sábado, 27 de junio de 2015

¿Tiene sentido la castidad aquí y ahora?


El Papa ha pedido a los jóvenes en Turín que rechacen las actuales versiones hedonistas del amor y hagan el esfuerzo de vivirlo en modo casto, aunque no sea fácil. Dijo también que el Papa tiene que arriesgarse y decir una palabra impopular: el amor no debe usar a los otros, el amor es casto, por eso les digo ¡sean castos!
Hablar de la castidad en este mundo erotizado, corre el riesgo de caer en el vacío. Pero la virtud de la castidad no es una antigualla a expulsar de nuestras vidas, sino una exigencia ineludible si queremos ser realmente personas.
La sociedad actual ha aceptado la realidad social del aborto, la realidad social del amancebamiento y la realidad social de la impudicia generalizada. No creo que tales aceptaciones nos estén llevando a una sociedad mejor sino por el contrario a un envilecimiento creciente.
La castidad implica un aprendizaje  del dominio de sí que es una pedagogía de la libertad humana. La dignidad del hombre requiere que actúe según una elección consciente y libre y no bajo el impulso de sus pasiones o la coacción externa. Es una tarea personal y cultural, pues el desarrollo de la persona humana y el crecimiento de la sociedad misma están mutuamente condicionados.
 Someter los instintos a la razón y crecer como persona unificada capaz de donarse en libertad para el amor, viviéndola en la continencia perfecta si se es llamado a la virginidad o el celibato para servir mejor al prójimo, viviéndola en la amistad respetuosa con los demás para compartir ideas, actividades, aficiones, sin tratar de usar el cuerpo ajeno para goce propio o viviéndola en la complementariedad del matrimonio como don definitivo.
La castidad es necesaria en el noviazgo, aunque sea difícil. Es un periodo de ilusiones, de proyectos de vida, pero también de respeto absoluto del otro hasta el matrimonio. Me dirán que eso no se lleva que todos lo hacen, pero la fragilidad de los matrimonios actuales ¿no radicará en la búsqueda ansiosa del placer sexual a toda costa, sin dominio alguno de los instintos?
La vida matrimonial tiene necesidad de poseer en alto grado la virtud de la castidad tanto para mantener la fidelidad al don recíproco que se dieron al casarse, como para ejercitar la sexualidad con las limitaciones que la vida misma impone. Cada cónyuge no es para el otro un objeto de placer siempre disponible. La paternidad responsable de que hablaba Pablo VI exige sin duda el ejercicio de la castidad.
Hablar de castidad, aquí y ahora, representa un riesgo como dice el Papa, pero es el mismo riesgo que tuvieron los primeros cristianos que proponían a las gentes vivir según el espíritu y no según la carne, pero en esto consiste la misión de la Iglesia: anunciar el evangelio de Jesús, aunque ello conlleve el riesgo de la incomprensión, de la persecución, de la marginación, pero estaría incompleta la llamada a la castidad si no se anunciara, al mismo tiempo, la ayuda de Dios, disponible siempre para todos los que se la pidan..
Los cristianos podemos desnaturalizar el mensaje de Jesús y acomodarnos a las ideas del mundo. En lugar de evangelizar al mundo, mundanizar la Iglesia. Algo de eso ya está ocurriendo pues pocos predicadores dicen lo que ha dicho el Papa: ¡Sed castos! Algunos piensan que hay que rebajar las exigencias del evangelio para agradar a la gente. Rechacemos tal tentación.
Es posible que este artículo sea objeto de burla por parte de la gente, pero si al menos alguna persona decide emprender el difícil camino de la castidad habrá valido la pena escribirlo.
Francisco Rodríguez Barragán


Teatro de marionetas


De niño me gustaba asistir a los teatros de marionetas donde los muñecos se movían mediante hilos diestramente manejados por sus creadores y representaban graciosas y regocijantes farsas en tingladillos montados en las plazas. Cada vez que se inicia un proceso electoral me vienen a la memoria aquellas funciones que ahora representan los políticos, pero con menos gracia.
Los hilos con los que se manejaban los muñecos no resultaban demasiado visibles, los que manejan a los políticos resultan evidentes. Los muñecos no podían saber que su apariencia de vida se la prestaban los dueños del teatrico. Los políticos seguramente se imaginan que tienen vida propia, pero cualquier ojo avizor puede darse cuenta de la maraña de hilos que los mueven a diversos niveles, pues los que creen que manejan a sus peones a lo mejor no se enteran de que son a su vez manejados por otros desde más arriba o desde más lejos.
En los actores políticos habrá impulsos personales que, en el mejor de los casos, será el deseo de servir al bien común, pero en otros muchos serán el ansia de poder y sus prebendas, los deseos de revancha, el odio a los contrarios. Más que hilos son gruesos cordeles que nacen del corazón y que es difícil dominar ni controlar, una vez metidos en el fragor de la lucha política alentados por los que manejan los partidos, las corrientes de opinión y las confusas ideas que sustentan sus acciones.
Después de las repetidas funciones de la campaña seguirán pactos y componendas en los que los titulares de la soberanía nacional, los ciudadanos votantes, no tendrán arte ni parte. En esta fase los hilos de intereses que moverán a los actores serán más que manifiestos,: unos más claros y otros más ocultos. ¿Qué sabemos los ciudadanos espectadores de las decisiones de los que de verdad mandan y dónde se toman?
Los que algunos llaman los poderes fácticos: bolsas, bancos, mercados, grupos de presión o como ahora se dice lobbies de aquí y de allá, en este mundo globalizado, ¿no tienen en sus manos hilos que moverán a otros para que a su vez muevan a otros y otros,  según sus intereses? La CE ¿acaso es algo distinto de una comunidad de intereses?
Desde la ONU salen sin cesar resoluciones y consignas que muchos se apresuran a obedecer, ya sea el calentamiento global, la llamada salud sexual y planificación familiar, es decir consignas antinatalistas, la ideología de género o las exigencias del lobby gay. Son hilos que mueven a muchos de nuestros políticos tanto en las campañas electorales como en los gobiernos que resulten de ellas.
Es curioso que hasta algo tan desprestigiado como el comunismo, en su versión caribeña y bolivariana, trate también de mover los hilos de sus muñecos políticos en nuestro propio tinglado.
El tinglado de la farsa al que asistimos tiene muchas más complejidad de lo que pensamos y de lo que conocemos
Pero todo pasa. Los políticos que hoy se engríen orgullosos pasarán a la historia rápidamente, pues es lo que tiene de bueno el sistema democrático, a diferencia de las dictaduras como la de Cuba, por ejemplo:
Francisco Rodríguez Barragán


¿Sigue existiendo la familia?

 

Vivimos inmersos en una realidad que nos aturde, que se nos impone, que quizás no nos gusta, pero que aceptamos resignadamente. Las cosas son como son, nos repiten unos y otros, mientras nos encogemos de hombros y solo nos inquietamos cuando nos vemos metidos en problemas económicos, laborales, familiares o de salud.
Es necesario abrir bien los ojos para ver la vida que nos rodea, la de verdad, sin conformarnos con verla en la pantalla del televisor que, casi siempre, nos ofrece una realidad manipulada o un entretenimiento alienante.
Hay que abrir bien los ojos para vernos en primer lugar a nosotros mismos, para averiguar si somos lo que hemos decidido ser o si otros ya decidieron por nosotros, si nuestras ideas son de verdad nuestras o son otros los que las han metido en nuestra cabeza. Las preguntas básicas ¿quién soy yo? ¿Cuál es  el sentido de mi existencia? ¿Qué puedo esperar? ¿Para qué vivo? ¿Amo y soy amado? Responderlas es más interesante que cualquier examen.
Normalmente, hasta ahora, las personas tenían padre y madre, hermanos, primos, abuelos, formaban parte de una familia de sangre. Pero ¿sigue existiendo la familia? Claro que existen familias, gracias a ellas muchos están sobreviviendo a la crisis, pero quizás está en proceso de extinción. Esto hay que verlo con atención ya que en ello nos jugamos el futuro.
Las cosas empiezan a cambiar cuando cambian las palabras. Podemos observar que se habla más de pareja que de matrimonio. Las parejas pueden formarlas un hombre y una mujer, o dos hombres o dos mujeres. La aceptación social de la palabra pareja como personas que viven juntas frente a la palabra matrimonio, tiene su importancia. Hablar de matrimonio ha sido siempre hablar de un compromiso estable, de una familia en marcha, de una situación legalmente reconocida. Hablar de pareja ahora es vivir juntos para disfrutar el uno del otro con las menos obligaciones posibles y si no nos va bien pues a buscar otra pareja y vuelta a empezar. Naturalmente si llega algún embarazo, por equivocación, será un problema a resolver, a menudo en perjuicio del niño.
No exagero. Si los matrimonios con cobertura legal se rompen con toda facilidad y frecuencia hasta llegar a tantas rupturas como enlaces, las parejas que simplemente conviven se romperán con mayor facilidad ya que no hay que andar de juzgados salvo que haya que decidir quién se queda con el niño.
El Instituto de Política Familiar publica sus informes con datos de nupcialidad, natalidad y abortos. Baja la nupcialidad y la natalidad, es decir, somos una sociedad de viejos y los abortos crecen, la vida no se respeta y no hay más remedio que hablar de que no puede sostenerse el tan manoseado estado de bienestar.
El Instituto Nacional de Estadística publica datos acerca del número de hogares con una o dos personas, hogares de personas jóvenes sin niños o de ancianos que viven solos. Nadie parece ver la situación, marchamos hacia el abismo mientras que, como en el Titanic, sigue sonando la música.
No sé si estamos a tiempo de reaccionar pero, por favor, abramos los ojos a una realidad más inquietante que el griterío político o las estadísticas económicas.  Si estoy equivocado y las cosas son de otra manera díganmelo, se lo agradeceré.
Francisco Rodríguez Barragán



Derecha e izquierda hoy


La división política de la sociedad en derecha e izquierda sigue vigente, aunque el contenido de tales términos haya variado a lo largo del tiempo.
La izquierda no tiene problema en ampliarse hasta el radicalismo, el populismo y el comunismo, pero la derecha no puede hacerlo. Si alguien reclama una derecha más auténtica y más radical será inmediatamente tildado de ser de extrema derecha, facha, fascista y todos los epítetos desfavorables que se les ocurran.
Entre la derecha y la izquierda, al principio de la transición, creímos algunos que era posible un centro con un contenido propio, aunque pronto vimos que era imposible y el experimento fracasó definitivamente, tanto desde dentro como por la acción de las otras fuerzas.
La izquierda, que se cree con una superioridad moral que no avala su historia, ha conseguido el poder en España durante más tiempo que la derecha que, por temor a ser considerada continuación del franquismo, vive siempre acomplejada.
El señor Rubalcaba vaticinó que el Partido Popular no se atrevería a derogar ninguna de las leyes socialistas, lo que ha resultado cierto. La izquierda se hizo con la educación y llenó las estructuras educativas de gente de su cuerda, que han resultado inamovibles pero eficaces en la difusión de ideas “progresistas”, sin que hayan tenido ningún éxito los escasos intentos de la derecha para modificar el modelo de educación socialista.
La misma suerte han tenido otras leyes socialistas, letales para la familia y la juventud, pero que, al tener controlada la educación, han conseguido una amplia aceptación social, tales como el divorcio exprés, el aborto, el matrimonio homosexual, la libertad sexual sin responsabilidades, la ideología de género, etc. etc. El Partido Popular también parece aceptarlas sin reservas.
Quienes defendemos la vida, la familia, la moralidad y el catolicismo, hemos estado equivocados pensando que el ideario del Partido Popular defendía tales valores. Ha resultado simplemente una máquina de poder cuya preocupación esencial es la economía, pero sin una ideología consistente conservadora y liberal, sin respuestas claras para un mundo globalizado, sin programa capaz de ilusionar a las nuevas generaciones.
El Partido socialista también es, ante todo, una máquina de poder, aunque su demagogia diga que pretende servir a las clases trabajadoras. Su modelo económico está tan inédito como el del Partido popular. Ambos invocan el estado de bienestar pero no explican la forma de sostenerlo.
La crisis económica, causada por la megalomanía de los sucesivos gobiernos que gastaron más de lo que podían recaudar y se cargaron de deudas, ha golpeado a mucha gente que se ha sentido engañada y su enfado, su rabia, se ha transformado en la energía de un emergente partido populista capaz de llevarnos a la catástrofe.
Una izquierda radical con ideas comunistas que ya fracasaron, pero con la suficiente demagogia para clamar contra la corrupción y al mismo tiempo amenazar a la iglesia católica ¡que está ayudando a todos los pobres que puede! Veremos si no termina pagando los platos rotos..
Mal pinta el futuro para los que queremos ser cristianos en una sociedad hedonista y relativista, con unos partidos políticos que no nos hacen caso o nos combaten por todos los medios posibles. Pero esto ya está anunciado en el evangelio: seguir a Jesús tiene sus riesgos.
Francisco Rodríguez Barragán




La realidad supera a la ficción


La realidad siempre supera a la ficción. Recuerdo que Orwell, en su novela 1984, detallaba los variados procedimientos para controlar a la población. Uno de ellos consistía en la instalación en cada vivienda de una tele-pantalla que no podía silenciarse y a través de la cual se pregonaban los éxitos del poder, las batallas ganadas al enemigo, los datos estadísticos demostrativos de que todo iba bien y además desde la pantalla el Gran Hermano vigilaba  a los telespectadores para castigar a los dijeran o hicieran algo contrario a las consignas del poder. Sin pantalla somos vigilados ¿o no?
No ha sido necesaria la instalación de tal tele-pantalla imposible de apagar ya que los ciudadanos no tienen ninguna intención de apagarlas y se pasan buena parte de su jornada entretenidos mirándola,  sin observar que están siendo bombardeados por la omnipresente publicidad tanto de los bienes de consumo como de las ideas políticas en circulación. Pueden cambiar de canal pero con el mismo resultado. Todo se ofrece elaborado, pensar no es necesario, ver la televisión sí.
En el inquietante mundo que describe Orwell se habla de una “neo lengua” en la que las palabras se juntaban con otras y cambiaban de significado, para lo cual se había editado un nuevo diccionario. Aquí y ahora podemos comprobar que sin cambiar el María Moliner, estamos cambiando el Diccionario del uso del español mediante la eliminación de palabras que, al dejar de usarse, es como si aquello designaban hubiera dejado de existir y si las usamos siempre van acompañadas de algún complemento destructivo. Por ejemplo, si los cristianos rechazan el aborto, la mayoría de los medios los citarán como grupos ultras, enemigos de las libertades o de los derechos de la mujer.
He leído que en la Albania comunista se editó un diccionario en el que se obligaba a añadir a la palabra religión, el añadido de “hoy desaparecida” y cuando se aludía al arte anterior a la instauración del comunismo, había que señalar que correspondía a oscuros tiempos pasados. Sin necesidad de un diccionario obligatorio cualquier grupo que se declare de derechas será citado como grupo ultra o facha en los medios de comunicación.
Otra cosa que imaginaba Orwell era un gigantesco organismo, el Ministerio de la Verdad, dedicado a reescribir la historia, modificándola en cada momento de acuerdo con los intereses políticos. Pues bien, nuestra historia se está reescribiendo aquí y ahora con técnicas más depuradas y eficaces a través de los planes de enseñanza. Los vencidos ayer resultan vencedores hoy, los gloriosos conquistadores  se transmutan en perversos colonizadores, como puede ser difícil refutar a muchos historiadores se les silencia sin más, dejan de ser citados, salvo para hacerlos sospechosos.
Para la mayoría de le gente Sánchez de Albornoz, Américo Castro, Salvador de Madariaga, José María Pemán o Menéndez y Pelayo no existen ni tampoco saben nada de los hispanistas ingleses como Raimon Carr, Payne, Preston, Thomas o Brenan. El magnífico historiador Jaume Vicens Vives ¿será apreciado en Cataluña?
Me pueden decir que todos están en Google a disposición de quien desee leerlos o consultarlos, pero ¿quién moverá la curiosidad, el ansia de saber, de conocer, de buscar la verdad? El estudio de lo que se llamaban humanidades, que servía ante todo para aprender a pensar, me parece que no está en su mejor momento.
Francisco Rodríguez Barragán