viernes, 23 de marzo de 2012

¿Verdadero o falso? La difícil tarea de pensar



Muchas pruebas de exámenes y oposiciones consisten en una especie de cuestionario en el que se formulan una serie de enunciados a los que hay que  responder con una simple señal en V o F (verdadero o falso). No se le pide al opositor o examinando que redacte ningún razonamiento que apoye su decisión de considerar la verdad o falsedad del enunciado. Para el examinador basta con el número total de aciertos que le facilitará el ordenador.

Razonar y argumentar acerca de la verdad o falsedad de algo necesita cierto entrenamiento en la tarea de pensar, de discurrir, de reflexionar. Aquello de “lejos de nosotros la funesta manía de pensar”, que los profesores de la universidad de Cervera, dijeron para halagar a Fernando VII, no ha dejado de estar vigente en nuestra sociedad, más dispuesta a aceptar lo que le digan los medios de comunicación, las consignas del partido, las pancartas de los sindicatos o incluso las pintadas callejeras, que a utilizar la cabeza para distinguir la verdad de la mentira.

Pienso que las ideas y consignas circulantes se aceptan si se presentan con la etiqueta de progresistas y se rechazan si son etiquetadas de conservadoras, tradicionales o religiosas, sin más examen para distinguir lo verdadero de lo falso, pues tal cosa exigiría pensar y esto es peligroso para los que buscan adhesiones inquebrantables, seguidores sumisos y fieles votantes. Es curioso que tanto unos como otros presuman de ser más progresistas que los contrarios.

De una forma un tanto fatalista aceptamos la”vida real” que nos dan prefabricada, con la socorrida frase “estamos en otro tiempo” que parece justificar, por ejemplo,  que la familia no es lo que era, que ahora hay diversos tipos de familia, aunque más bien lo que ocurre es que todo se disuelve: hay más parejas que matrimonios o se habla más de “mi pareja” que de mi esposo o esposa. Los hijos tienen derecho a todo, incluso al botellón y si un padre corrige a su hija puede terminar en la cárcel.  

Lo bueno y lo malo, el bien y el mal, no tienen consistencia permanente, depende de lo que opine la cambiante mayoría, de lo que legislen los políticos. Nos limitamos a vivir las sensaciones que fluyen a nuestro alrededor y a esto lo llamamos realidad, sin aceptar que existan otras realidades a la podríamos llegar si nos preguntáramos con Kant: ¿qué puedo saber?, ¿qué debo hacer?, ¿qué me cabe esperar?, ¿qué es el hombre?

Nos dicen que solo nos cabe buscar el placer, disfrutar y consumir. No es nuevo aquello de “comamos y bebamos que mañana moriremos”. ¿Es esto verdadero o falso? Hay que pensarlo con todo cuidado, pues nos jugamos mucho en nuestra respuesta. Si no puedo esperar más que la muerte ¿qué sentido tiene la vida? ¿Verdadero o falso? 

¿Tengo algo que hacer y decidir por mí mismo? ¿Tendré que dar cuenta a Alguien de mi vida, de mis acciones, de mis omisiones? ¿Qué son los demás para mí?

Responder a tantos interrogantes es más duro y complicado que poner la V o la F en un cuestionario, exige aprender a pensar, cosa que no se enseña en nuestro más que mejorable sistema de enseñanza.

Descartes decía “pienso, luego existo”, que me sugiere que quien no piensa puede que no exista. Remedando a Descartes he leído una pintada que dice: “Pienso, luego estorbo”. Quizás, si pensamos, estorbemos a los que se empeñan en manipularnos.

Francisco Rodríguez Barragán









El temor de Dios ¿Miedo o regalo?


Si alguien dice que el principio de la sabiduría es el temor de Dios, quienes lo escuchan quedan un tanto confusos. Unos recuerdan que de niños, cuando hacían alguna trastada, les amonestaban diciéndoles: “Dios te va a castigar” porque Dios era alguien que andaba vigilándonos para castigarnos. Otros nos dirán que eso del temor es una tontería, pues Dios no castiga a nadie, por lo que no hay que preocuparse y otros dirán, con suficiencia, que es una frase sin sentido ya que Dios no existe y si existe no se ocupa de nosotros.

El temor de Dios del que habla la Biblia no lo entiendo como miedo, sino como uno de los dones del Espíritu Santo. Esto de los dones, de los regalos de Dios, resultará irrelevante para quien no crea en Él, ni quiera plantearse la relación que existe entre Dios y nosotros, pues nuestra condición de criaturas demanda un creador, Alguien que decidió poner en el mundo a los hombre, unos pequeños seres dotados de libertad y de inteligencia ¿Por qué lo haría?

Si el mundo, la creación entera, es algo bueno, excelente, que tenemos que cuidar, quien lo hiciera tiene que ser alguien también bueno, inteligente y tan grande que necesariamente tiene que producirnos respeto.

No me puedo creer que el universo, nuestro mundo y nosotros los hombres, seamos el resultado de un mero azar, creo mejor en Dios que nos hizo por un derroche de amor. La gloria de Dios es que el hombre viva y la gloria del hombre es la contemplación de Dios, escribió San Ireneo.

Si nosotros, los hombres, estamos dotados de la facultad de hablar, es lógico pensar que Dios también puede hablar y lo ha hecho para revelarnos que nos ama, aunque hayamos hecho un mal uso de nuestra libertad. Si usamos nuestra libertad para querer ser como dioses, esta misma libertad, con la ayuda del Espíritu Santo, puede llevarnos al arrepentimiento y amarle sobre todas las cosas.

Por eso el temor de Dios es un don, un regalo, que nos ayuda a ser capaces de corresponder al amor de Dios con nuestro amor. La revelación de Jesús, el Hijo de Dios, es que tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.

Pero aquello de que Dios nos puede castigar ¿no es verdad? Lo que dice el evangelio es que el que cree en él no será juzgado y el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo de Dios y este juicio consiste en que la luz vino al mundo y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. (Juan 3 16-19)

Francisco Rodríguez Barragán





lunes, 5 de marzo de 2012

Ser mayores de edad no es lo mismo que ser adultos.



Llegar a la mayoría de edad significó siempre pasar a ser considerado adulto, persona capaz de asumir obligaciones y compromisos, sin necesidad del concurso de los padres.  El artículo 12 de la Constitución la fijó en dieciocho años en lugar de los veintiuno anteriores.

A pesar de ello, tengo la impresión de que no se ha producido realmente un adelanto en la madurez de las personas, sino que se ha alargado bastante la etapa de la adolescencia. Personas que pueden rondar los treinta años siguen viviendo a costa de sus padres, sin ninguna obligación ni cortapisa, situación que viene produciéndose desde hace bastantes años.

No se llega a adulto porque lo diga la constitución, ni consiste en poder votar, salir de botellón o irse de juerga. Se llega a adulto cuando uno pasa de la alegría de recibir a la alegría de dar, cuando uno es capaz de trabajar, ser útil, ganar dinero para compartirlo, cuando uno es capaz de asumir compromisos definitivos.

El Instituto Nacional de Estadística nos muestra el dato del enorme descenso de la nupcialidad en España: 3,8 matrimonios por cada mil habitantes. Estamos por debajo de los 4,5 de la media europea. Además el matrimonio se contrae con más de treinta años. En estos datos no deben estar incluidas las parejas de hecho, uniones de personas mucho más jóvenes, que “viven juntos”, en una situación que va siendo cada vez más generalizada.

Vivir emparejados, “sin papeles”, es una muestra clara del miedo a comprometerse. Más de un tercio de los hijos nacidos en España no son matrimoniales, es decir no nacieron de una unión estable y responsable. En estos casos imagino que son los varones los que huyen de responsabilidades, lo que indica su falta de responsabilidad, tengan la edad que tengan.

Si los que contraen matrimonio legal son mayores de treinta años, sería de esperar que tales enlaces resultaran estables, pero lo cierto es que cada vez son más frágiles. El divorcio, para el que se dan toda clase de facilidades legales, divorcio exprés, va en aumento. De cada tres matrimonios se rompían dos hace unos años, hoy serán más. Este dato me lleva a pensar que no existe la madurez que podía esperarse de personas adultas, que hubieran proyectado reflexivamente formar una familia.

Además del descenso de la nupcialidad, tenemos el descenso “suicida” de la natalidad, que al no alcanzar siquiera la tasa de reposición, nos aboca al envejecimiento de la población que hará insostenible el estado de bienestar. En este descenso de la natalidad tiene una fuerte incidencia el aborto, que alcanza cifras anuales muy superiores a cien mil eliminaciones de niños en gestación.

El aborto es la manifestación más sangrante de la falta de madurez de los progenitores de estas criaturas que rechazan las obligaciones derivadas de su comportamiento sexual, siendo las mujeres las que llevan la peor parte pues son ellas las que sufrirán el aborto y los traumas posteriores, mientras que los varones que los engendraron, como si se tratara de un juego de muchachos, se desentienden de cualquier problema para seguir su particular “disfrute de la vida” que consiste en gozar del sexo sin responsabilidad.

Ser una persona adulta, por tanto, no es solo cuestión de edad, sino que  implica asumir la propia vida, compartirla con otra persona a la que se ama y se respeta y aceptar responsabilidades y obligaciones.

Francisco Rodríguez Barragán













LA LIBERTAD Y LA RESPONSABILIDAD



SE BUSCAN LIBERTADES Y SE HUYE DE RESPONSABILIDADES

La libertad no significa que podamos hacer nuestro capricho, sino tener la posibilidad de ejercitar nuestra propia voluntad para elegir el contenido de nuestras acciones y hacernos responsables de sus consecuencias. La libertad tiene el pesado reverso de la responsabilidad. Quizás por ello todos reclaman libertades pero huyen de las responsabilidades.

Las libertades que se invocan a cada momento se presentan como reclamación de derechos a disfrutar, pero no tanto como responsabilidades a asumir. A mi juicio, entre la libertad como atributo que me constituye como persona y “las libertades” de las que se habla a menudo, no hay una verdadera identidad.

Si en otros tiempos y sociedades se distinguía y se valoraba con claridad la condición de libre o esclavo, de señor o de siervo, ahora que se reconoce a todos los hombres como libres, la distinción se marca entre estar en libertad o estar en prisión, como puede verse en el artículo 17 de nuestra constitución.

Pero si la posibilidad de perder la libertad presupone el reconocimiento de la responsabilidad de cada cual, respecto a las acciones tipificadas en las leyes penales como faltas o delitos, una amplia corriente de pensamiento trata de eximir de tal responsabilidad a muchos delincuentes invocando que sus condiciones sociales o familiares, son en último término las determinantes de sus acciones.

Este razonamiento determinista cuando se amplía a la generalidad de las conductas, sirve a una mayoría para exonerarse de responsabilidad, con lo cual la propia libertad queda vacía de contenido. Si estoy en la pobreza o no he conseguido un puesto más relevante en la sociedad, o no ha funcionado mi relación matrimonial, es culpa de mis circunstancias familiares, de no tener influencias o de la mala suerte, pero pocas veces se asume la propia responsabilidad por haber utilizado mal la libertad, por ejemplo: elegimos divertirnos en lugar de prepararnos, elegimos gozar de la sexualidad sin compromisos en lugar de dominar nuestros instintos, etc.

Una sociedad libre no puede funcionar si sus miembros no asumen que ocupan el lugar que se deduzca de sus acciones y la acepte como resultado de sus propios merecimientos. Pero una sociedad libre es aquella que promueve la libertad y no determinadas “libertades”. Una sociedad libre es la que ofrece oportunidades para que cada uno use de sus talentos y determine sus metas y objetivos.

Pero no será libre nunca una sociedad manipulada, en la que se haga creer a los ciudadanos que existe un estado providencia que cuidará de ellos de la cuna a la tumba, que todos tienen los mismos derechos con independencia de sus conductas  y de su aportación al acervo común que los gobernantes se encargarán de redistribuir a su conveniencia.

Una sociedad libre y democrática puede subsistir solamente si  logra el fortalecimiento de la personalidad de los ciudadanos para ser dueños de su voluntad y de su pensamiento para ejercerlo en  libertad y responsabilidad.

Recordar la intrínseca conexión entre libertad y responsabilidad me parece imprescindible en estos momentos en que muchos gobernantes pueden resultar indemnes de la responsabilidad derivada de sus decisiones y en el que muchos ciudadanos tampoco queremos asumirla en la parte que nos toca.

Francisco Rodríguez Barragán





















¿Qué hace la ONU?


 


Un tinglado astutamente manejado por expertos




Creo que todos podíamos esperar de la ONU que fuera un instrumento eficaz para el mantenimiento de la paz y la armonía entre las naciones y la defensa de los derechos humanos que ella misma promulgó el 10 de diciembre de 1948. Es cierto que, después de 1945, no se ha vuelto a producir ninguna guerra mundial, pero no es menos cierto que de forma constante, muchos países han sufrido o sufren enfrentamientos, invasiones, genocidios, desplazamientos y amenazas, que no acreditan precisamente la eficacia del que se proclama como el más alto organismo internacional.

Recordemos las guerras del sureste asiático, las de África, las de Oriente Medio, las que ocasionó la descolonización, los enfrentamientos constantes de la guerra fría o caliente entre los dos bloques. La caída de los países comunistas ha generado nuevas guerras en Afganistán, los Balcanes o Chechenia. El terrorismo de Al-qaeda, la llamada, no sé por qué, primavera árabe, el desafío del Irán, etc. ¿Ante todas estas cosas qué ha hecho o qué hace la ONU?

Con respecto a la defensa de los derechos humanos, tampoco tiene mucho de qué presumir la ONU. En estos momentos están siendo asesinados los cristianos de varios países musulmanes, o los musulmanes chiíes a manos de los suníes o al revés, sin respetar los más elementales derechos humanos, al igual que la sangrienta dictadura de Cuba o el esperpento de Corea del Norte. Todo ello no parecen preocupar especialmente a la ONU, empeñada en redefinir tales derechos a través de los “expertos”, aupados por poderosos grupos de presión, que están manejando los diversos organismos y conferencias, a través de las cuales están imponiendo el aborto, la homosexualidad, el matrimonio entre personas del mismo sexo o la omnímoda libertad sexual  como nuevos derechos, que todos los países tienen que legalizar.

Las ayudas a las naciones más pobres, resultan condicionadas a planes para el control de su población, pues están empeñados en salvar el planeta a base de reducir su número de habitantes.

Si la ideología comunista está en retirada, la ideología de género, el neo-maltusianismo, el calentamiento global y otras cosas por el estilo, gozan de vía libre para difundirse e imponerse. La Comunidad europea también está siguiendo e implantando dócilmente las propuestas “onusianas” y presionando a los países que la forman para aceptarlas y convertirlas en leyes propias.

La organización Familia Católica y Derechos Humanos (C-FAM) que defiende la vida y la dignidad humana en la ONU, viene informando en su boletín semanal de noticias de la desigualdad en que debe enfrentarse a los poderosos grupos de presión que imponen sus ideologías, invocando acuerdos de conferencias y organismos que ellos controlan e interpretan, así como la falta de transparencia del uso que hacen Organismos como UNICEF o UNFAP, de las cuantiosas cantidades que reciben.

Muchas ONGS, presentes en los organismos de la ONU, actúan para difundir la contracepción o el aborto, bajo los conocidos eufemismos de planificación familiar o promoción de la salud sexual y reproductiva.  Médicos sin Fronteras entiende que la práctica del aborto entra dentro de sus “filantrópicos” fines, según se ha publicado recientemente. No he leído que la UNICEF creada para los problemas de la infancia en el mundo se oponga al aborto.

Amnistía Internacional, que defiende la abolición de la pena de muerte, tampoco se opone al aborto que, sin duda,  es una pena de muerte precoz e injusta.

Pienso que lejos de los principios para los que se creó, la influencia de la ONU en nuestra vida es creciente a través de la promoción de la ideología de género, los“nuevos derechos”, la ecología radical o el calentamiento del planeta.

Este tinglado oscuramente manejado ¿no habría que cambiarlo?

Francisco Rodríguez Barragán






Se casaron y fueron felices


¿Podremos superar la crisis de la institución familiar?




“Se casaron y fueron felices” era la frase que, hace años,  ponía fin a novelas y películas. Se daba por supuesto que después de vencer problemas y dificultades para llegar a la boda, una vez celebrada, la felicidad se producía de forma automática. Nada más falso: en la vida real después de la boda es cuando  empiezan los verdaderos problemas y dificultades.

Las parejas con un proyecto a largo plazo de vida y de familia, revisable y actualizable, podrán superar las dificultades y vivir su amor en plenitud, pero si no existe otro proyecto que “pasarlo bien” el fracaso será inevitable.

Los matrimonios se divorcian de forma creciente y las parejas que conviven sin formalizar su unión, ni se sabe. Irse a “vivir juntos sin papeles”, aunque digan que no los necesitan, creo que en muchos casos lo que piensan es que así les resultará más fácil  la ruptura y el establecimiento de una nueva unión.

La actividad sexual es cada vez más precoz. Hay una persistente incitación a disfrutar de una sexualidad promiscua y sin responsabilidades, gracias a los medios anticonceptivos. Se ha convenció a la gente de que se puede disfrutar del sexo, sin miedo al embarazo, pero la cifra de más de cien mil abortos al año nos advierte de que este disfrute irresponsable tiene graves consecuencias para las mujeres y por supuesto para los niños eliminados cuando crecían en el vientre de sus progenitoras. (Me resisto a llamar madres a las que matan a sus hijos en gestación)

Los datos demográficos que publica el INE nos dicen que disminuye la tasa de nupcialidad y que los matrimonios se contraen y el primer hijo llega a edades superiores a los treinta años, pues se retrasa todo lo posible para poder “disfrutar de la vida” y pocas veces se busca que lleguen otros. También ha caído la tasa de natalidad hasta el extremo de que es imposible la reposición generacional, al mismo tiempo que aumenta la esperanza de vida muy por encima de los ochenta años. Hay un creciente envejecimiento de la población que hará insostenible el sistema de seguridad social.

Ver a un matrimonio con unos cuantos hijos pequeños nos parece algo raro. Los hijos para muchas personas no son más que una carga. Se ha generalizado la expresión de hijo deseado o no-deseado. Los no-deseados serán considerados como una carga y en el peor de los casos serán eliminados mediante el aborto. El embarazo que puede estropearnos las vacaciones, el viaje o el ascenso, no se acepta o solo a regañadientes.

Hablamos constantemente de la crisis económica, a la que nos ha llevado la codicia, la corrupción y las insensatas políticas  de los gobernantes, pero la crisis más grave, a mi entender, es la crisis de la familia que es la célula básica de la sociedad y esta célula está cada vez más debilitada.

El matrimonio es la base de la familia. Solo la unión sólida de un hombre y una mujer, capaces de hacer un proyecto de vida en común, basado en el amor mutuo, la fidelidad, la estabilidad y abiertos a la vida, puede crear una comunidad familiar, donde cada uno es amado aceptado como persona única e irrepetible, donde todos buscan activamente el bien de los demás.

Seguramente esperamos que los políticos nos saquen de la crisis económica, pero de la crisis familiar tendremos que salir nosotros. Si no lo hacemos nuestra sociedad tiene un futuro problemático.

Francisco Rodríguez Barragán











El Ministro anuncia reformas en la Justicia.



Las tasas judiciales en los recursos



He escuchado al nuevo ministro de Justicia que explicaba sus proyectos de reforma y me ha sonado bien la música de sus palabras, aunque habrá que esperar a conocer la letra, la letra impresa en el Boletín Oficial, para opinar sobre el resultado.

Me voy a limitar a comentar una sola de las medidas anunciadas: el cobro de tasas judiciales en los recursos que se presenten contra las sentencias judiciales. Me parece una medida disuasoria oportuna, algo así como el copago sanitario, pues creo que en la práctica se recurren muchas con el objetivo de alargar el procedimiento y “ganar tiempo”.

Quizás sería interesante que se hicieran públicos los datos de sentencias recurridas y porcentaje de las que son confirmadas o revocadas en todos los tribunales, pues seguramente ello justificaría la medida que se propone adoptar. Hay, sin duda, un empleo abusivo de los recursos que es necesario reducir para aligerar el peso de “pendientes” que soportan los tribunales.

Desconozco si existe algún control sobre los juzgados y tribunales respecto a las sentencias que resultan anuladas por vía de recurso, para actuar sobre aquellos que sobrepasen el porcentaje medio de todos los órganos.

Por otra parte creo que los juzgados están colapsados respecto a la fase de ejecución de las sentencias firmes, pues tienen un procedimiento demasiado, tedioso e infructuoso, que sería necesario reformar para que aquello de “dar a cada uno lo suyo” no se retrase por años.

La oposición se ha pronunciado de inmediato en contra de que la justicia deje de ser gratuita, pues con ello, dicen, solo podrán recurrir los ricos y no los pobres, pero lo mismo que los que están en una situación de necesidad se les asigna un abogado de oficio, también podrían arbitrarse medidas para que puedan recurrir.

No hay más remedio que repetir: que no existe justicia gratuita, ni sanidad gratuita, ni enseñanza gratuita, simplemente lo que cuesta todo ello lo pagamos todos con nuestros impuestos. Todos los españoles, aunque no hayamos pleiteado nunca, estamos pagando la ficción de la justicia gratuita.

Ojalá los proyectos del ministro de Justicia se plasmen en leyes justas y oportunas que mejoren el funcionamiento de la justicia.

Francisco Rodríguez Barragán







Hacia un mundo diferente


Esto es más que una crisis


Buena parte de las personas que han votado al Partido Popular y propiciado el necesario cambio de gobierno, esperan, de forma más o menos expresa, que las medidas que tomen nos retrotraigan a un momento anterior al nefasto 2004 y a la situación de bonanza económica y pleno empleo de los años de Aznar.



Pero el tiempo nunca retrocede y el futuro que nos espera no está escrito en ningún sitio. Nuestro mundo occidental ha estado demasiado tiempo manteniendo el estado de bienestar a base de crear dinero de la nada, siguiendo los consejos de Keynes y la ideología socialdemócrata. A ver por qué todos resultan endeudados: pues sencillamente porque han gastado más de lo que tenían y no podía seguir funcionando la máquina de hacer billetes.

La situación no se va a resolver con recortes, aunque sean imprescindibles, sino con un nuevo modelo económico que no sabemos aún cómo será.  ¿Cómo hablar de estabilidad presupuestaria? Por lo pronto no podemos mantener tantas y tan costosas administraciones, ni un sistema productivo ineficiente, ni tantas obras públicas inútiles, ni unas subvenciones generalizadas a partidos, sindicatos, manifestaciones culturales, organizaciones afines de propaganda, cadenas de televisión, etc. etc.

Tenemos que ser conscientes de que el mundo entero ha cambiado en estos últimos años. Los Estados Unidos han renunciado a liderar el mundo y no sabemos quién va a sustituirlos. La Comunidad Europea está muy lejos de la Europa que proyectaron Adenauer y Schuman y se debate por encontrar solución al problema de su liderazgo y de su moneda, aunque su más grave dolencia es su progresivo envejecimiento, aunque de ello se hable menos que del Banco Central Europeo.

Crece imparable China, emerge con fuerza Brasil, India, los países del sureste asiático y Turquía  quiere entrar en Europa. Al mismo tiempo que bulle el mundo islámico como una amenaza más que probable,  que tenemos a nuestras puertas o mejor dicho dentro de nuestras fronteras. La progresía disolvente propone el “multiculturalismo” en el que, alegando respeto a las creencias y costumbres de los que llegan, están destruyendo las propias. Quitamos los crucifijos y cedemos terrenos gratis para construir mezquitas. Nos plegamos a sus exigencias mientras se ataca a las confesiones cristianas, especialmente la católica.

Sobre el mismo entramado desde el que si difundían las ideas marxistas, una vez hundido el mundo de las repúblicas socialistas, se difunde ahora la ideología de género, la propaganda gay o el control de la natalidad por cualquier medio. Los países pobres, necesitados de ayuda no la recibirán si no reconocen como derechos el aborto y el matrimonio entre personas del mismo sexo.

No sabemos cómo ni cuándo podrá alcanzarse cierta estabilidad, ni cómo se van a desarrollar las relaciones internacionales en el futuro, ni siquiera si tendremos unos gobernantes a la altura de las circunstancias.

Tampoco sabemos si hay una sociedad dispuesta a defender los valores necesarios para regenerar la política, pero debemos esforzarnos y trabajar para que exista. ¿Qué puedo hacer yo?

Francisco Rodríguez Barragán










El Universo y el hombre


¿Somos criaturas de Dios o el resultado del azar?


 La iluminación de nuestras ciudades nos impide contemplar cada noche el maravilloso espectáculo del cielo estrellado. A cambio, el satélite espacial Hubble  nos envía fotografías de lejanas galaxias, estrellas novas y supernovas o misteriosos agujeros negros, situados a años-luz de nuestro planeta.

Si a los antiguos el universo les pareció enorme, el que nos ahora descubrimos es infinitamente más grande, hermoso y variado. No son diversas esferas que rodean nuestro mundo, como pensaban ellos, sino un universo que se expande sin que podamos descubrir y ni siquiera intuir si tiene algún límite.

Todas las civilizaciones pasadas que contemplaron el cielo, reconocieron que necesariamente tenían que existir dioses y fuerzas capaces de realizar tales maravillas, aunque no les fuera dado conocerlos.

Pero si pasamos de la grandeza del cosmos a los misterios del microcosmos, los antiguos no pasaron de designar como elementos a la tierra, al aire, o al fuego. Llamaron átomos, sin ventanas, a las partes más pequeña de la materia y la portentosa hazaña de romper el átomo ya es cosa de nuestro tiempo.

También es cosa de nuestro tiempo la comprobación de que el átomo roto se compone no solo de protones y electrones, sino que, a su vez, cada una de estas piezas se descompone en otras, sin que al parecer se divise algún límite de lo infinitamente pequeño y sus propiedades, como los neutrinos, capaces de atravesar nuestro planeta sin obstáculo.

Los científicos pueden hacer cálculos en años-luz o en nanosegundos, pero a los demás mortales nos cuesta trabajo tener una idea intuitiva de lo que sea una milmillonésima de segundo o la distancia de un año luz, aunque todo esto sea medible y calculable.

Hay quienes se atreven a proponer que todo lo que existe se ha producido por puro azar, pero entre el ciego azar y una creación diseñada por un ser inteligente y poderoso, me reafirmo en  mi fe en Dios que todo lo dispuso con “medida, número y peso” (Sab. 11,20)

Pero hay algo más extraño y maravilloso: la existencia del hombre, un ser único entre todos los animales que pueblan el planeta, con capacidad para preguntarse por el universo y por su misma vida, marcada por el ansia de saber de conocer la verdad, aunque a menudo se extravíe y encuentre sufrimiento, muerte y dolor.

Si, como yo creo, somos hechura del mismo Dios que ha hecho el universo, nuestra vida tiene sentido, pero si no somos más que el resultado del azar, somos unos desgraciados, pues negamos que exista Dios para querer serlo nosotros mismos.

Creo también que Dios ha creado el universo y al hombre por amor. Como dijo San Agustín: nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti.

Francisco Rodríguez Barragán








Cuaresma, amor y corrección fraterna

 

En la actualidad las fiestas de carnaval resultan totalmente desligadas del tiempo de cuaresma. Antes de comenzar el tiempo durante el cual la Iglesia predica la conversión y la penitencia, como preparación para celebrar la muerte y resurrección de Cristo, se dedicaban unos días al jolgorio carnavalesco. Pero para muchos que se confiesan católicos, la cuaresma pasa más desapercibida que el carnaval.

Como todos los años, el Papa ha enviado su mensaje cuaresmal para el 2012, en el que nos comunica a los católicos sus propias reflexiones sobre un versículo de la Carta a los hebreos que dice: “Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras”.

Fijarnos los unos en  los otros es algo que hacemos constantemente pero pocas veces para estímulo de la caridad, quizás más bien para criticar o envidiar. El Papa nos dice que es necesario que vivamos la atención al otro, la reciprocidad y la santidad personal.

La atención al otro debe significar para el cristiano que no me es indiferente la suerte de los demás, pues estoy obligado a amar a mis prójimos, a preocuparme de su bien, de todo su bien. A menudo prevalece en nosotros la indiferencia o el desinterés que nace del egoísmo. Pero no podemos ignorar que tenemos una responsabilidad respecto a los otros y esta responsabilidad significa querer el bien del otro, de los otros, deseando que ellos también se abran a la lógica del bien.

Imaginemos como cambiaría nuestro mundo si esta solicitud fuera recíproca, si nacieran en nuestro corazón la fraternidad, la solidaridad, la justicia, la misericordia y la compasión. Buen momento es esta cuaresma para intentarlo seriamente.

Preocuparse por el hermano comprende también, dice el Papa, la solicitud por su bien espiritual. La corrección fraterna para ayudar y ser ayudados en el camino que nos lleva a nuestro fin último, parece haberse olvidado por completo. Estamos tan marcados por el relativismo y sus falsos valores, que nos atrevemos a señalar el camino equivocado que muchos llevan. Cuesta trabajo a los padres reprender a sus hijos, recordar a los demás sus deberes o advertirles del peligro de los placeres irresponsables. También reaccionamos mal si alguien nos corrige o nos señala los defectos.

Parecemos convencidos de que lo verdadero y lo falso, la bueno y lo malo, dependen de nosotros mismos, que la verdad es lo que cada cual decide según sus gustos o preferencias, o lo que piense la mayoría, pero si la verdad es lo que opine cada cual, no existe la verdad y si el bien solo lo estimo en la medida que me beneficia, el bien deja de existir. Pero la verdad y el bien existen con independencia de toda la propaganda relativista que nos corroe.

Para ayudarnos unos a otros a descubrir la verdad y el bien, la corrección fraterna es un buen instrumento, siempre que lo manejemos con amor. La Cuaresma nos llama a la conversión, a la oración, a la limosna, pero sobre todo a la caridad, que es buscar todo el bien de los demás que va más allá de esta vida, a la santidad.

Francisco Rodríguez Barragán








Cuidado con las tentaciones


 


Todos tenemos un deseo innato de ser felices, buscamos ansiosamente serlo, pensamos que nuestro bien es aquello que nos beneficie de alguna manera y para lograrlo estamos dispuestos a pagar cualquier precio. La tentación que nos propone: “todo esto te daré si postrado ante mí me adoras”, suele tener bastante éxito entre las personas.

El señuelo de la riqueza, del sexo, del poder, de la ganancia fácil, del medro personal, del puesto importante, del comer y beber manjares exquisitos, de las diversiones placenteras, puede llevarnos a aceptar cualquier servidumbre, a dejar de lado los gritos de nuestra conciencia, a olvidar viejos propósitos, o pasados ideales si alguna vez los tuvimos.

Si vivimos en la estrechez o la pobreza, quizás envidiemos la suerte de los que supieron aprovechar la ocasión para encumbrarse y encontremos dentro de nosotros como va creciendo el descontento. Convertir el descontento en odio y dirigirlo hacia enemigos prefabricados es fácil.

La culpa de que no seamos felices es de los bancos, de la derecha o de la izquierda, de los empresarios, de los sindicatos, del sistema económico, de la iglesia, de los inmigrantes… Es la tentación del odio que reclama nuestra sumisión para que salgamos a la calle a gritar, a interrumpir el tráfico, a insultar a la policía. Somos felices mientras protestamos exaltados, aunque sea una felicidad destructiva y triste.

Otros se sientes desolados al comprobar que el estado del bienestar en el que habían confiado se resquebraja. Naturalmente la tentación que se  ofrece es la de no sentirnos responsables del desaguisado: somos inocentes del despilfarro, de la corrupción, de la mala administración… aunque  más de una vez hayamos incumplido las leyes, hayamos defraudado a la hacienda pública, aunque nuestra productividad y nuestro rendimiento sean manifiestamente mejorables. Mientras que nos quejamos de los demás, sentimos también la raquítica felicidad de creernos buenos y víctimas.

Para alcanzar problemáticas felicidades sucumbimos a las más variadas tentaciones y nos postramos ante la mentira, la injusticia, el enjuague, la trampa, el delito, pensando en lo que vamos a recibir a cambio.

Antes o después comprobaremos que todo fue un engaño, que nuestra ansia de felicidad no puede colmarse con las cosas materiales que posees pero que temes perder, ni gozando de todos los placeres, ni puede satisfacerse odiando a los demás, que todo es vanidad y caza de viento, como dice Quoelet.

Los cristianos rezamos a menudo el Padre nuestro, que termina pidiendo a Dios que no nos deje caer en la tentación y que nos libre del mal. El mal, que nos impide ser felices,  es demasiado grande para que podamos vencerlo sin la ayuda de Dios. Solo vivimos una vez e importa mucho cómo vivamos. No nos hemos dado la existencia a nosotros mismos. Somos criaturas de Dios y este Dios nos ha mostrado su amor en Jesús que quiere salvarnos del mal.

Hemos de entender que no podemos ser felices sin Dios, de espaldas a Dios. Dios es la garantía de que podemos esperar un mundo nuevo en el que habite la justicia. Todos habremos de comparecer un día ante Dios para ser juzgados, incluso los que piensan que Dios no existe, y en este juicio podremos alcanzar o no la auténtica felicidad para siempre.

Francisco Rodríguez Barragán











Reflexión ante un GPS


 


El viaje de nuestra  vida




Resulta cómodo y seguro viajar con un GPS. Se anota en el aparatito el punto de salida y el de llegada y mientras conducimos el automóvil, vamos recibiendo las oportunas instrucciones. Si sufrimos algún error nos advierte que va a recalcular el itinerario. Funciona, según me dicen, gracias a 24 satélites en órbita que cubren, en detalle, toda la superficie de la tierra y envían las señales a cada receptor. Parece que fue inventado con finalidad militar por las grandes potencias y como tantas otras cosas ha pasado a ser de uso común.

Entre tanto me desplazaba iba pensando que también sería interesante disponer de un dispositivo de estos para caminar seguros por la vida ya que hay tantos reclamos, carteles y letreros contradictorios que andamos, a menudo, bastante desorientados, hasta que caí en la cuenta de que todos tenemos incorporado un receptor de señales y que desde más arriba de los satélites geoestacionarios en órbita, se nos envían las oportunas señales.

Estamos dotados de razón, instrumento capaz de percibir y analizar nuestra situación en el entorno concreto en que nos movemos y de la voluntad, que posee la suficiente energía para tomar decisiones. Tenemos también la conciencia, que detecta la existencia de unas normas eternas de funcionamiento y nos advierte de peligrosas desviaciones.

Si para viajar con el GPS tenemos que saber el punto de salida y el punto de llegada, también tendríamos que conocer con exactitud  nuestro punto de origen y nuestro destino, no solo para los pequeños trayectos en los que nos movemos para alcanzar esta o aquella cosa, sino para la totalidad de nuestro viaje por este mundo, eso que llamamos nuestra vida sin caer en la cuenta de que más que nuestra la tenemos prestada.

La razón y la conciencia son dos maravillosos aparatos que quizás utilizamos poco y, naturalmente, terminan estropeados. Razonar para encontrar la verdad de nosotros y nuestro entorno, para distinguir lo bueno de lo malo, lo útil de lo superfluo, lo saludable de lo nocivo, es un arduo trabajo al que renunciamos ya que nos resulta más cómodo aceptar lo que nos ofrecen en el mercado de las ideologías, de la publicidad, del consumo, de la política o de los medios de comunicación, siempre que nos faciliten la mayor cantidad de placer y nos eviten responsabilidades y preocupaciones. Quizás por ello somos decididos partidarios del estado del bienestar que cuide de nosotros.

Nuestra conciencia puede protestar del mal uso que hacemos de la razón y de la voluntad durante un tiempo, pero termina por enmudecer sobre todo si la sobornamos diciéndole que no creemos que exista un Dios que nos pida cuentas ni que haya otra vida, más grande y definitiva, después de nuestra muerte.

Es chocante que haya tanta gente que no crea en la posibilidad de que haya otra vida, pues si la tuvieran, aunque fuera dudosa, no dejarían de tomar sus precauciones. Su razón ha aceptado cómodamente que Dios no existe y a ello se atienen, aunque caigan en la trampa de que no pueden probar “científicamente” su afirmación, mientras que el universo entero, no puede ser obra del azar, pues hecho con número, peso y medida, está reclamando un hacedor.

Podemos tener en cuenta una vieja copla que dice:

En esta vida emprestada

el buen vivir es la clave;

aquél que se salva, sabe,

y el que no, no sabe nada.



Aunque no fuera más que, por si acaso, merecería la pena pensar que nuestro punto de destino no es la muerte, sino otra vida distinta y perdurable que hay que salvar.



Francisco Rodríguez Barragán