El Papa ha pedido a los
jóvenes en Turín que rechacen las actuales versiones hedonistas del amor y
hagan el esfuerzo de vivirlo en modo casto, aunque no sea fácil. Dijo también
que el Papa tiene que arriesgarse y decir una palabra impopular: el amor no
debe usar a los otros, el amor es casto, por eso les digo ¡sean castos!
Hablar de la castidad en
este mundo erotizado, corre el riesgo de caer en el vacío. Pero la virtud de la
castidad no es una antigualla a expulsar de nuestras vidas, sino una exigencia
ineludible si queremos ser realmente personas.
La sociedad actual ha
aceptado la realidad social del aborto, la realidad social del amancebamiento y
la realidad social de la impudicia generalizada. No creo que tales aceptaciones
nos estén llevando a una sociedad mejor sino por el contrario a un
envilecimiento creciente.
La castidad implica un
aprendizaje del dominio de sí que es una
pedagogía de la libertad humana. La dignidad del hombre requiere que actúe
según una elección consciente y libre y no bajo el impulso de sus pasiones o la
coacción externa. Es una tarea personal y cultural, pues el desarrollo de la
persona humana y el crecimiento de la sociedad misma están mutuamente
condicionados.
Someter los instintos a la razón y crecer como
persona unificada capaz de donarse en libertad para el amor, viviéndola en la
continencia perfecta si se es llamado a la virginidad o el celibato para servir
mejor al prójimo, viviéndola en la amistad respetuosa con los demás para compartir
ideas, actividades, aficiones, sin tratar de usar el cuerpo ajeno para goce
propio o viviéndola en la complementariedad del matrimonio como don definitivo.
La castidad es necesaria en
el noviazgo, aunque sea difícil. Es un periodo de ilusiones, de proyectos de
vida, pero también de respeto absoluto del otro hasta el matrimonio. Me dirán
que eso no se lleva que todos lo hacen, pero la fragilidad de los matrimonios
actuales ¿no radicará en la búsqueda ansiosa del placer sexual a toda costa,
sin dominio alguno de los instintos?
La vida matrimonial tiene
necesidad de poseer en alto grado la virtud de la castidad tanto para mantener
la fidelidad al don recíproco que se dieron al casarse, como para ejercitar la
sexualidad con las limitaciones que la vida misma impone. Cada cónyuge no es
para el otro un objeto de placer siempre disponible. La paternidad responsable
de que hablaba Pablo VI exige sin duda el ejercicio de la castidad.
Hablar de castidad, aquí y
ahora, representa un riesgo como dice el Papa, pero es el mismo riesgo que
tuvieron los primeros cristianos que proponían a las gentes vivir según el
espíritu y no según la carne, pero en esto consiste la misión de la Iglesia:
anunciar el evangelio de Jesús, aunque ello conlleve el riesgo de la incomprensión,
de la persecución, de la marginación, pero estaría incompleta la llamada a la
castidad si no se anunciara, al mismo tiempo, la ayuda de Dios, disponible
siempre para todos los que se la pidan..
Los cristianos podemos
desnaturalizar el mensaje de Jesús y acomodarnos a las ideas del mundo. En
lugar de evangelizar al mundo, mundanizar la Iglesia. Algo de eso ya está
ocurriendo pues pocos predicadores dicen lo que ha dicho el Papa: ¡Sed castos!
Algunos piensan que hay que rebajar las exigencias del evangelio para agradar a la gente. Rechacemos tal tentación.
Es posible que este artículo
sea objeto de burla por parte de la gente, pero si al menos alguna persona
decide emprender el difícil camino de la castidad habrá valido la pena
escribirlo.
Francisco Rodríguez Barragán