dedicar su pensión a ayudar a sus hijos, se está cumpliendo así los artículos 141 y siguientes de nuestro viejo Código Civil que regulan la obligación recíproca de prestarse alimentos entre ascendientes y descendientes, especificando que por alimentos se entiende todo lo que es indispensable para el sustento, habitación, vestido y asistencia médica.

Era también una forma de solidaridad entre generaciones, aplicable siempre que el ascendiente o el descendiente tuvieran medios para llevarla a cabo, pero si ninguno tuviera medios solo queda la beneficencia, aunque ahora se llame asistencia social.

Francisco Rodríguez Barragán





 

Cuando termine la crisis nada será como antes



Cuando esta crisis termine, no sé cuando, pienso que nada volverá a ser como antes y quizás sería bueno ir asumiendo que la fruición con que se vivió en los diez primeros años de este siglo, donde todo era gastar, consumir, despilfarrar, ya no será posible.

El mito del estado-providencia, que iba a resolver nuestros problemas desde la cuna a la tumba, ha caído por insostenible. El coste de la sanidad, la educación, la dependencia, el desempleo, las pensiones, las obras innecesarias y faraónicas y un sistema de gobierno con tantos parlamentos, consejerías, embajadas, agencias, fundaciones y empresas públicas, no hay economía que lo soporte.

Nuestros socios de Europa nos han transferido muchos fondos, especialmente para elevar el nivel de renta de las regiones más atrasadas, sin que al parecer se haya conseguido gran cosa, pues esas regiones siguen ocupando las mismas posiciones que siempre.

En lugar de crear una economía productiva, competitiva y solidaria entre las regiones, hemos dedicado el dinero de los contribuyentes a levantar delirantes identidades o a construir teatros, polideportivos o casas de la cultura hasta en los más pequeños pueblos, sin estudiar nunca su viabilidad, el número de posibles usuarios, el coste de su mantenimiento.

La relación de aeropuertos, trenes de alta velocidad o líneas metropolitanas inútiles circula por la red con pelos y señales.

Pero con ser grave nuestro hundimiento de nuestra economía, es más grave el hundimiento de los valores y virtudes necesarios para acometer la tarea de saneamiento. Todos reclaman derechos pero no parecen dispuestos a asumir deberes, todos piensan que la educación ha de ser gratuita para conseguir un título con el menor esfuerzo posible, por eso son demasiados los que abandonan los estudios después de haber consumido convocatoria tras convocatoria. Esto debe terminar. La gestión de la asistencia sanitaria tiene que ser repensada a fondo ya que es insostenible. El sistema de pensiones quebrará sin remedios si la población sigue envejeciendo sin relevo generacional. No queremos niños, pero adoptamos perros.

Acostumbrados a una vida cómoda, hedonista y frívola es difícil reclamar amor al trabajo bien hecho, pero tampoco parece existir una formación profesional capaz de integrar a los jóvenes en el trabajo. La utilidad de los fondos que se transfieren a los sindicatos y a la patronal para cursos formativos, no se ve por ningún lado.

Las empresas cierran por falta de crédito y es una burla andar discutiendo sobre las indemnizaciones por despido cuando lo que se necesita es reactivar la producción para trabajar bien, aplicando las habilidades y conocimientos que hayan podido adquirir  las generaciones jóvenes. No creo que los jóvenes que buscan trabajo estén  pensando en la indemnización por despido.

Si al menos hubiéramos aprendido que es un mal negocio tener deudas, que es mejor llevar una vida sobria y ordenada con una familia estable y en tiempos de bonanza, ahorrar para cuando lleguen los tiempos de escasez, que el derroche y el lujo siempre se paga, que nada es gratis, que tenemos que mantener una sana desconfianza de nuestros gobernantes y exigirles responsabilidades penales, por administración desleal, si emplean mal nuestro dinero, el de los sufridos contribuyentes.

Francisco Rodríguez Barragán



 



 

 

¿Una partícula maldita o divina?



Este verano se ha anunciado ampliamente el descubrimiento de una partícula, no sé si real o virtual, necesaria para completar el Modelo Estándar de la Física de Partículas, cuya existencia había predicho hace casi medio siglo el científico Peter Higgs.

Desconozco cuál pueda ser la importancia de este hecho, aunque pienso que la enorme inversión del Colisionador de Hadrones, tiene que justificarse de alguna manera, máxime si necesita más financiación.

De todas maneras, bienvenido sea el descubrimiento del “bosón”,  aunque su vida sea tan efímera como una fracción de nanosegundo. Estoy seguro que el ingenio humano podrá encontrarle futuras aplicaciones prácticas a esta partícula, como las encontró para los electrones, protones, neutrones, fotones, etc. que están presentes en nuestra vida diaria.

Si la observación del universo nos ha mostrado su inmensidad, su complejidad y su belleza, estimulándonos a llegar cada vez más lejos, el estudio de lo infinitamente pequeño también nos ha mostrado una creciente complejidad. El átomo de los griegos no es una masa compacta de materia, sino un sistema complicadísimo de partículas que interaccionan entre sí en un espacio casi vacío. Cada vez que los científicos alcanzan una nueva cota, aparecen nuevas incógnitas, para seguir avanzando y descubriendo realidades que estaban ahí y que nosotros no hemos fabricado.

Cuando encontramos unas pinturas rupestres o unos monumentos megalíticos, de inmediato nos preguntamos por sus autores ¿quiénes hicieron esto? En cambio cuando descubrimos la complejidad del cosmos y del microcosmos, no queremos preguntarnos por su autor, es más, muchos parecen esforzarse para demostrar que tal autor es innecesario, que no existe porque no ha podido probarse “científicamente” su existencia.

Si todo resulta sujeto a “número, peso y medida” (Sb.11,21), resulta más difícil de creer que ello sea obra del azar que creer en una inteligencia creadora y ordenadora.  Claro que si tenemos que admitir la existencia de Alguien tan grande y poderoso como para crear todos los universos, también tendremos que admitir que Él nos hizo y nos dotó de razón e inteligencia, por lo cual estamos obligados, al menos, a darle gracias.

Si la vida del bosón es efímera, la del hombre también lo es, pues “aunque uno viva setenta años y el más robusto hasta ochenta, todo es fatiga inútil porque pasan a prisa y vuelan” (Salmo 89). Por mucho saber científico que un hombre acumule, no le servirá para eludir la muerte. Negar que haya algo más allá es arriesgado. Lo que el hombre, con esfuerzo, va descubriendo debe llevarle a preguntarse humildemente, no con la soberbia del autosuficiente, por la Verdad (con mayúscula) que todo lo sostiene.

Esta tensión entre la ciencia y la fe está presente en la misma presentación de la noticia del descubrimiento del “bosón” al llamarla partícula maldita o partícula divina, aunque solo sea un paso más en la investigación que llevará a los científicos a unos horizontes cada vez más dilatados, que deberían llevarnos a reconocer al autor de tanta maravilla.

Francisco Rodríguez Barragán






 

La decisión de hacer el mal


Todos nos hemos conmovido ante la noticia de que los niños de Córdoba puedan haber sido asesinados y quemados por su propio padre. Después de casi un año de investigación, el informe de unos profesionales prestigiosos dice que los huesos encontrados son de niños y no de animales como afirmó la policía.

El hecho, presente en todos los medios de comunicación, tertulias y redes sociales, pone de manifiesto que lo que la gente espera es el castigo de cadena perpetua para el criminal, quizás porque vemos con demasiada frecuencia que las penas de privación de libertad que imponen los tribunales luego quedan en menos, por aplicación de discutibles beneficios penitenciarios, como ahora mismo está de actualidad respecto a un criminal especialmente cruel.

El asesinato de estos niños, al igual que cuando aparece un bebé en un contenedor de basura, produce un justo sentimiento de repulsa. Pero los más de cien mil niños cada año abortados en el vientre de sus madres,  que fueron extraídos despedazándolos o quemándolos en solución salina, como se hacen desaparecer, debidamente triturados, por las clínicas dedicadas a esta repugnante actividad, no levantan ningún clamor, por aquello de ojos que no ven, corazón que no siente.

En alguna de las tertulias que he visto y oído, algún tertuliano apuntó el tema del aborto sin mucho éxito. Otros tertulianos manifestaron que la persona que es capaz de matar a sus hijos tiene que ser un desequilibrado, un especialista indicó que  no necesariamente, pues la mayoría de los criminales no están locos. Aquí la discusión me pareció de interés ya que se planteó el meollo de la cuestión ¿por qué el hombre es capaz de hacer el mal?

Nadie recordó que la naturaleza humana está viciada por el pecado. Unos decían que se trata de un salto atrás en la evolución, porque el hombre es un animal predador y, en las profundidades de nuestro cerebro, hay instintos que pueden aflorar en determinadas situaciones. Alguno dijo que quizás se consiga determinar en nuestro ADN el gen que provoca nuestra tendencia al mal.

Se apuntó que existe en cada persona el odio, fuerza poderosa que puede empujar a cualquiera a realizar acciones crueles: destruir, matar o pegarle fuego al bosque.

Salió también el factor educativo como la clave civilizadora y cultural indudable. Hay que recordar que personas muy cultas y educadas, incluso pueblos enteros, con un alto nivel de educación, pueden cometer auténticas barbaridades.

Los americanos organizaron su democracia, pero siguieron teniendo esclavos y cuando se abolió la esclavitud, continuó la segregación de los negros hasta tiempos bien recientes. La ilustrada Francia alzó la guillotina. La culta Alemania educó a la población en el odio al judío hasta hacer desaparecer varios millones. Las doctrinas marxistas en manos de Lenin, Stalin, Mao, Ho-chi-min o Pol-Pop llevaron el odio exterminador hasta extremos horribles. En África unas etnias masacran a otras y las guerras siguen siendo atizadas en el mundo desde el odio.

La fuerza del odio es capaz de transformar en infierno a familias, colectivos, pueblos y naciones. Admitamos que todos podemos ser victimarios o víctimas del odio, pero que también podemos apostar por otra fuerza transformadora: el amor, —Dios es amor—, y cada uno desde su sitio puede pedirle a Dios fuerza para amar al prójimo, al próximo, al que tiene al lado, buscando activamente el bien.

Francisco Rodríguez Barragán





 

 

 

 

 

La responsabilidad de los que mandan y de los demás



Cuando veíamos las protestas callejeras en Grecia y nos contaban la corrupción de sus políticos, pensábamos que en España no estábamos tan mal, que bastaba un gobierno diferente y fuerte para enderezar nuestra economía y recuperar el nivel de vida al que estábamos acostumbrados.

Pero resulta que nuestra situación es bastante similar a la griega y la gente enfadada se tira a la calle, creyendo que con gritar contra el gobierno se va a arreglar el grave problema de que no hay dinero para pagar los gastos corrientes y las deudas atrasadas.

Pienso que nuestra lamentable situación está además agravada por nuestro descoyuntado modelo de nación autonómica, nuestro sistema financiero quebrado, nuestra productividad menguante, nuestra clase política egoísta, nuestra incapacidad para generar empleo, crédito y confianza.

El estado de bienestar, del que hemos hecho un ídolo, resulta que está edificado sobre arena y solo sabemos protestar por su hundimiento. Las prestaciones sociales insostenibles, las obras faraónicas improductivas, una administración y unas castas políticas gigantescas y desproporcionadas, el derroche y el despilfarro, no se arreglan con salir a la calle dando gritos.

Cuando una nación se hunde todos debemos preguntarnos sobre la parte de culpa que nos toca. Seguimos dejándonos engañar por los políticos: unos que no supieron prever la situación y se dedicaron a hacer propuestas inviables, otros que azuzan la protesta sin purgar su parte de culpa en el desastre y tantos que colaboraron en el desaguisado, eluden responsabilidades y siguen comiendo del presupuesto.

No podemos seguir aferrados a un estado providencia que va a cuidar de nosotros hasta nuestra vejez: no es viable hoy y el futuro es peor, ya que la caída de la natalidad, ─millones de abortos─ hace imposible el reemplazo generacional y el sistema de reparto, en el que los que trabajan soportan las pensiones y prestaciones de los que dejan de trabajar. Los viejos somos cada vez más y los jóvenes cada vez menos.

Durante mucho tiempo hemos vivido de la ilusión de que gracias a nuestras deudas seríamos cada vez más ricos. Nuestras viviendas, nuestros apartamentos en la playa o la montaña,  se revalorizaban solos, hoy se han depreciado o los hemos perdido.

Seguro que muchos advirtieron que se estaba produciendo una burbuja inmobiliaria que terminaría estallando, pero nadie hizo nada por detenerla a tiempo. Tampoco salimos a protestar por obras inútiles, que tendremos que acabar pagando: aeropuertos sin vuelos, AVE sin pasajeros, metropolitanos inútiles, teatros y polideportivos en cada pueblo chico o grande, etc.  

Fueron abolidos el sentido común y las viejas virtudes: prudencia, justicia, fortaleza, templanza, sobriedad, austeridad, ahorrar para la vejez, no gastar por encima de nuestras posibilidades y sustituidas por las consignas diabólicas: disfruta sin freno, consume todo lo que puedas, vive a tope que el futuro te lo tiene que resolver el estado.

Queramos o no, las algaradas callejeras son realmente actos penitenciales por nuestros pecados, aunque no sea políticamente correcto hablar de pecados, por haber comprado sin ton ni son, por no haber rendido lo suficiente en nuestro trabajo, por haber defraudado siempre que hemos podido, por haber sustituido los hijos por las mascotas…

Francisco Rodríguez Barragán

 




http://www.forumlibertas.com/frontend/forumlibertas/noticia.php?id_noticia=23847