sábado, 28 de diciembre de 2013

Variaciones preocupantes en nuestra sociedad

En el cuestionario que he recibido con una parte del documento preparatorio del Sínodo sobre la familia, se pregunta si es posible estimar numéricamente un porcentaje de parejas que se unen “ad experimentum”, es decir sin formalizar su unión en forma civil o religiosa.

Pienso que, de forma explícita, las parejas no se unen por vía de experimento, aunque de forma tácita tengan la idea de convivir solo mientras les resulte satisfactorio, aunque lo mismo les pasa a los que se casan por lo civil e incluso por lo religioso.

Si en otros tiempos existía un periodo de noviazgo anterior al matrimonio, en la actualidad los jóvenes salen juntos a divertirse, sin excluir la sexualidad sin consecuencias ulteriores, gracias a los métodos anticonceptivos. Algunos emparejamientos pueden resultar más duraderos, aunque sin convertirse en verdadero noviazgo, ya que no se proyecta la constitución de una familia ni la ilusión de unos hijos, solo pasarlo lo mejor posible, dure lo que durare.

Muchas de estas parejas, en cualquier momento, deciden vivir juntas por lo que pasan a ser parejas de hecho a efectos legales, que pueden inscribirse como tales en las delegaciones provinciales de asuntos sociales o los ayuntamientos. Para cuantificar esta realidad social he buscado los datos de Andalucía, comunidad autónoma en la que resido, en la que se han producido en el año 2010, último que he encontrado, 5.361 inscripciones y en la serie 1996-2010 se ha pasado de 60 a 5.361 con un total acumulado de 25.234 a las que hay que deducir 2300 bajas en el mismo periodo.

Pero dado que no existe ninguna obligación legal de inscribirse en tal registro, aunque pueda reportar algunos beneficios legales, di por supuesto que el número sería mucho mayor.

He recurrido a los datos del Instituto Nacional de Estadística que, una nota de prensa con los indicadores de 2011 y su variación respecto al 2001, según el Censo de Población y Viviendas, arroja datos de interés respecto a las parejas de hecho que han crecido desde 563.785 en 2001 a 1.667.512 en 2011. Pero hay otros muchos aspectos relevantes: las personas entre 25 y 34 años que viven en pareja sin hijos han aumentado de 1.003.329 a 1.394.865 en el mismo periodo y el total de parejas sin hijos han pasado de 3.042.409 a 4.413.304, las parejas con 3 hijos o más han descendido desde 994.665 en 2001 a 631.186 en 2011.

El aumento de parejas sin hijos, la disminución de las familias numerosas y la mayor esperanza de vida 82 años, está produciendo un envejecimiento de la población que al mismo tiempo se reduce ya que no hay crecimiento.

Otra nota de prensa del INE con los indicadores demográficos básicos de 2012, resultan preocupantes respecto a la familia, ya que la edad media del primer matrimonio en España es de 32,71 años (casi 33) y la edad media a la maternidad es de 31,56 años (casi 32) a todas luces excesivamente elevadas y una fecundidad que solo llega a 1,32 hijos por mujer, cuando sería necesario más del 2 para asegurar la tasa de reposición de la población.

Todo esto es el resultado de unas variaciones enormes en las pautas del comportamiento social. La familia pierde peso mientras que la tendencia al hedonismo y al consumismo se generaliza, los niños sobran ya que impiden disfrutar de comodidades y resultan una carga, si acaso uno solo. La mayor parte de los niños actuales no tiene hermanos, pero quizás tengan mascotas.

Francisco Rodríguez Barragán






 

 

Mi felicitación de Navidad



Tengo la impresión que cada año comienza antes la campaña publicitaria de los artículos que debemos comprar y consumir con motivo de la Navidad, aunque referencias expresas al nacimiento de Jesús no sean muchas y abunden más los símbolos luminosos de la nieve, del abeto o de ese personaje gordo, vestido de rojo, que hemos importado de otras latitudes. Hay una decidida intención de eliminar cualquier sentido religioso de las fiestas que celebra la Iglesia a lo largo del año para sustituirlo por fiestas de invierno, de primavera o de Halloween, la más reciente importación de una extraña y repelente celebración.

El laicismo rampante que padecemos sabe muy bien que ese Niño Jesús que se coloca en un belén de corcho y figuritas, es el mismo Jesús que predicó la llegada del Reino de Dios a los pobres y a los pecadores y criticó con dureza a los que se creían justos y a los que ponían su corazón en las riquezas. La gente importante de su tiempo que, si esperaba algo no era aquella clase de Mesías, terminó por darle muerte.

El evangelio molesta a quienes se les habla de amor al prójimo, incluidos los enemigos, de solidaridad con los pobres, de lucha por la justicia y la equidad, de la necesidad de una vida austera y virtuosa. Mejor que no se difundan tales ideas, mejor que consuman cada vez más cosas, gocen de más placeres, tengan menos responsabilidades, que vuelva pronto el estado de bienestar que nos cuide de la cuna a la tumba o mejor, no hablemos de la tumba  sino del derecho a morir con dignidad, cuyo significado es que te eliminen con un sedante poderoso.

Ese Jesús que nació en un establo de Belén, murió en una cruz y resucitó al tercer día, encargó a sus discípulos, a los que le vieron resucitado, que fueran a todo el mundo a predicar el evangelio, mandato que ha llegado, por su testimonio,  hasta nosotros, los que hemos creído en Él. Ya nos advirtió que no sería una tarea fácil seguir sus pasos, que lo mismo que el mundo lo odió a Él, el mundo nos odiaría a nosotros.

Jesús prometió el Reino de los cielos y llamó dichosos a los pobres, a los pacíficos, a los que lloran, a los que tienen hambre y sed de justicia, a los misericordiosos, a los limpios de corazón, a los que trabajan por la paz, a los perseguidos por causa de la justicia. Todos estos valores no son los que se cotizan en las bolsas del mundo que está más preocupado por el control del sistema financiero, la explotación de las riquezas, incluidas las personas, el control de la natalidad, el calentamiento global, etc. etc.

Esta mi reflexión sobre la Navidad es la felicitación que envío a quienes me lean, seguramente les resultará extraña, pero me parece más fiel al mensaje de Jesús. La alegría del Evangelio es el anuncio de la llegada del Reino de Dios al corazón de cada persona que esté dispuesta al seguimiento de Jesús para entrar en la vida eterna.

(¿Que no cree en la vida eterna? De eso saldrá de dudas cuando menos lo espere).

Francisco Rodríguez Barragán







 

miércoles, 11 de diciembre de 2013

¿Es posible una sociedad donde todos sean felices?



Llevamos milenios empeñados en organizar la sociedad. Cada época, cada imperio, cada país, han creído dar con la solución, pero ninguna dura mucho tiempo, ninguna consigue instaurar un orden justo en el que nadie resulte sometido, explotado, excluido.

Imperios, federaciones, naciones, pueblos, han buscado formas estables de gobierno, pero ninguna ha resultado lo suficientemente buena para perdurar en el tiempo a satisfacción de todos.

Hay quienes pensaron que, en un régimen de libertad, el egoísmo de cada uno se conjugaría con el egoísmo de los demás y una mano invisible nos haría a todos felices. No resultó.

Otros instauraron regímenes igualitarios, pero resultó que unos eran más iguales que otros y terminó el experimento que tantos sufrimientos costó. Los “desiguales”, los que mandaban en aquellos regímenes se aliaron con otros poderes y ahora siguen organizando sus sociedades en su beneficio.

La democracia se ha presentado como la única solución que podría conjugar igualdad y libertad. Encarnada en el mundo occidental, gracias a sus avances técnicos y la explotación de los recursos de otros pueblos del planeta, consiguió prosperidad y riqueza e instauró el estado del bienestar para mantener contentos a todos sus ciudadanos. La globalización y la crisis han puesto de manifiesto la dificultad de mantener el tinglado. Una sociedad en la que unos manejan la riqueza y otros se quedan sin ingresos, está pidiendo otro cambio, otro ensayo que podrá funcionar o no, que durará más o menos y así un siglo y otro.

Pienso que ningún sistema llegará a funcionar “para todos” y que todos están condenados al fracaso pues las personas arrastramos un egoísmo radical, que no podemos arrancar de nosotros mismos sin la ayuda de Dios. Estamos lastrados por el mal y no podemos hacer de la tierra un paraíso, como aquel del que fuimos expulsados por la loca soberbia de querer ser como dioses, soberbia en la que nos mantenemos contumaces. Queremos ser nuestros propios dioses y solo conseguimos causar sufrimientos a los pobres, a los excluidos y a nosotros mismos.

Un mundo donde reine la paz, la justicia, el amor, donde nadie tenga que llorar, es una promesa de Dios que llegará al fin de los tiempos pero que llega cada día cuando cualquier hombre se convierte, pide perdón y se deja salvar. Es el Reino de Dios prometido a los pobres, a los que lloran, a los hambrientos, a los perseguidos, que se hace realidad cuando uno ama de corazón a su prójimo, a su hermano, y actúa en el mundo que le ha tocado vivir con honradez, con caridad, con esperanza, con fe.

El reino que llegará al fin de los tiempos con la segunda venida de Jesucristo no sabemos cuándo ocurrirá, pero el mismo Cristo nos insiste en la necesidad de estar preparados para ese momento, que seguro nos llegará a cada uno cuando dejemos esta vida, que no termina sino se transforma.

Tenemos que pedir con fuerza y convicción que el Señor vuelva, para que el mal sea definitivamente vencido. El demonio no es un mito, es un espíritu poderoso, misterio de iniquidad y enemigo de que los hombres puedan llegar a ser hijos de Dios, que está consiguiendo pasar desapercibido y que la gente no crea en su existencia.

Francisco Rodríguez Barragán.






 

 

Pensar desde el nivel de los más pobres



Hace muchos años, cuando aún era joven y me reunía con otros jóvenes para hablar de todo lo divino y lo humano, un buen amigo nos dijo que los cristianos teníamos que ver todas las cuestiones sociales desde el nivel de los que menos saben, menos tienen y menos pueden, es decir de los más pobres.

He de reconocer que aquel consejo quedó olvidado en algún rincón de mi memoria y, a menudo, mi juicio sobre tantas y tantas cuestiones lo he realizado desde el nivel de mi situación y de mis intereses personales.

Pero al leer La Alegría del Evangelio del Papa Francisco, aquel recuerdo de juventud estalló con fuerza en mi conciencia. Dice el Papa que, de nuestra fe en Cristo hecho pobre, y siempre cercano a los pobres y excluidos, brota la preocupación  por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad y que cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad.

Nos dice que la Iglesia ha reconocido que la exigencia de escuchar el clamor de los pobres brota de la acción de la gracia en cada uno de los cristianos que están llamados a cooperar tanto para resolver las causas estructurales de la pobreza y promover el desarrollo integral de los pobres, como a realizar los gestos más simples y cotidianos de solidaridad ante las miserias  que encontramos en nuestro entorno.

Según el Papa la solidaridad es mucho más que algunos actos esporádicos de generosidad, sino que supone pensar en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos. Es lo que decía mi amigo, hace tantos años,  ver todas las cuestiones sociales desde el nivel de los más pobres.

Parece que lo que impera es el feroz individualismo de todos contra todos y la formación de ruidosos colectivos reivindicativos de sus propios intereses. Pensar en que todos, ricos y pobres, acomodados y sin empleo, emigrantes y nacionales, jóvenes y viejos, formamos una única comunidad humana, de la que no podemos excluir a nadie, representa un reto formidable para todos los cristianos y para cualquier persona de buena voluntad.

No se trata de asegurar la comida, dice el Papa, sino que tengan prosperidad sin exceptuar bien alguno, lo que implica educación, cuidado de la salud y sobre todo trabajo libre, creativo, participativo y solidario y un salario justo que permita acceder a los bienes destinados al uso común.

El compromiso que se pide a los cristianos no consiste exclusivamente en programas de promoción y asistencia, sino ante todo una atención puesta en el otro al que se considera como a uno mismo.

Afirma el Papa que, mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema.

Francisco Rodríguez Barragán