viernes, 14 de abril de 2017

La presunción de inocencia


            La sentencia absolutoria del Padre Román

Después de casi tres años se ha dictado sentencia absolutoria para el Padre Román y se ha condenado al denunciante  al pago de las costas. La sentencia, de ochenta folios, examina todo el proceso y las declaraciones de acusador, acusado y testigos y llega a la conclusión de la inconsistencia del relato del denunciante que ha ido modificando los detalles de los abusos que decía haber sufrido cuando era menor de edad a lo largo de sus declaraciones para agravar la conducta del denunciado para el que solicitaba pena de nueve años de prisión.
Aunque no tengo relación ni amistad con el Padre Román me he alegrado de su absolución que seguramente parecerá mal a los que esperaban su condena, es más, ya lo habían condenado desde que el proceso saltó a los medios de comunicación. Condenar a un cura resulta de interés para mucha gente anticlerical y enemiga de la Iglesia.
El número 2 del artículo 24 de nuestra Constitución establece, entre otros,  el derecho de todo acusado a un proceso público sin dilaciones indebidas y a la presunción de inocencia.
Respecto a la presunción de inocencia se ha convertido más bien en presunción de culpabilidad y el tiempo transcurrido entre el inicio de un proceso y la sentencia cuestiona si este proceso, y tantos otros, se realizan sin dilaciones indebidas.
Casi tres años en este caso me parecen demasiados, pues realmente el acusado, aunque haya sido absuelto,  ha sufrido todo ese tiempo una condena de incertidumbre que a buen seguro le habrá impedido dormir cada noche a lo que hay que añadir la que se ha dado en llamar “condena de telediario”, que hace añicos su reputación y le deja aislado como un apestado.
 Pensaba en todo esto mientras pasaban las procesiones de esta Semana Santa y cómo Jesús el Nazareno fue prendido, apaleado, burlado y al final crucificado. La presunción de inocencia la tuvo quizás Pilatos, que no encontraba culpa en Jesús, pero decidió condenarlo en vista de la presión de la plebe hábilmente manejada por sus acusadores. Los que le habían seguido, los que habían comido con El hacía unas horas lo abandonaron y huyeron y uno de ellos facilitó su detención.
No deja de sorprenderme que, antes y ahora, la gente decide de antemano sobre la culpabilidad de cualquiera ya sea una cantante, una infanta, un cura o un político   y espera con impaciencia la condena y disfruta con ello. Cuando hace tiempo leí que alrededor de la guillotina de la Revolución Francesa se agolpaban las vecinas a esperar las ejecuciones mientras hacían calceta, me pareció una exageración, pero ahora no me extraña. Ver rodar cabezas, hoy entrar en la cárcel, alegra a mucha gente que adoba su insignificancia con el morbo de cualquier situación ajena debidamente aireada.
Otra cosa que me resulta extraña es la existencia de la acusación pública que ejercen profesionales que no sé si buscan justicia o hacerse propaganda. Creo que entre las reformas que necesita la justicia debía incluirse la desaparición de estos justicieros, la vuelta al sano principio de que la prueba le corresponde a quien acusa, sin excepciones de género o la obligación de justificar cualquier retraso en la tramitación de  los procesos.
Lo más importante que posee cada persona es su honor y es triste que nuestra fama esté en manos de cualquiera que quiera perjudicarnos y arruinar nuestra vida, sobre todo si tenemos que probar nuestra inocencia ante determinadas denuncias.
Francisco Rodríguez Barragán
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¿Todo el mundo es bueno?

            Elegir entre el bien y el mal, lo bueno y lo malo no es tan fácil

He escuchado varias veces decir que la corrupción política es obra de una minoría pues la mayoría de los políticos son gente honrada, que puede ser verdad. También he oído decir que la mayoría de los ciudadanos somos buenos pero quizás es que nos creemos buenos y que los malos son los otros.
Pensando en ello recordé una pegatina adherida a los lunas traseras de los coches que rezaba que todo el mundo es bueno (To er mundo es güeno) y si todos somos buenos ¿cómo es posible que haya tanto mal en el mundo?
Si para distinguir el bien del mal nos guiamos solo por nosotros mismos, o por las opiniones que circulan en nuestro ambiente, a menudo pensaremos que son buenas muchas cosas que no lo son.
El fundamento del bien creo firmemente que está en Dios, pero como hay mucha gente empeñada en eliminar a Dios de nuestras vidas, hemos decidido que lo bueno y lo malo lo decida el parlamento a través de las leyes, que se aprueban por mayorías cambiantes y así llegamos a creer que las cosas malas son las que castiga el código penal y las que no castigue es que serán buenas, hasta la próxima reforma.
Entre el bien y el mal todos elegimos el bien, porque de alguna manera estamos orientados hacia lo bueno, pero puede ocurrir que lo bueno que buscamos y elegimos no sea tan bueno aunque a nosotros nos lo parezca y tengamos a mano argumentos de sobra para justificarnos ante nosotros mismos.
Nuestra tendencia hacia el bien es la que nos hace creernos buenos, pues nadie normalmente quiere creerse malo, pero ser buenos es una tarea costosa porque también actúa en cada uno de nosotros una tendencia opuesta de la que es difícil deshacerse por muchos libros de auto-ayuda que leamos. Nada menos que San Pablo lo expresó diciendo que no hago el bien que quiero sino el mal que no quiero, es el pecado que mora en mí. Claro que hablar de pecado no está bien visto, pero ahí está, presente y actuante en cada uno de nosotros.
Los cristianos rezamos a menudo el Padrenuestro que termina pidiendo al Padre que no nos deje caer en la tentación y es que la tentación se presenta en cualquier momento y necesitamos la ayuda de Dios para mantener la honradez, para mantener la fidelidad, para no odiar a quien no nos cae simpático, para no aprovechar la ocasión de tantas cosas.
También necesitamos la ayuda de Dios para no caer en la tentación de cerrarnos en nosotros mismos y dárnoslas de buenos sin preocuparnos de las necesidades de nuestros prójimos, nuestros próximos, a los que tenemos que amar y con los que tenemos que compartir y, ¡más difícil todavía!, amar a nuestros enemigos, rezar por los que nos ridiculizan, nos desprecian y hasta nos persiguen.
A lo mejor alguien cree que me las estoy dando de bueno, pero está en un error, soy un pecador que tiene que andar pidiendo perdón cada día por no ser capaz muchas veces de perdonar, de compartir, de amar de verdad a mis prójimos y de tantas cosas….
Francisco Rodríguez Barragán

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Mensajes en los autobuses rojos de Londres



            Una forma interesante de difundir el mensaje de la esperanza cristiana.
Leo que en las próximas fechas de Pascua los famosos autobuses rojos de Londres mostrarán, mensajes cristianos de esperanza: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, “Quien crea en mi nunca morirá”, “En la casa de mi Padre hay muchas estancias”… palabras de Jesucristo que nunca pasan y que serán una forma de evangelizar y difundir la verdad en un mundo necesitado de esperanza.
Las esperanzas de mucha gente no pasan de pequeños deseos humanos que quisieran ver realizados tales como ganar más, viajar, sanar de alguna enfermedad, encontrar un trabajo o una vivienda... deseos respetables pero que no tienen nada que ver con la virtud teologal de la esperanza que, como todas las virtudes es un don de Dios que podemos recibir si nos abrimos y hacemos sitio a Dios en nuestras vidas.
Hace unos años una Asociación atea puso en los mismos autobuses un anuncio que decía: “Dios probablemente no existe, deja de preocuparte y disfruta de la vida”. Una llamada al hedonismo que, en un mundo cada vez más problemático y confuso, pienso que no resulta creíble que podamos vivir alegres y confiados llenos de placeres y libres de  preocupaciones.
Desde todos los medios de comunicación se nos habla cada día de nuestras  organizaciones políticas que, incapaces de resolver sus propios problemas de funcionamiento, esperamos nos resuelvan los nuestros. Nos creímos la milonga del estado de bienestar que iba a cuidarnos desde la cuna a la tumba y vemos que cada vez más el invento hace aguas por todos lados.
Ni la ONU consigue un mundo en paz, ni la Comunidad Europea asegura su propia supervivencia, ni nuestro estado autonómico garantiza que cobremos la pensión de jubilación mientras se endeuda para varias generaciones.
Algunos siguen soñando con revoluciones que en  el pasado y en el presente demuestran de sobra su catadura moral. Son los  que manifiestan, sin pudor, sus deseos de revancha y dictadura, populismos peligrosos.
Cada vez más lejos de Dios y más cerca del desastre. Por eso creo que los autobuses rojos de Londres, con sus frases bíblicas, pueden ser una llamada de atención que nos oriente a poner nuestra esperanza en Dios y en sus palabras que nos llaman a la conversión del corazón, a buscar primero su reino y su justicia porque todo lo demás se nos dará por añadidura.
Es bueno recordar en toda ocasión que Dios nos ama y que nuestro corazón estará intranquilo hasta que no descanse en El, como dijo San Agustín, y los autobuses, siempre rodantes, pueden llevar el mensaje con eficacia publicitaria.
Ojalá fuéramos capaces los cristianos españoles de hacer algo por el estilo, aunque creo que en Barcelona ya se hizo alguna vez. Lo de Londres lo han hecho cristianos evangélicos. Mi enhorabuena.
Esperemos que estos autobuses reciban mejor trato que el de Hazte Oír, que puso una obviedad biológica sobre lo que tienen los niños y las niñas y recibió repetidos ataques y agresiones, aunque… quizás los ataques de que fue objeto hicieron llegar su mensaje mucho más lejos de lo que imaginaban.
Francisco Rodríguez Barragán
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Europa, los perros, los niños…


            La aventura de construir Europa necesita crítica y reflexión
Acabo de leer que se celebra el 60º aniversario del Tratado de Roma lo que me hace rememorar aquellos años de mi juventud en los que nos lamentábamos de estar excluidos de Europa y nos dolió la persecución de aquellos pioneros que, acusados de contubernio por haberse reunido en Munich, reclamaban de aquel régimen la apertura necesaria para poder  solicitar nuestra incorporación a aquel ilusionante proyecto de Europa en el que no éramos aceptados.
A lo largo del tiempo y después de formar parte de la Unión Europea con un régimen de gobierno democrático, mi ilusión inicial ha ido sufriendo altibajos. Las grandes ideas de mercado único, de política común, de ayuda a los países más pobres para tratar de igualarlos a los más ricos, luego la moneda común, el euro, con sus billetes pintados de puentes y ventanas, han ido chocando con la realidad de las crisis económicas, de los países que gastan por encima de sus posibilidades, las crisis de población, inmigración creciente frente a unos europeos cada vez más viejos y con menos hijos, que acabarán conquistándonos, como ya anunciara Gadafi, a través del útero de sus mujeres y ha repetido hace unos días el turco Erdogan,  pidiendo que sus paisanos en Europa tengan tres hijos al menos.
El terrorismo que nos golpea en cualquier parte, siempre ligado a la yihad, que demuestra una y otra vez que los inmigrantes de países no-europeos por mucho tiempo que vivan entre nosotros y se les conceda la nacionalidad y el pasaporte no serán nunca europeos y, si se reúnen en número suficiente, crearán en nuestras ciudades guetos en los que no podrá entrar ni la policía.
Con tantos y tan graves retos a los que enfrentarse no me explico que toda la carísima estructura gubernamental de Bruselas se dedique a hacer reglamentos de obligado cumplimiento sobre mil y una cuestiones. El principio de subsidiariedad parece haber sido abolido, que lo que pueda resolverse en un nivel inferior no tiene que resolverlo ninguno superior, se ha sustituido por normas dictadas por los “más altos y severos organismos” siendo todos los demás meros ejecutores de sus ordenes inapelables.
Me entero de que nuestros parlamentarios aprobaron el otro día el Convenio Europeo sobre protección de animales de compañía del Consejo de Europa del 2015.  Ignorante de mí, pues creía que sobre estas cuestiones bastaba con ordenanzas municipales, y aún me quedo más sorprendido de que la aprobación parlamentaria se ha demorado un par de años por la importante cuestión de si se les podía cortar o no la cola a los perros, y es que el Consejo de Europa está preocupadísimo por conseguir el más alto grado de bienestar animal, aunque no parece tener el mismo interés en los bebés que son abortados cada vez en mayor número,(solo les preocupan los niños que quieran cambiar de sexo, de acuerdo con la ideología de género y haya que cortarles algo).
Deseo una larga y fructífera vida a Europa pero, para ello cada uno de los países que la forman tendría que tomar entre sus manos su propio destino y ser ellos mismos, con sus propias ideas y sus propios valores y no renunciar a todo ello para obtener ayudas o préstamos o facilitar cargos de relumbrón a los políticos de turno. Y por favor, no olvidar el sano principio de subsidiariedad.
Francisco Rodríguez Barragán
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