viernes, 25 de diciembre de 2009

EXAMINAR NUESTRAS RELACIONES

Nuestra vida está hecha de las relaciones que vamos trenzando con las cosas, con las personas y con Dios. El constante devenir de nuestro propio ser depende de la forma en que se desarrollen estas relaciones, por eso vale la pena que las examinemos con frecuencia. Cuando damos por terminado un año y vamos a comenzar otro, como cualquier empresa, podemos hacer balance de los resultados y proyectar las mejoras necesarias.

Vivimos en constante relación con las cosas que nos ofrece la naturaleza y a las que tenemos que tratar con respeto. No podemos viciar el aire, ni ensuciar las aguas, ni destruir el paisaje. El mundo vegetal que hace posible la vida de hombres y animales hay que cuidarlo con esmero, con mimo. Hay que evitar activamente la deforestación de nuestros bosques por el fuego o la codicia, también la desertización de la tierra o su degradación por el uso inadecuado de productos químicos. Todos producimos basura nociva para los campos, los ríos, los mares. Tratar con respeto a la naturaleza significa conservarla en el mejor estado posible. Tenemos que preguntarnos seriamente si colaboramos en su conservación o en su destrucción.

En un proceso acumulativo de descubrimientos y mejoras, la humanidad ha conseguido fabricar multitud de cosas con las que estamos constantemente en relación. Energías transformadoras que canalizadas, mueven las fábricas, las minas, los transportes, iluminan, calientan o refrigeran nuestras casas, nuestras ciudades. Objeto maravillosos que nos permiten una vida más agradable al ahorrarnos esfuerzos y fatigas, o nos brindan distracciones al alcance de la mano o nos facilitan conocimientos y comunicaciones al instante. Tratar con respeto todas estas cosas exige evitar el despilfarro y hacer un buen uso de ellas. Si las usamos mal, en lugar de servirnos, nos estarán esclavizando. Si dependemos de todas estas cosas hasta el punto de sentirnos desgraciados cuando nos falta cualquiera de ellas, es síntoma claro de que hemos dejado de ser libres para ser esclavos de la comodidad, de la informática, del teléfono móvil, de la televisión…

Nuestras relaciones con las personas son de carácter distinto, pues las personas no son cosas ni están a nuestra disposición para usarlas y desecharlas cuando se nos antoje. Todas las personas son sagradas, aunque ellas mismas no lo sepan o lo hayan olvidado, y hemos de tratarlas como a tales. Cada persona tiene en su interior un espacio misterioso e inviolable en el que late el Espíritu con una oferta de eternidad. No hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti, nos pone a todos en un nivel de igualdad, pero lo supera el precepto de amar a tu prójimo como a ti mismo, porque amar significa buscar activamente el bien de los demás y el bien absoluto es Dios que, de alguna manera, habita el interior de cada persona, como nos reveló Jesús. Nuestra relación con las personas sólo puede entenderse en términos de amor, de búsqueda del bien. Quedan por tanto excluidas las relaciones de dominación o de servidumbre.

Aunque ahora se quiere introducir en la mente de las nuevas generaciones que las relaciones entre las personas hay que verlas en términos de placer, de sexualidad sin compromiso, esto significaría dejar de ser personas para ser cosas sin alma, desechables, intercambiables, efímeras y sin sentido. La sexualidad forma parte de nuestra persona y es un bien destinado a darse en una recíproca donación de amor para siempre, abierta generosamente a la vida.

Forma parte de nuestra vida la relación con Dios. Somos criaturas suyas y nos relacionamos con Él, aunque esta relación sea de amarlo, de ignorarlo, de negarlo incluso de odiarlo, de forma parecida a nuestra actitud hacia otras personas. Pero la relación con Dios es la más importante. De ella depende el sentido total de nuestra vida. Por eso conviene reflexionar sobre ella. Si creemos que somos tan sólo el resultado de una evolución ciega destinados al placer, al dolor y a la extinción ¿Por qué sufrimos con la injusticia? ¿Por qué distinguimos entre lo bueno y lo malo? ¿Existe el bien y el mal?

Pero si creemos que somos criaturas que vivimos, nos movemos y existimos en Dios que nos creó por amor, qué duda cabe que tendríamos que responder con amor a su amor, tendríamos que amar a las demás criaturas y respetar toda la creación.

Ahora que termina el año, reflexionemos sobre todo ello, por favor.

Francisco Rodríguez Barragán

miércoles, 16 de diciembre de 2009

ALEGRAOS

Cada año, cuando llegan estos días, nos ocupamos de hacer llegar a nuestros amigos algún mensaje que les haga saber nuestro deseo de que sean felices. Por mi parte utilizo las palabras de San Pablo: estad alegres, os lo repito, alegraos. Pero ¿qué motivos hay para estar alegres, cómo podemos estar alegres en medio de tanta crisis, tantos problemas, tanto dolor?

Lo que os deseo no es que hagáis un pequeño paréntesis, unos días de jolgorio, para volver a los mismos problemas, las mismas dificultades, sino que os instaléis en una permanente alegría que nada ni nadie os pueda arrebatar. Dentro de nosotros existe una hondura, casi siempre inexplorada, donde podemos encontrarnos con Aquél que es fundamento de todo lo que existe, la roca segura donde edificar nuestra vida, donde ponernos a salvo.

En el correr inestable de los días, sufrimos el suplicio de los acontecimientos favorables o adversos que se suceden sin tregua. Nuestros deseos, siempre incolmables, nos zarandean cada día, nos inquietan los logros que deseamos alcanzar, nos asusta lo que podemos perder, sufrimos hasta por cosas que no llegan a ocurrir. La felicidad quizás sea algo que recordamos del pasado o algo que esperamos de un futuro incierto.

Las olas del océano pueden levantarse embravecidas en la tormenta, pero debajo de la superficie hay calma y estabilidad. Lo mismo pasa en nosotros. Debajo del agitado devenir de los días, tenemos en el espesor de nuestra alma un espacio sagrado y seguro. Sólo hay que armarse de valor y bajar a estas profundidades de nuestro ser donde, despojados de todos nuestros disfraces, nos encontremos a nosotros mismos ante Dios, fuente de alegría, sostén de toda esperanza.

Los problemas, las preocupaciones o los sufrimientos no van a desaparecer pero habremos descubierto el lugar donde encontrar la paz y la alegría, una alegría que nadie nos podrá quitar, distinta a la que ofrece el mundo, hecha de consumo y diversión. Una alegría que podemos compartir, sin que se agote nunca, con la gente que nos rodea. Podemos ser personas que viviendo los mismos problemas que los demás mantengamos la paz y la alegría y demos razón de nuestra esperanza.

Esa es la alegría que deseo a todos mis amigos, de la tuvimos noticias gracias a Jesús, el Hijo de Dios, cuyo nacimiento vamos a celebrar, que nos mostró el amor que Dios no tiene y que ha hecho morada dentro de nosotros.

Francisco Rodríguez Barragán

jueves, 10 de diciembre de 2009

LOS FALLOS DE LOS EXPERTOS

Los expertos son aquellas personas capaces de explicar “científicamente” por qué las cosas no ocurrieron como ellos pronosticaron. El colegio de augures de Roma, creo que contaba tan sólo con cuatro miembros, que se dedicaban a predecir el resultado de las acciones políticas o militares de la República o el Imperio, escudriñando el vuelo de las aves, su forma de comer o el estado de sus vísceras. Ignoro las veces que acertaron o se equivocaron, aunque en otras ocasiones sus dictámenes sirvieron para suspender las acciones consultadas.

Ahora, que pensamos estar más civilizados que entonces, en lugar de augures contamos con expertos, miles de expertos. Ellos elaboran estadísticas, proyecciones, índices y otras herramientas sobre las cuales se planifica la política, la economía, la educación, la población, la guerra, el clima, el futuro, en fin.

Naturalmente ese futuro resulta a menudo bastante diferente a lo previsto, pero los expertos explicarán, sin inmutarse, los procesos causales de la nueva realidad y propondrán de inmediato otros planes y otras soluciones.

Pensemos en cualquier obra pública, cuya planificación y ejecución ha sido encargada a expertos altamente cualificados. Lo más probable es que el costo y el tiempo de ejecución de la misma sean muy superiores a lo previsto.

Los americanos deciden ir a la guerra para la que cuentan con una gigantesca red de expertos en todo, armas eficaces y recursos económicos. Ellos pondrán orden rápidamente en cualquier punto del planeta, ya sea Corea, Vietman, Kuwait, Irak o Afganistán. Pues no, las cosas no salen como pensaban y esto pasa una y otra vez. Las victorias que alcanzaron contra los españoles en Filipinas, contra los alemanes en dos guerras mundiales o contra los japoneses, lanzándoles la bomba atómica, quizás les hicieron creer a sus expertos que lo mismo pasaría con las demás. Las cosas siempre ocurren de forma distinta. Ni Corea ni Vietman, parecen haberles enseñado nada.

Armados de una potente doctrina revolucionaria, un poder omnímodo y unos decididos planificadores, los soviéticos fueron hundiendo a medio mundo en la miseria, plan tras plan, hasta la implosión de su régimen en 1989. En Occidente y en América Latina, muchos expertos en marxismo siguieron y siguen organizando sus partidos comunistas, sin enterarse de nada.

Después de la caída del muro y el fin del régimen comunista, las democracias capitalistas se sintieron satisfechas con el crecimiento de su desarrollo técnico, de sus libertades, de sus instituciones, de su nivel de vida. Como las cosas iban viento en popa, los políticos y sus expertos asesores, pensaron que todo podía seguir así. Pero de pronto aparece la crisis financiera y el mundo entero entra en convulsión. Uno puede preguntarse cómo es posible que los expertos financieros, que pueblan los gabinetes de los grandes bancos, no barruntaran la catástrofe y siguieran invirtiendo en Lehman Brother, por ejemplo.

Pienso que pueden fabricarse teorías, proyecciones, planes, índices y leyes de economía sostenible, pero no hay manera de tabular la conducta humana. No sé si los expertos llegarán a reconocer, alguna vez, que no pueden prever las ocurrencias de los políticos, el egoísmo de los financieros o el rencor de los terroristas entre las variables de sus estadísticas, de sus previsiones.

El afán de ganancia de los financieros, la búsqueda de votos de los políticos, los intereses de las poderosas multinacionales, los designios de cambiar la sociedad desde posiciones poderosas, nada democráticas. Todo ello y muchas cosas más, hacen que vivamos en un mundo complicado con un futuro incierto, por más que miles de expertos crean que tienen la solución.

Cada vez soy más escéptico con tantos planes, tantas reuniones de alto nivel, tantas conferencias internacionales pero creo que hay valores que no cotizan en bolsa pero que son los únicos que pueden garantizar nuestra existencia: el trabajo bien hecho, la honestidad, la honradez, el cumplimiento de la palabra dada, la sobriedad, el esfuerzo, la búsqueda de la verdad y en definitiva el amor, la única fuerza capaz de construir un mundo nuevo donde habite la justicia.

Francisco Rodríguez Barragán

sábado, 5 de diciembre de 2009

TIEMPO DE CONVERSIÓN

Los cristianos creemos que el Hijo de Dios se hizo un hombre como nosotros y nació de María en Belén en tiempos del rey Herodes. Este acontecimiento, que pasó quizás bastante desapercibido, salvo para algunos pastores, es para nosotros el cumplimiento de la promesa de Dios, recordada una y otra vez por los profetas de Israel, de que enviaría a la humanidad un Salvador, el Mesías, el Señor.

La Iglesia celebra cada año este misterio: la Navidad, un hecho permanente que se actualiza para que los cristianos adoremos estremecidos a Dios hecho niño. Las cuatro semanas anteriores es el tiempo de Adviento, tiempo de conversión y de preparación.

¿Qué queda hoy de todo esto? De la alegría por la llegada del Hijo de Dios, hemos ido pasando a una fiesta para consumir, para comer y beber, para divertirnos y regalarnos. El misterio tremendo de Dios hecho hombre, se ha ido alejando, difuminando sus contornos, hasta hacerlo irreconocible entre luces de colores, reclamos publicitarios y grotescas figuras de Papá Noel.

Debilitado el mensaje y su significación estamos pasando a otro acto en el que se rechaza expresamente su significado religioso, invocando falsas razones de multiculturalidad, de convivencia, de respeto a las demás religiones, de descarado laicismo. He visto anunciada la conferencia de un autodenominado filósofo cuyo título era nada menos que ”Laicismo, garantía de democracia” Creen que eliminando a Dios va a instaurarse una paz universal, sin querer ver que están demoliendo nuestra sociedad, dejándola sin raíces, envejecida y sin futuro, el reemplazo generacional deviene imposible.

Pero en esta funesta tarea están colaborando muchos de los que se dicen cristianos, pero se pliegan al empuje de esta ola que se proclama progresista. Son, o quizás somos, los cristianos que hemos olvidado que el adviento es tiempo de conversión y no sólo de compra de regalos y juguetes.

¿Tiene sentido para nosotros los cristianos la llamada a la conversión como preparación de la Navidad? ¿De qué tenemos que convertirnos? Por desgracia hemos perdido hace muchos años la conciencia de pecado. No nos sentimos pecadores. Pensamos que el pecado es un fantasma para niños de otros tiempos. Si descubrimos el mal, siempre es en el prójimo, no en nosotros mismos. Tenemos una extensa lista de razonadas sinrazones para justificar nuestra conducta ante nosotros mismos.

El 15% de los cristianos que, según las encuestas del CIS, vamos a misa los domingos, comenzamos la celebración confesando ante Dios todopoderoso y ante los demás hermanos que hemos pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión, pero sin creérnoslo demasiado. Los confesionarios están bastante vacíos.

Si examinamos nuestra conciencia podemos ver que estamos lejos de amar a Dios sobre todas las cosas. Si creemos que Dios nos creó por amor y en Él vivimos, nos movemos y existimos, tendríamos que amarlo sobre todas las cosas. En cuanto a amar a los demás como a nosotros mismos, ¿qué tal lo llevamos? ¿Y el mandato de Jesús de amar a los enemigos…?

Amar a los demás porque todos somos hijos de Dios y por tanto hermanos nuestros, se nos hace cuesta arriba, ¡incluso a los enemigos!, porque Dios hace nacer el sol sobre buenos y malos y el mandato de Jesús es llegar a la perfección: sed perfectos como Dios es perfecto.

Alguno pensará que si nos ponemos así, es gana de amargarnos las navidades, pero a Jesús, el Hijo de Dios que se hizo hombre para salvarnos y pasó haciendo el bien, lo torturaron y lo mataron en una cruz. Él nos advirtió que nos pasaría lo mismo y que el mundo no nos aceptaría. Pero estamos en el mundo y tenemos que dar testimonio con nuestra vida familiar, profesional, ciudadana, de lo que creemos y luchar por hacer un mundo más justo, más humano, más fraterno, lo cual es imposible sin Dios. La buena noticia de Jesús es que Dios nos ama y que lo mismo que Él ha resucitado también resucitaremos nosotros para una eternidad de plenitud en la que Dios lo será todo en todos.

Francisco Rodríguez Barragán