La división política de la
sociedad en derecha e izquierda sigue vigente, aunque el contenido de tales
términos haya variado a lo largo del tiempo.
La izquierda no tiene
problema en ampliarse hasta el radicalismo, el populismo y el comunismo, pero
la derecha no puede hacerlo. Si alguien reclama una derecha más auténtica y más
radical será inmediatamente tildado de ser de extrema derecha, facha, fascista
y todos los epítetos desfavorables que se les ocurran.
Entre la derecha y la
izquierda, al principio de la transición, creímos algunos que era posible un
centro con un contenido propio, aunque pronto vimos que era imposible y el
experimento fracasó definitivamente, tanto desde dentro como por la acción de
las otras fuerzas.
La izquierda, que se cree
con una superioridad moral que no avala su historia, ha conseguido el poder en
España durante más tiempo que la derecha que, por temor a ser considerada
continuación del franquismo, vive siempre acomplejada.
El señor Rubalcaba vaticinó
que el Partido Popular no se atrevería a derogar ninguna de las leyes
socialistas, lo que ha resultado cierto. La izquierda se hizo con la educación
y llenó las estructuras educativas de gente de su cuerda, que han resultado
inamovibles pero eficaces en la difusión de ideas “progresistas”, sin que hayan
tenido ningún éxito los escasos intentos de la derecha para modificar el modelo
de educación socialista.
La misma suerte han tenido otras
leyes socialistas, letales para la familia y la juventud, pero que, al tener
controlada la educación, han conseguido una amplia aceptación social, tales
como el divorcio exprés, el aborto, el matrimonio homosexual, la libertad
sexual sin responsabilidades, la ideología de género, etc. etc. El Partido
Popular también parece aceptarlas sin reservas.
Quienes defendemos la vida,
la familia, la moralidad y el catolicismo, hemos estado equivocados pensando
que el ideario del Partido Popular defendía tales valores. Ha resultado
simplemente una máquina de poder cuya preocupación esencial es la economía,
pero sin una ideología consistente conservadora y liberal, sin respuestas
claras para un mundo globalizado, sin programa capaz de ilusionar a las nuevas
generaciones.
El Partido socialista
también es, ante todo, una máquina de poder, aunque su demagogia diga que pretende
servir a las clases trabajadoras. Su modelo económico está tan inédito como el
del Partido popular. Ambos invocan el estado de bienestar pero no explican la
forma de sostenerlo.
La crisis económica, causada
por la megalomanía de los sucesivos gobiernos que gastaron más de lo que podían
recaudar y se cargaron de deudas, ha golpeado a mucha gente que se ha sentido
engañada y su enfado, su rabia, se ha transformado en la energía de un
emergente partido populista capaz de llevarnos a la catástrofe.
Una izquierda radical con
ideas comunistas que ya fracasaron, pero con la suficiente demagogia para
clamar contra la corrupción y al mismo tiempo amenazar a la iglesia católica ¡que
está ayudando a todos los pobres que puede! Veremos si no termina pagando los
platos rotos..
Mal pinta el futuro para los
que queremos ser cristianos en una sociedad hedonista y relativista, con unos
partidos políticos que no nos hacen caso o nos combaten por todos los medios
posibles. Pero esto ya está anunciado en el evangelio: seguir a Jesús tiene sus
riesgos.
Francisco Rodríguez Barragán
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